Mirados por Cristo








Para el día de hoy (27/02/17):  

Evangelio según San Marcos 10, 17-27



Como un sendero manso, el Evangelio puede compendiarse rastreando con devoción las miradas del Señor, la mirada amorosa e incondicional de Dios que nos busca, nos encuentra, nos identifica, nos redescubre, nos sueña en lo que somos, nos ama a pesar de lo que fuimos y por lo que podemos llegar a ser.

La lectura para este día también habla de una mirada.

Todo acontece en marcha, quizás señal tácita de un Cristo que es camino, verdad y vida. 
El hombre que sale a su encuentro tiene una actitud muy distinta a la habitual que suele plantearle escribas y fariseos, que se plantan desafiantes, ofensivos, brutales y soberbios. En él hay cierta angustia existencial que lo urge -viene corriendo-, y le muestra reconocimiento como Maestro y un respeto infrecuente echándose a sus pies.

El nudo de su angustia es el más allá, la vida postrera. En su propia expresión podemos reconocer cierta postura, pues inquiere como heredar la vida eterna: como poseedor de numerosos bienes, seguramente conoce bien los vericuetos legales referentes a las herencias. Sin embargo, expresa también una mentalidad antigua por la cual la salvación se gana realizando determinadas acciones piadosas y llevando una vida virtuosa. Todo ello, es claro, está muy bien pero no contempla la asombrosa dimensión de la Gracia, don y misterio del amor de Dios.

Aún así, el Maestro lo guía paso a paso por la historia de fé de su pueblo, lo hace ahondar en su propia identidad, reconocer sus huellas por la Ley que Dios brindó a su pueblo para la libertad. No hay allí ninguna doctrina esotérica que se revele a unos pocos iniciados, sino en verdad el modo santo de relacionarse con Dios y con el prójimo. 
Ese hombre había cumplido al pié de la letra con todos los mandamientos desde su juventud, pero le falta todavía dar un paso, realizar un éxodo definitivo, desprenderse de sus bienes y dárselo a los pobres. Soltar el lastre que lo ata y elevarse allí donde se acumulan los tesoros verdaderos, tesoros definitivos de la caridad.

Frente a ello, el hombre se entristece pues tiene muchos bienes. Dejar atrás las falsas seguridades duele, nos quita los confortables puntos de apoyo en los que nos solemos acomodar. 
La Salvación no se adquiere, la Salvación es don de Dios que nos llega por el sacrificio y la resurrección de Cristo, misterio del amor infinito e incondicional de ese Cristo que nos mira y nos busca aún cuando nos empecinamos en aferrarnos a las cosas y a los esquemas, aún cuando recostamos el corazón en cualquier lado menos en Dios.

En el tiempo de la Gracia, nos descubrimos mirados por Cristo, felices camellos que atraviesan todos los ojos de todas las agujas porque con Él todo lo podemos.

Paz y Bien

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