Camino a Damasco









La Conversión de San Pablo, apóstol

Para el día de hoy (25/01/17):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-18




Ël se llamaba Shaúl -Saulo-, y era originario de Tarso de Cilicia; educado en los rigores del fariseísmo judío preponderante en su época, tenía también una profusa formación académica obtenida a los pies del rabbí Gamaliel en la misma Jerusalem. 
Era un hombre de fuego, casi un fanático, para quien el absoluto se hallaba la Ley de Moisés interpretada ésta bajo los mismos criterios rigurosos con los que se había formado, Bajo ese carácter apasionado se volvió también un implacable perseguidor de los primeros cristianos, severo y eficaz en tan brutal misión que enarbolaba en nombre de su Dios, al punto de ser uno de los causales del martirio del diácono Esteban.

Terrible actitud de Saulo y de todos los que se pretenden defensores de Dios y sus derechos, empeñosos represores de los que piensan distinto, violentos correctores de los que se desvían de las pautas oficiales dictadas.

En esas lides y en esa conducta estricta, Saulo se encamina a Damasco en su tarea persecutoria. Es un perseguidor experto que no se dá cuenta que él en verdad es perseguido por Cristo, quien lo busca para otro camino, otra vida, otra misión. 
A lomos de su intransigencia, montado en su mirada esquiva que no admite desiguales e impares, Saulo es derribado. Mejor aún, Saulo se cae de esa montura falaz, y deja de ser la Ley y su horizonte escaso y angosto el absoluto que rige su obrar, pues en camino a Damasco se encuentra con el Cristo a quien persigue, y merced a ese encuentro que lo transforma y a la Gracia que lo guiará, él se vuelve un apóstol celoso de su misión, humilde e incansable mensajero de Salvación, portador de una luz que no guarda para sí y que lleva a los gentiles, con tanto o más empeño que en sus tiempos anteriores, pues ahora tiene una misión y un destino que lo trasciende, un Cristo que confiesa sin temor, un tesoro que lleva en su vasija de barro.

Hemos de suplicar por nuestras caídas, nuestros propios caminos a Damasco. No habrá quizás una espectacularidad manifiesta, pero seguramente un encuentro trascendente que nos cambia la vida, una invitación a dejarlo todo, a comenzar andares nuevos y ya nó solos, montados en nuestros egoísmos, caminantes junto a Aquél que nos busca sin descanso.

Paz y Bien

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