Ciudad del consuelo









Para el día de hoy (10/01/17):  

Evangelio según San Marcos 1, 21-28




Nos encontramos en los inicios del ministerio del Señor. Recordemos: Él se había enterado del arresto del Bautista, y como señal exacta, se larga a los caminos a predicar la cercanía del Reino y la urgencia de la conversión. En esos andares, convoca a los primeros discípulos, allí mismo en donde transcurría su vida cotidiana.
Posteriormente, se traslada de Nazareth a Cafarnaúm, en donde establece una suerte de centro u hogar de paso desde donde se irradia su labor misionera. Superficialmente, el lugar es estratétigo pues se ubica esta ciudad en un cruce de caminos importante, y es probable que allí esté la vivienda familiar de Pedro y Andrés: en cierto modo, el lugar es escelente pues se encuentra cerca de todo.
Pero también hay un ámbito teológico, espiritual: en Cafarnaúm -confines de Zabulón y Neftalí- se cumplen las antiguas profecías mesiánicas. Cafarnaúm está en las antípodas de la ortodoxa Jerusalem, y su cercanía con tierras gentiles la vuelven sospechosamente cuestionable por su impureza ritual y por la ligereza de la observación de los preceptos. En Cafarnaúm está la casa de sus amigos que se convierte em su hogar: Cristo no tiene casa propia, su hogar está allí donde está el de sus amigos.
Pero hay más, siempre hay más: Cafarnaúm, literalmente, significa "ciudad del consuelo". Ése es el signo de los nuevos tiempos, de la Buena Noticia. Consuelo y misericordia de parte de Dios para su pueblo.

En los inicios de su ministerio, el Maestro enseñaba en las sinagogas; posteriormente, el enfrentamiento que le planteaban las autoridades religiosas se acrecentó a tal punto que operó una suerte de excomunión, y Él no pudo volver a su magisterio sinagogal.
La lectura que nos presenta la liturgia del día nos manifiesta una situación así. En aquellos tiempos, fuera del ámbito del Templo, la comunidad se reunía cada Shabbath en las sinagogas para orar, para estudiar la Torah y para comentar alguno de los textos de los profetas. El responsable laico de la congregación solía invitar a un asistente varón con cierto grado de instrucción a comentar tales textos, y ése es el caso que nos ocupa hoy.

Las gentes se asombraban del modo en que Él enseñaba, con una autoridad única, en las antípodas de los escribas. Ello se explica porque los escribas poseían una gran erudición académica, y solían comentar las Escrituras a partir de los comentarios de notables rabinos o comentaristas que los precedieron, es decir, comentaban los comentarios y se limitaban a exposiciones casuísticas. De fondo, los escribas decidían en tren moral qué era lo permitido y qué era lo prohibido, mientras que el Maestro anunciaba con poder la llegada del Reino. Los escribas eran estrictos detectores de heterodoxias y cosas negativas que debían suprimirse; el Maestro expresa una autoridad en el sentido primigenio del término, que significa hacer crecer cosas
Porque los escribas se plantan desde la vereda de los observadores casuales, mientras que el Maestro expresa derechos de autor. Su Padre ha inspirado toda palabra santa.

Ese día había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro. La escena es por demás extraña, pues las estrictas normas de impureza ritual impedían que una persona en ese estado participara del culto.
Un hombre así es un hombre alienado, que sufre el acoso de un mal que lo sobrepasa y del cual no puede defenderse, una existencia aniquilada y sometida por la enfermedad. La voz que se queja en plural expresa no sólo un cariz esquizofrénico, sino la precisa diferenciación entre lo humano y lo inhumano del mal que lo aqueja. El griterío quejoso tal vez se corresponda con la abundancia de discursos que reniegan de la verdad, y porque los que gritan por lo general andan equivocados. Pero es queja es porque el espíritu maligno advierte que el Cristo allí presente es el Santo absoluto, el Puro definitivo que socava su dominio. Nunca hay un mal definitivo si el Señor se hace presente.

El silencio conminatorio de Cristo refleja que el mal ya no tiene la palabra. Sólo cuenta la Palabra que se encarna, y quizás el último grito del espíritu malo que se vá tenga que ver con la sorda queja de una sinagoga que se queda en los reglamentos y olvida a Dios, perdiendo el verdadero poder del amor.

Por mandato, por misión, la Iglesia se mantiene fiel al Esposo cuando se convierte en ciudad del consuelo, aldea de misericordia, hogar de la caridad.
Que la Palabra de Dios nos mantenga atentos.

Paz y Bien
 


1 comentarios:

ven dijo...

Nunca hay un mal definitivo si el Señor se hace presente. Gracias, que Dios sea con usted, un fuerte abrazo fraterno.

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