La piscina de Siloé








Domingo 4° de Cuaresma

Para el día de hoy (26/03/17):  

Evangelio según San Juan 9, 1-41



La ceguera y varias afecciones oftalmológicas no eran infrecuentes en la Palestina del tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth: la arena movida por los vientos y el reflejo del sol fuerte contra las rocas lesionaba sin piedad las córneas. Quizás por eso es que hubiera muchos ciegos y disminuidos en su capacidad visual en toda Tierra Santa, y por ello los ciegos mendigando a la vera de los caminos, dependientes en todo de los demás, incapaces de ganarse el sustento, aislados de una realidad que no pueden percibir en plenitud.
Como si eso no fuera suficiente, un criterio religioso imperante suponía que toda dolencia era consecuencia directa del pecado, es decir, el castigo necesario por las faltas cometidas. Así, el enfermo debía añadir al peso de su dolencia el gravamen de una culpa presupuesta.

Los discípulos del Maestro no eran ajenos a esa mentalidad, y la escena es desoladora: están más preocupados en armar un collage teológico dentro de esa religiosidad retributiva que en socorrer y asistir al hombre ciego, dilapidándose en casuísticas sin destino y abandonando la compasión y la misericordia.
Esa actitud persiste, quizás de manera más evidente en el talante del por algo será, la justificación del dolor, los razonadores de miserias, los que exigen sacrificios a los pobres.
Pero ello también es indicativo de que los discípulos estaban aún muy distantes y ajenos a la asombrosa dinámica de la Gracia.

El gesto del Señor que combina saliva con tierra nos remite al instante de la creación, del hombre moldeado por la acción de Dios desde el barro primero, y por eso, sanación y Salvación implican también desde Cristo una nueva creación.
Eso es precisamente lo que el Maestro enseña; no se trata de horadar en culpabilidades, pues Abbá Padre no es un Dios severo y punitivo, sino un Padre que nos ama sin descanso. A pesar de todos los sufrimientos, en cada cruz se puede aguardar la resurrección, en toda dolencia hay una oportunidad de cambiar rumbos, de que se manifieste la Gloria de Dios, que es que el hombre viva y viva en plenitud. La noche se expande cuando cunde la resignación, cuando se bajan los brazos, cuando se abdican esperanzas

Aún así, Cristo envía al ciego a lavar sus ojos a la piscina de Siloé, cuyo significado literal es enviado. Ésta se había excavado en tiempos del rey Ezequías dentro de Jerusalem como una estratégica reserva de agua frente a las inclemencias climáticas pero mucho más frente a las posibilidades de asedio por las guerras frecuentes. La piscina, entonces, estaba relacionada con la vida y la supervivencia frente a la muerte, pero también poseía una crucial importancia tradicional y religiosa, de tal modo que sus aguas se utilizaban para libaciones, abluciones y purificaciones, especialmente en la Fiesta de los Tabernáculos. De ese modo, lavarse en la piscina de Siloé es afirmarse en la vida, quitarse las costras que nos impiden ver, atrevernos a sumergirnos en los ámbitos sagrados que son aquellos a los que nos conduce Cristo el Señor.

Porque para hacer el bien no hay que pedir permiso, y cada hecho de salud y salvación ha de ser para nosotros motivo de gozo y alabanza.

Paz y Bien





1 comentarios:

camino dijo...

Gracias, por su reflexión, es verdad todo lo que usted dice, pero veces somos nosotros lo que no queremos ver , porque no queremos comprometernos, gracias una vez más.

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