Rostro de caminante








Domingo 3° de Pascua

Para el día de hoy (30/04/17):  

Evangelio según San Lucas 24, 13-35





Cristo Resucitado se apareció en numerosas oportunidades a los suyos, y en muchas ocasiones no lo reconocieron de inmediato, les resultaba un rostro borroso, difuso. La corporeidad del Resucitado es un tema excluyente que ha sido y es motivo de profusos estudios teológicos y exegéticos; sin embargo y ante todo, la resurrección es una cuestión de fé, y desde ella reconocemos al Cristo vivo, al mismo Cristo que anduvo por los caminos anunciando la Buena Noticia, el mismo que murió en la cruz.

Estamos de los dos lados.
Somos los peregrinos que caminan hacia Emaús, con el morral del alma lleno de frustraciones, con los sueños truncos, seguramente asustados y con ganas de explicarle a Dios que no entiende, que no se dá cuenta lo que les pasa, las cosas terribles que suceden, un tiempo sin horizonte con un pasado que mejor lo vamos olvidando. Y junto a ellos Cristo que los acompaña en el camino, y no lo reconocen.

Pero también, el rostro del Señor se desdibuja para que allí estén nuestros rostros. La misión cristiana es caminar con las mujeres y los hombres de hoy, descubrir sus miradas resignadas, sus enojos, sus dolores, sus sueños demolidos y desde allí releer toda la historia, la propia historia, cada historia en clave de esperanza y de trascendencia. Que no todo es tenebroso, que hay otro tiempo y otro mundo posible, que nada se termina aquí, que todo está apenas comenzando.
Para muchos, la presencia silenciosa y comprensiva es un milagro.

En el pan que compartimos, en la hospitalidad incondicional, en el no pasar de largo -vocación samaritana- nos mantenemos firmes en el mandato de Aquél que nos eligió para ser sal de la tierra y luz del mundo. 

En el pan compartido y la Palabra que escuchamos con atención volvemos a encontrarnos con el Cristo que a menudo extraviamos, y con Él nos atrevemos a internarnos en la noche, confiados en que llegará el día y amanecerá la Gracia.

Paz y Bien


Cuando la fé se tambalea










Nuestra Señora del Valle

Para el día de hoy (29/04/17):  

Evangelio según San Juan 6, 16-21




La lectura que nos ofrece la liturgia del día es menester situarla en contexto y cronología teológicas, es decir, espirituales; se desarrolla como continuación inmediata al milagro de la multiplicación de panes y peces y la multitud alimentada en el campo, en las cercanías de Betsaida.
Luego de saciar el hambre de esos miles a partir de cinco panes humildes y dos pescaditos, con la mirada estupefacta de los discípulos, todas esas gentes -los Doce también- comienzan a vitorearle, presos de un estado de euforia por el que quieren arrebatarle y a la fuerza hacerlo rey de Israel.
Pero el Maestro se retira en soledad a la montaña, ámbito simbólico del encuentro con Dios. Su Reino no es de este mundo, nada tiene que ver con los poderes que reconocemos, lejos está de dominios y opresiones.
Se puede advertir, quizás de manera tácita, la decepción de los Doce. Esos planes de coronación, el hambre de cercar a un nuevo rey poderoso han sido derrumbados de golpe ante sus ojos, y ello se refleja en que ellos suben a la barca para dirigirse a la otra orilla del lago, a Cafarnaúm. 
La memoria suele condicionarse por los estados anímicos, y allí hay un puñado de hombres enojados porque se les han frustrado sus planes torpes, y de ese modo se olvidan de su Maestro. Van solos mar adentro.
El lago Tiberiades -llamado mar de Galilea- se encuentra en una especie de olla a doscientos metros bajo el nivel del mar, rodeado de cerros de alturas elevadas, por lo que tal constitución geográfica hace que el paso de los vientos por la zona desate fuertes tempestades sobre la superficie de las aguas.
Así, ese pequeño grupo de hombres se ven sometidos a los cimbronazos de la tormenta, situación por demás peligrosa aún cuando entre ellos hay pescadores experimentados como Pedro y Andrés, Juan y Santiago. 
Quizás no tambalea tanto la barca como sus almas y su confianza luego de que esa imagen de un Mesías glorioso se les cayera de modo tan contundente. No irán por Jerusalem, no impondrán un gobierno al modo que imaginaba en sus ansias su pueblo. Sucede que las aguas se vuelven turbulentas porque sus proyectos no son idénticos a los de Cristo. Sus sueños no se condicen con los sueños de Dios, antes bien quieren un Dios que se les asemeje a la imagen que de Él se han creado.
De allí que les sobrevenga el temor no por el mar encrespado que golpea la frágil barca, sino por ese Cristo que han abandonado por rechazar poderes terrenales, y ahora se les acerca con la majestad del amor salvífico de Dios, un Dios todopoderoso precisamente porque ama, un Dios que siempre tiende la mano para no hundirnos, un Cristo que camina por sobre todas las aguas turbulentas en las que solemos arriesgar la existencia.
Paz y Bien

Pan infinito










Para el día de hoy (28/04/17):  

Evangelio según San Juan 6, 1-15





Dos símbolos muy importantes enmarcan la lectura que nos brinda la liturgia del día: la montaña y la cercanía de la Pascua. La montaña como espacio propicio para el encuentro con Dios, y la Pascua como acción liberadora de Dios en favor de su pueblo.

La multitud que se congrega es enorme, aún para la época. Muchos siguen a Jesús de Nazareth por su fama de taumaturgo que a nadie rechaza y que realiza tantos milagros; otros, porque depositan en Él las esperanzas de liberación de la nación judía. Otros tantos, porque es el único que les presta atención, los olvidados que nadie tiene en cuenta. Como sea, lo buscan a partir de criterios individuales y limitados, nó como al Cristo, al Redentor de Dios, pues ni la multitud ni los discípulos alcanzan a comprender el verdadero carácter mesiánico del Maestro.

Pero sólo Él ha advertido el cansancio y el hambre, y también el hambre más profundo. Aún así, impulsa a los suyos a que busquen una solución, y la respuesta de Felipe es razonable, pero se resigna frente al aparente desafío insalvable, pero no puede obviarse que el Señor nos convoca a poner las manos, el cuerpo para hallar soluciones al hambre de los hermanos. No hay ambages ni abstracciones.
Con todo y a pesar de todo, las respuestas suelen encontrarse en los pequeños detalles, en los gestos sencillos y profundos como el almuerzo compartido por ese muchacho, almuerzo de pobre, cinco panes de cebada y dos pescaditos.

El pueblo de Israel peregrinó cuarenta años por el desierto luego de la Pascua; durante ese duro peregrinar, la mano bondadosa de Dios los asistía y sostenía a diario con el maná que debía consumirse sin guardarse. Cristo asiste y sostiene a su pueblo, pero sus dones nunca se pierden: la Gracia permanece para siempre, su Pan -Él mismo- es infinito.

Las canastas se llenan con lo que queda pero que no es resto ni sobra menor. Es el pan vivo que está preparado para todos los que vayan arribando al banquete universal al que toda la humanidad ha sido convidada, el pan que compartimos en la mesa santa de la Eucaristía.

Paz y Bien

Trabajadores de la mies











Santo Toribio de Mogrovejo, obispo, patrono del Episcopado Latinoamericano

Para el día de hoy (27/04/17):  

Evangelio según San Marcos 9, 35-38



La tarea es enorme, y es tan grande el desafíoque puede amilanarse más de uno, decantando en razonadas justificaciones por las cosas omitidas, por los compromisos abdicados, todas excusas para no navegar mar adentro de la confianza, de la fé.

Pero una de las cuestiones fundamentales de la convocatoria a esa tarea es Aquél quien convoca, invita, confía en sus trabajadores. Los cosecheros, mujeres y hombres frágiles seguidores, con todo y a pesar de todo, de Cristo Resucitado, tienen por delante de sus ojos y sus existencias una tarea que estará caracterizada y se decide por la compasión, es decir, por el dolor del otro asumido genuinamente como propio, en la asombrosa generosidad incondicional de la caridad.

Llevar Buenas Noticias allí en donde nada es nuevo y nada es bueno. Esparcir con alegre derroche la Gracia, que no es nuestra pero que fecunda la tierra. Abrir sin miedos todas las puertas y las ventanas de la casa que llamamos Iglesia, porque allí hay una mesa grande con lugares para muchos, en el ágape de la vida concelebrada. Luchar mansamente y sin descanso contra la soledad y la injusticia. Expulsar de las almas a toda corrupción, con la fuerza de Aquél que se ha quedado para siempre.

La viña no nos pertenece, y eso ha de esmerilarnos los orgullos y las soberbias. Estos campos son de Otro, confiados a nuestro cuidado, en una confianza desmedida y desproporcionada respecto de la aquella que solemos depositar en Él.

Muy especialmente, hemos de reflexionar en la tarea de cosechar. 

Cosechar no es cuestión de praxis continua y a menudo sin sentido, en las puras ganas de hacer.

Cosechar implica que ha habido germinación y crecimiento, y que hay frutos que recoger, frutos siempre buenos.

Cosechar es ante todo tarea de fé.

Cosechar es confiar, corazón adenrto, que el Espíritu que todo sostiene y empuja, y que sopla en donde quiere y por todas partes, ha suscitado por todas partes y en los sitios más insospechados, frutos santos, vitales, únicos, que esperan ser descubiertos y levantados, para que se re-cree la esperanza.

Esa, precisamente, es la tarea de los cosecheros. Y no hay suficientes.

Hacia el Dueño de la viña vá nuestra plegaria, para redescubrirnos trabajadores empeñados en santa tarea, y para que el Espíritu siga creciéndonos pastores para tantas ovejas libradas a su suerte.

Paz y Bien




Hijos de la luz







Para el día de hoy (26/04/17):  
 
Evangelio según San Juan 3, 16-21





Siempre tenemos presentes en nuestra imaginación sendas balanzas, balanzas que detentará Dios y que, según su inclinación favorable o contraria nos hará obtener los premios eternos o la condena definitiva. Ello se corresponde a una dura imagen de un dios juez, jurado, fiscal y verdugo todo a la vez, rápido y eficaz en sus castigos en el final de la existencia terrena o en una potencial existencia postrera.
Esa mentalidad religiosa se corresponde a una espiritualidad pseudo comercial, de acumulación de méritos piadosos que se trocarán por los favores divinos.
Nada más ajeno al amor de Dios, nada más contrario a la Cruz. Porque la cruz es una locura y un escándalo desde las limitadas razones humanas. Supone la ejecución abyecta de los marginales, infiere derrota y humillación, epítome de todos los fracasos.
Pero en esa cruz de la Pasión de Jesucristo y por esa cruz todos vivimos.
Esa cruz es señal perenne del amor asombroso e insondable de Dios, que es capaz de entregar a su mismo Hijo para nuestra salvación. Porque nos ama, a buenos y malos, a justos e injustos, especialmente a los que andan extraviados, agobiados de sombras y miserias.
El Dios de Jesús de Nazareth, por ese mismo amor de Padre y Madre nos ha conferido en la Resurrección la identidad plena de hijas e hijos, y con ello, nuestra libertad. La libertad de salvarnos, la libertad de hundirnos en los fosos de los que nunca se sale porque no se quiere.
La Salvación es don y misterio, pero es también invitación a ser partícipes necesarios. No somos espectadores pasivos, ni robots, ni marionetas manipuladas por hilos invisibles. Desde esa misma condición filial, asombrosamente podemos elegir entre la luz y las sombras.
Somos muy pero muy valiosos a los ojos de Dios, y Él confía en nosotros mucho más que las pequeñas muestras de confianza con que sabemos retribuirle.
Quizás no nos hemos convencido aún que a las hijas y a los hijos se les reconoce su identidad porque llevan a cada instante el rasgo primordial de la familia. Y este rasgo -mucho más que el adn, lejos de cualquier tribu- es precisamente el amor, que se expresa en humilde silencio, en gestos de compasión, en acciones solidarias, en pasos de servicio generoso, en fiestas de liberación. Ahí resplandece la luz de esta familia creciente que llamamos Iglesia.
Paz y Bien

A toda la creación









San Marcos Evangelista

Para el día de hoy (25/04/17):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-20


Jesús de Nazareth continúa su ministerio, su tarea de Salvación a través de los suyos, por la comunidad que ha gestado, cuya sacramentalidad es señal cierta del amor de Dios.

Como el Maestro, no hay frontera geográfica, racial, social, histórica o religiosa a la cual limitarse ni confín de exclusividad: la misión es universal, y es misión vital, pues es llevar a todas partes Palabra, signos y hechos del corazón sagrado de Jesús y, por lo tanto, de Abbá Padre, la vida plena y definitiva para todas sus hijas e hijos, la humanidad toda y más aún, a toda la creación. La misión excede las fronteras interpersonales y se extiende a todo lo creado, pues en la naturaleza también encuentra las huellas del Padre creador a quien rinde culto cuidando y honrando la naturaleza como mandato de hijos.

Este oficio de ser testigos -pescadores de hombres, tenaces portavoces de la mejor de las noticias- no está exento de riesgos ni peligros. El mal no baja los brazos con tanta facilidad como solemos hacerlo la mayoría de nosotros.

Por ello, no contarán tanto los equipamientos externos que porten los testigos, sino más bien de como estarán revestidos sus corazones, una extraña coraza protectora que es totalmente permeable al amor de Dios y al hermano.

En sus almas anida el poder de expulsar demonios, con humildad y mansedumbre, esos demonios que representan el mal que se enquista en la vida y que impide respirar y crecer, el mal que todo cercena, el mal que impide vivir una vida nueva y plena.

No tendrán demasiadas dificultades a la hora de comunicarse: hablarán el lenguaje universal del amor.

El veneno del egoísmo, la ponzoña del yo antes que el tú y el nosotros podrá ser molestia más nunca desviará su paso firme hacia el horizonte de un Dios que se asoma en la vida diaria.

Hay muchas heridas abiertas, hay tantos corazones quebrados, tantos hermanos separados, que la misión tiene un color de sanación y restitución de familia vinculada por algo más que la biología.

Los testigos puede ser frágiles, venales, quebradizos pecadores. Pero no cejarán, no se resignarán ni su tarea será estéril. Siempre van respaldados y acompañados por Aquel que vive para siempre

Paz y Bien

Nacidos de lo alto







Para el día de hoy (24/04/17):  

Evangelio según San Juan 3, 1-8



La escena se desarrolla en la noche, de manera confidencial y casi clandestina, y no se trata solamente de una cuestión horaria sino un reflejo del conflicto interior que agita el corazón de Nicodemo.

La escena también es muy disímil, despareja. Nicodemo, un prestigioso magistrado laico y notable entre la nación judía, integrante de un Sanedrín dominado por las corrientes farisea y saducea. Esos hombres ejercían un gran poder sobre Israel, sólo limitado por el pretor romano con el respaldo brutal de las legiones estacionadas en la zona. 
La aristocracia que expresa Nicodemo se contrapone con el joven rabbí de Nazareth, pobre y galileo sin credenciales académicas, a menudo considerado un revoltoso que nunca se callaba a la hora de criticar a escribas y fariseos, autoridades inmutables e indiscutibles de la religiosidad oficial. Para colmo de males, era usual considerar que nada bueno podría salir de Galilea.
Inclusive, no sabe bien como dirigirse a Jesús y por ello lo llama Maestro, y reconoce que sus acciones o signos tienen el respaldo de Dios; tal vez haya en su declaración un indicio de que otros integrantes del Sanedrín concuerden con su postura, al hablar en plural. 

Muchos de nosotros somos Nicodemo, claro que sí. Portamos credenciales religiosas que avalan nuestra pertenencia a una religión institucionalizada, veteranos algunos y expertos otros en los menesteres reglamentarios y del culto. Sin embargo, desde la periferia de la existencia, al borde mismo de nuestras vanas confianzas la voz joven del Maestro nos contradice, nos despierta, nos sacude los esquemas, nos dice sin ambages que es imperioso nacer de nuevo, nacer de lo alto, nacer del Espíritu.

Quedarnos quietos exhibiendo simpatías hacia la radicalidad de la Buena Noticia es fácil, y en cierto modo tiene la linealidad que no comprende cómo es posible, aún siendo viejo, nacer de nuevo. 
Volver a nacer, nacer de lo alto implica dejarse transformar por la asombrosa Gracia de Dios y vivir conforme a ello, haciéndose último con los olvidados, pequeño con los que no cuentan, servidor sin condiciones, hermano fiel de todos los crucificados para mayor gloria de Dios, para que el Reino sea, humildes y firmes testigos del Resucitado.

Paz y Bien

Tomás, el encuentro personal con Cristo









Segundo Domingo de Pascua

Domingo de la Divina Misericordia


Para el día de hoy (23/04/17):  

Evangelio según San Juan 20, 19-31





Para contemplar en toda su profundidad el acontecer humano, es menester no quedarnos en abstracciones puras ni en esquemas anacrónicos, es decir, mirar con ojos de este tiempo ciertas cuestiones acaecidas siglos atrás. Así, frente a la lectura que hoy nos propone la liturgia del día, permanece inalterable el milagro de la fé pero el contexto excede nuestros prejuicios por lejos. 

Esos hombres estaban encerrados por temor a persecuciones y represalias por parte de los dirigentes religiosos; ellos habían visto detener como un criminal peligroso al Maestro, y a pesar de dispersarse, conocieron de cerca las torturas que sufrió, el juicio amañado, las burlas de la soldadesca, su muerte en la cruz.

Son hombres que han pasado por instancias terribles, es una comunidad que se ha gestado caminando junto a Jesús de Nazareth durante tres años, portando todos sus sueños y esperanzas, y que ahora, además de derrotados se sienten solos, abandonados, librados a una suerte incierta. 
Precisamente ese es el contexto de la escena que hoy contemplamos: los discípulos están encerrados por temor y porque no está con ellos Cristo, quien es la puerta, el camino, la verdad y la vida, revestidos del temor a ser exonerados de la vida nacional, religiosa, comunitaria y hasta familiar.
Pero no hay puerta ni ventana que que pueda impedir la presencia del Señor. En las cerrazones más excluyentes Él se hace presente, re-creando la paz, la esperanza, la misión de los que se han resignado, demolidos sin horizontes, entregando su don mayor, su Espíritu que hace nuevos corazones y existencias.

Tomás no estaba con ellos. Contrariamente a cualquier lectura lineal, Tomás en ningún momento duda de Cristo. 
Tomás duda del testimonio de sus hermanos, y razones no le faltan. A esa pequeña comunidad la había invadido el miedo y la desazón les mordía la confianza, y siendo él mismo parte de ellos, sus dudas se mantienen.
Ocho días manteniéndose así, obstinado y dubitativo, queriendo la certeza de la presencia del Señor; aún así, con todo y a pesar de todo, Tomás no rompe la comunión. 
Seguramente hay en ellos un serio problema que suele persistir en nuestras comunidades, y es que en sus rostros no hay nada bueno que leer. Muchos no leerán otro Evangelio que la Buena Noticia que predique nuestra vida cotidiana, nuestros gestos, nuestras acciones, nuestra búsqueda de justicia, nuestra compasión.

La fé es don y misterio y es mucho más que la adhesión doctrinal: la fé acontece a partir de un encuentro personal con el Resucitado que nos busca, nos conoce y le reconocemos por esas llagas en sus manos, la herida en el costado, señales de amor y fidelidad., Dios encarnado que se ha hecho vecino, hermano en nuestras penas y alegrías, que cargó en sus hombros todas nuestras miserias, que muere en la cruz para que no haya más crucificados, que venció a la muerte, que encabeza la inmensa caravana de una vida que no se termina, que apenas amanece. 

Allí, como Tomás, a partir de ese encuentro decisivo de fé y existencia, le reconocemos Señor y Dios nuestro, promesa y profecía, la serena alegría que no se agota y que se derrama fértil sobre todos los que se atreven a creer.

Paz y Bien



La fé de los apóstoles








Para el día de hoy (22/04/17):  

Evangelio según San Marcos 16, 9-15




Los Once, el colegio apostólico, eran hombres que habían incrementando el endurecimiento de sus corazones, su permeabilidad a lo sagrado. Los podía más el miedo, el fracaso, la tristeza, los viejos preconceptos, capa tras capa de incredulidad.

María Magdalena, primer testigo privilegiada de la Resurrección y apóstol de ese Cristo victorioso, fué ignorada. La oyeron pero no la escucharon, en parte por ser mujer, en parte por su incredulidad.

Los caminantes de Emaús compartieron Pan y Palabra y reconocieron en su corazón al Resucitado. Pero a ellos tampoco les creyeron.

Corresponde mencionar que esos hombres, si bien amaban a su Maestro, no lo consideraban su Dios, ni un Mesías como Él mismo se revelaba, ni aceptaban sus enseñanzas, ni mucho menos toleraban la imagen del Servidor sufriente, Cristo derrotado, que reniega poderes y gloria y redención forzosa de Israel.
Uno lo traicionaría, entregándolo a manos de sus enemigos. Otro, arrebatado y voluble, declama su lealtad pero al primer apuro lo niega con la rapidez del canto de un gallo matinal. Casi todos ellos, en los días oscuros del arresto, juicio y Pasión se esconden, demolidos de temor y fracasos.

Sin embargo, nuestra fé -la fé de la Iglesia- no es la fé de la Magdalena ni la de los discípulos de Emaús, aunque también vale para nosotros el reproche de que no sabemos ni queremos escuchar a los testigos veraces de Dios.
Nuestra fé es apostólica, es la fé de los apóstoles.

Son hombres doblegados por culpas duplicadas. La culpa del abandono del Maestro en las horas terribles, la culpa de la incredulidad en la Resurrección por el testimonio cierto de discípulos fieles.
Es una fé de culpables, pero mucho más que ello. Es la fé de aquellos que han sido perdonados por Dios en su infinita bondad y misericordia, que tienen por misión llevar hasta los confines del mundo y el universo la Buena Noticia de la Salvación, del amor de Dios.
Se trata de hombres liberados de los sayos de incredulidad que han aceptado colocarse, de hombres perdonados, de hombres que llevan consigo la mejor de las Noticias sabiendo en sus propias entrañas que no es una noticia que les pertenezca, pues se reconocen indignos de ella, pero que ahora reconocen el paso salvador de Dios por sus existencia y se convierten en servidores que reflejan esa luz.

Paz y Bien

Redes que no se rompen







Para el día de hoy (21/04/17):  

Evangelio según San Juan 21, 1-14



Nada es azaroso ni casual en los Evangelios. Todo tiene un significado, ventanas al infinito a través de los símbolos. 
Así, el sitio en donde transcurre la escena es el mar de Galilea, sitio conocido por el Maestro y sus amigos, pues eran de la zona muchos de ellos. Sin embargo, el Evangelista indica que nos encontramos en el mar de Tiberiades, de resonancias paganas -no judías-, silencioso indicio de que la misión no debe encerrarse, que es menester navegar hacia los gentiles, es decir, hacia todos los pueblos. Ello se reafirma en el número de los apóstoles que entran en escena, siete y no once, otro indicio de la universalidad de la misión pues el número siete remite en la simbología bíblica a todas las naciones de la tierra, una Iglesia que no se cierra en sí misma sino que se abre a todas las gentes.

Pedro toma la decisión individual de ir a pescar y los demás le siguen. Mayormente, ellos son pescadores experimentados, que durante años ganaron su sustento en esas aguas; tiempo atrás, el Maestro los convocó en una confianza infinita, para ser pescadores de hombres. En este caso, deciden regresar a la falsa seguridad de lo viejo y conocido, lo anterior sin tantos problemas ni riesgos: la noche que los circunda, los esfuerzos vanos sin frutos son la señal de una Iglesia que se desmadra en grandes planes pero que olvida lo principal, seguir al Señor, escuchar su Palabra, confiar en su presencia.

Con todo y a pesar de todo, aún cuando no lo vean, el Señor está siempre allí, en la orilla. 
Es menester escuchar su voz, hacer lo que Él diga tal como nos decía esa mujer y madre de Nazareth. Seguir confiando sin resignaciones, a pesar de que una realidad cruda nos diga lo contrario, que nada cambiará, que todo seguirá igual.

Cuando se escucha su Palabra, la pesca deviene milagrosa en sus múltiples frutos, peces que se mantienen con vida en esas redes asombrosas que no se rompen, pues la Iglesia puede contener a todos sin resquebrajarse en las redes humildes e inalterables de la caridad y la compasión.

Con el Discípulo Amado, como el Discípulo Amado, reconocemos al Señor en la mesa compartida de la Eucaristía.

Paz y Bien

Palabra y pan compartidos








Para el día de hoy (20/04/17) 

Evangelio según San Lucas 24, 35-48



Los peregrinos de Emaús contaban la profunda experiencia vivida a los Once, el Cristo Resucitado reconocido al atardecer, al partir el pan, el Cristo que también se había aparecido a Simón Pedro. El ánimo del grupo oscilaba entre el temor a represalias y venganzas, tal vez el miedo a correr la misma suerte del Maestro, y la esperanza sustentada por esas noticias asombrosas que ahora conocían.

El Resucitado de golpe se hace presente en medio de ellos con un Shalom inmenso, un saludo de paz a esos hombres atemorizados. La presencia del Señor los deja atónitos, estupefactos. A veces pasa que frente a constantes de miseria, dolor y tristeza -cuando algo bueno sucede- se descree de ello, se mira con desconcierto. Pero también la Resurrección de Cristo sólo puede comprenderse de manera cabal desde la fé; una mirada acotada al plano de lo racional remite a lo que ellos percibían, un espíritu o, más bien, un fantasma.

El Resucitado no es una aparición. Se trata del Crucificado, del hijo de María de Nazareth, del mismo que proclamaba la Buena Nueva, que revelaba el rostro amoroso de Dios, que pasó haciendo el bien, que padeció bajo el poder imperial regido por Pilatos, que murió en la cruz y que ahora está vivo. Las heridas de sus manos y sus pies dan cuenta de ello, la santa continuidad de su fidelidad absoluta al Padre y su oblación para la salvación.

Él comparte la mesa con sus amigos, y desde allí se iluminan las inteligencias para comprender el sentido verdadero de la Escrituras: todo conduce a Él y en Él adquiere pleno significado. Con Él también la historia humana puede comprenderse, a pesar de todo, como historia de la Salvación, porque el testimonio de los suyos se transmite fielmente de generación en generación en su Iglesia, que por amor en su testimonio de la Palabra y el pan compartidos celebra la presencia de Aquél que está vivo y presente en medio de su pueblo.

Paz y Bien



Nuestro Emaús









Para el día de hoy (19/04/17) 

Evangelio según San Lucas 24, 13-35



Por ahí andamos, cargados de palabras, heridos de ansiedades y desencantos, con las esperanzas truncas y, a menudo, con los sueños demolidos. Andares pesados y cansinos, andares que sólo ven crucifixiones y viernes terribles, nunca Viernes Santos. 

Los caminos se vuelven entonces regresos a lo conocido, a lo habitual y muchas veces a lo viejo, a lo de siempre. Volver a casa con una mochila llena de interpretaciones dolorosas, con horizontes desdibujados, con la precisión de los errores aceptados en total normalidad y la aceptación cotidiana de las miserias.

Miradas mundanas a lo que no puede mensurarse, criterios de poder para explicarlo todo y aún así no comprender los sentidos profundos, lo que está tras las apariencias y bajo la superficie. Y parece que Dios no quiere enterarse de lo que nos agobia, que mira para otro lado, que la contundencia de las lágrimas es inquebrantable.

Uno de los peregrinos de Emaús es identificado como Cleofás mientras que se omite el nombre del otro, en silente invitación para que justamente allí se coloque nuestro nombre.

Emaús es el camino de la vida que siempre acontece con otros, porque solos no llegamos a ninguna parte.
Emaús es también la señal de que todo tiene su tiempo, su proceso, su maduración, su crecimiento, y que hay que desconfiar alegremente de lo instantáneo.

Nuestro Emaús es el Cristo que reconocemos cuando compartimos el pan y cuando escuchamos con atención la palabra, el Cristo que invitamos a que se quede en este hogar que es nuestro corazón.
Y que finalmente sabemos en las honduras de la vida que Él andaba, paso a paso, a nuestro lado en el camino.

Paz y Bien

María Magdalena apóstol









Para el día de hoy (18/04/17) 

Evangelio según San Juan 20, 11-18



Con un destrato a veces cruel, María Magdalena se la ha encasillado en cuestiones de índole moral sin fundamento histórico, literario ni evangélico, y así se ha relativizado su enorme estatura espiritual y su relevancia fundamental para la Iglesia. Más aún, en los últimos tiempos y a partir de especulaciones absurdas se ha montado un pingüe negocio editorial y audiovisual, el que es dable razonar como intención primordial antes que ansias de verdad. Las teorías conspirativas recaudan mucho dinero sin importar certeza ni justicia.

Por otra parte, con un dócil y triste conformismo hemos aceptado irreflexivamente todos los rótulos que a ella le han impuesto -pecadora, prostituta, penitente- y de ese modo renegamos y soslayamos lo que verdaderamente cuenta, su importancia como mujer creyente, como discípula y como apóstol de los apóstoles.

Porque Santa María Magdalena es una mujer de fé que, a pesar de que todo indica lo contrario, de que campea el miedo, de que los varones cercanos al Maestro han huido y están ocultos atenazados por el miedo, permanece fiel en un amor que no se resigna ni se doblega, corazón demolido pero erguido al pié de la cruz.

En ella podemos descubrirnos cuando las sombras de la muerte y los silencios tristes nos cercan los días. En ella están todos aquellos que aún cuando porten algunas razones equivocadas, no se abandonan porque no se aferran a ideas sino que están indisolublemente ligados a Alguien. Las lágrimas que anegan su horizonte no impiden que pierda su centro, ese Maestro que supone habitante del sepulcro frío.

En el tiempo de la Gracia, ya no hay más imposibles y hay un destierro de los nunca, de los jamás, de los no se puede. Ese sepulcro al que imagina hogar de un cadáver, es hueco inútil de una muerte que está en fuga definitiva, a la que sólo le queda retroceder.
Con sus errores y confusiones, con una tristeza que parece permanente, prevalece ese amor que la moviliza en la madrugada solitaria, y es ese amor el que la hace descubrir al Maestro vivo, Cristo resucitado, encuentro y re-encuentro que salva.

No hay nada más importante, y esa prisa le pone alas a sus pies y a su corazón, y es una noticia que debe ser comunicada, mandato urgente de que Jesús de Nazareth está vivo, que la muerte no tiene la última palabra, que la vida y el amor de Dios prevalecen. 
Ella es mujer y en la sociedad de su tiempo es una nadie, alguien que no tiene derechos ni ha de ser tomada en cuenta. Ella es pequeña, de esos pequeños a los que Dios inclina su rostro y se revela en todo su esplendor. 
Ella tiene el asombroso mandato y la enorme misión de ser testigo del Cristo vivo a la Iglesia, a aquellos que se han escondido por el miedo y la desazón, por una Pascua que tienen pendiente. Ella es apóstol de los apóstoles, mensajera crucial para que ellos puedan cumplir con su misión a todos los confines del mundo.

Quiera Dios que volvamos a descubrir la importancia de todas las Magdalenas que tenaces y fieles nos siguen diciendo que Cristo está vivo, que la vida perdura, que la muerte no es el final.

Paz y Bien

Miradas sobre la Resurrección







Para el día de hoy (17/04/17): 

Evangelio según San Mateo 28, 8-15



Las mujeres corren presurosas a dar la asombrosa noticia a los discípulos: no hay un muerto y se han encontrado con Él. ¡El Señor ha resucitado!

Los guardias, a su modo, también son mensajeros. No se dirigen por los canales usuales, es decir, por la cadena de mandos de los ejércitos romanos; en cambio, se dirigen a la Ciudad Santa para dar el aviso a los sumos sacerdotes de lo que ha sucedido.
Hay un convenio entre sacerdotes -poder religioso- y ancianos -poder político-: reunen una cantidad importante de dinero y con ella sobornan a los guardias, para que afirmen que durante la noche los discípulos roban el cadáver del Maestro, y de ese modo argumenten que ha regresado a la vida.

Unas y otros coinciden en el hecho primario, y es que la tumba está vacía.

Son dos miradas frente a la Resurrección, y no se trata, como podría inferirse, de una afirmación o una negación. 
Se trata de la mirada del mundo o la mirada de la fé.

La mirada del mundo puede transformar la Resurrección de Cristo en una simpática leyenda que se pierde en los pliegues de la historia, o la argumentación identitaria de una Iglesia naciente. Otros, como el ejemplo de los soldados y los líderes religiosos de aquel tiempo, articulan una explicación de los hechos en las que se mixturan el poder, el dinero y también corrupción. 

La Resurrección es un hecho sobrenatural que sólo puede percibirse y asimilarse desde la fé, ámbito de los co-razones antes que de las razones.

Desde la fé anunciamos al mundo, a partir de la primer noticia comunicada con alegría por esas mujeres, la Buena Nueva del Señor Resucitado que ha vencido a la muerte, nuestra vida y nuestra esperanza.

Paz y Bien



Domingo de Pascua: la piedra corrida







Pascua de la resurrección del Señor


Para el día de hoy (16/04/17): 

Evangelio según San Juan 20, 1-9





En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth las tumbas de los ricos se diseñaban para albergar a los fallecidos de la familia, y solía colocarse una piedra grande en el acceso como puerta dificultosa y también para desalentar a los saqueadores de tumbas, para que los muertos reposen en paz.
La tumba donde colocaron el cuerpo muerto de Jesús de Nazareth era de Jesús de Arimatea, un notable de Jerusalem: la tumba del Señor es tumba prestada.

María de Magdala advierte que la pesada piedra ha sido corrida.
Esa piedra fuera de su sitio no está allí para permitir la improbable salida de alguien atrapado allí dentro.

La piedra que se ha corrido es señal para los otros, para los que esperan contra toda esperanza, señal indeleble que esa tumba es casa inútil de la muerte.
Que la cruz no es el final.
Que al Cristo no hay que buscarlo entre los muertos porque vive. Ha resucitado.

Cristo ha resucitado, y nos pone alas en los pies y prisas en el alma para contar la mejor de las noticias a tantos que andan sumergidos en un presente sin destino, en las tinieblas persistentes, en las sombras que parecen definitivas.

Ha terminado el no se puede, han quedado a un lado todos los nunca y los jamás, todo, todo es posible porque el Señor ha resucitado.

Muy Feliz Pascua de Resurrección!

Paz y Bien

Sábado de Gloria: cadena de anuncios











Sábado Santo

Vigilia Pascual en la Noche Santa


Para el día de hoy (15/04/17): 

Evangelio según San Mateo 28, 1-10




El momento es el amanecer del primer día de la semana luego del Shabbat, cuando todavía está oscuro, y es la señal del nuevo día de la nueva creación, y esa oscuridad se corresponde con las almas vestidas de tristeza y dolor de esas mujeres.

Llevan consigo perfumes, quizás para ahuyentar el hedor de una muerte cierta y dolorosa, pero también es el persistente aroma de un amor que no ha podido derrotar la muerte, la horrorosa muerte que ha sufrido el Maestro que amaban.

La piedra que obtura la tumba ha sido removida, indicando que ya no será casa de muertos sino sitio inútil porque la muerte no es el final.

Los guardianes quedan ateridos de espanto, paralizados en su terror. Los poderosos y sus personeros retroceden así frente a la real presencia de Dios, y además, sin los ojos profundos de la fé cualquier hecho que bordee y desautorice la contundencia de la muerte conduce a ciénagas de temor.

El Ángel dá el aviso: les anuncia que el Señor crucificado no debe ser buscado entre los muertos porque ha resucitado. Se han cumplido las promesas, la muerte ha sido vencida, prevalece por siempre la vida. La mejor de las noticias.

Desde ese amanecer, la misión de la Iglesia es, ante todo, una cadena de anuncios.

Del Ángel a las mujeres.

Las mujeres, misioneras y evangelizadoras de los apóstoles.

Los apóstoles, a todas las naciones y en todos los tiempos, llegando hasta nosotros.

También es nuestra misión continuar esa maravillosa cadena de amor y liberación, anunciando que Cristo está vivo, que todo es posible, que viviremos por siempre.

Feliz Pascua de Resurrección!

Paz y Bien

Un Dios que muere



Viernes Santo de la Pasión del Señor


Para el día de hoy (14/04/17): 

Evangelio según San Juan 18, 1-19, 42





Arresto, proceso, ejecución y sepultura.

Lo arresta un grupo compuesto por soldados romanos y guardias del Templo, designados por el Sanedrín. Como si se tratara de un hombre peligroso. Quizás preven una respuesta armada de parte de los suyos -la acción de Pedro les otorga cierta razón-, pero hay también una cuestión llamativa: lo han buscado durante bastante tiempo por varios sitios infructuosamente, y sólo logran atraparle mediante la intervención de un traidor, el Iscariote, que les señala no sólo el lugar sino al reo que buscan. 

Lo llevan ante Anás, ante Caifás, ante Pilatos, ante Herodes Antipas, ante Pilatos de nuevo. Proceso cuanto menos irregular y ajeno al derecho. La condena está decidida de antemano, y parece que el debido proceso y la justicia sólo se garantiza a los poderosos.
Los dirigentes religiosos se quedan en la puerta del pretorio, pues consideraban impuro ése lugar, la fortaleza Antonia sede del pretor romano en Jerusalem. La soberanía todo, especialmente sobre la vida y la muerte, correspondía al ocupante imperial romano.
Se quedan en la puerta del lugar impuro, en resguardo se su pretendida diafanidad y pureza espiritual. Extraña contradicción de sumisión a quienes ofende y explota a su pueblo y holla la tierra santa con sus legiones. 
Esos hombres son profundamente religiosos, pero el odio les gana la vida entera, y con tal de procurar la muerte de Jesús de Nazareth devienen en apóstatas sin remedio: afirman sin inmutarse que no tienen otro rey que el César.
Pilatos era ferviente antisemita y no perdía oportunidad de ofender al pueblo que sojuzgaba; así ingresó varias veces por la fuerza al tesoro del Templo, saqueando sus arcas, colocando símbolos imperiales en ámbitos sagrados, reprimiendo con voraz violencia cualquier atisbo de rebelión. La indecisión frente al Cristo es volátil, tan volátil como la justicia que ejerce: prima el poder que detenta y que depende en todo de los caprichos del César. Aún cuando lave sus manos, entregará al manso rabbí galileo a la precisión de la tortura romana y de la crucifixión, porque ese hombre se hace rey y no reconoce al César como Dios. La identificación que colocará en la cruz tiene intenciones ofensivas para con los dirigentes religiosos: Jesús Nazareno rey de los judíos. El término correcto hubiera sido Rey de Israel, y ello denota un menoscabo de la misión del Señor pero también la naturaleza política de la decisión de muerte que tomará: es un problema de esos revoltosos judíos que él se encarga de aplastar sin demoras.

Los romanos eran expertos a la hora de aplicar la pena capital. Previo al cadalso en sí mismo, al reo se lo ablanda con torturas planificadas, una flagelación que disminuya el físico del condenado y que nos les robe tanto tiempo. Es dable suponer que Jesús llega al Gólgota muy cerca del coma, un peso brutal del madero que debe cargar por las calles de una Ciudad que no parece tan santa, manchada por la sangre de los inocentes.
La cruz, como patíbulo, se reservaba a los criminales más abyectos, y tiene dos facetas: la acción punitiva en sí misma y el castigo ejemplificador que desaliente cualquier conducta. A la vista de las gentes, se solía dejar agonizar al condenado por horas, y luego de su muerte, se dejaban los cadáveres con una siniestra amenaza para aquellos que anduvieran siquiera pensando en rebelarse contra Roma.

Cristo muere rodeado de malhechores, y de soldadesca que se burla.

Los discípulos han huido, se escondieron atenazados de miedo. Frente a la cruz, la Madre, otras mujeres y el Discípulo Amado.
José de Arimatea pide permiso al pretor porque se acerca el día de la Preparación previo a la Pascua, y el tiempo se acaba para tratar con un cadáver. Junto a Nicodemo, entierran a las apuradas al Cristo muerto, colocándole mortaja y sales aromáticas que retrasen el hedor de la muerte. Tumba nueva y sin uso, tumba prestada para el pobre entre los pobres. La norma romana lo hubiera destinado a una fosa común sin identificación, como un residuo que se descarta.

Los datos crudos y lineales indican derrota, dolor, muerte. La superficie señala que siempre deciden los Anás, los Caifás, los Herodes, los miserables opresores de este mundo.

La pura letra dice que Dios ha muerto.

Sólo desde la fé y desde un profundo silencio podremos descubrir una luz de esperanza entre tantas tinieblas, el insondable e infinito amor de Dios que prevalece sobre la muerte, que nada se reserva para sí, un Dios que asume en sus hombros todas nuestras miserias, un Cristo que en su santo sacrificio reconcilia cielos y tierra, una cruz que es salvación antes que condena eficaz, la libertad absoluta de Cristo que es mayor que la eficacia mortal de los romanos, un Dios fiel hasta la muerte que transforma dos maderos horribles en un árbol santo del que fluye vida y bendición.

Paz y Bien



La identidad profunda de Cristo








Jueves Santo

Misa Vespertina de la Cena del Señor

Para el día de hoy (13/04/17): 

Evangelio según San Juan 13, 1-15





En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, lavar los pies era un gesto de hospitalidad y gentil acogida que se brindaba a un invitado, en aras de hacerlo sentir en su hogar y también de destacar su importancia. Pero ello se reservaba a las mujeres o a los esclavos no judíos, pues se consideraba una tarea indigna de los hijos de Israel.

El Maestro es un hombre que está a punto de morir y tiene plena conciencia de ello, y esa Cena es cena de despedida pero también cena de hasta pronto. Él se irá para quedarse de una manera más perfecta.

Así, en la gravedad de la hora y la intensidad de la despedida, quiere dejarles a sus amigos su herencia mayor, su rostro de Servidor, del Dios que se despoja y se abaja para salvar a la humanidad. Quitarse el manto, en ese tiempo, equivalía a quedarse semidesnudo, desprotegido.
Cristo se despoja de todo y a su vez se ciñe una toalla a la cintura, una cuestión práctica para secar los pies limpios y a su vez simbólica: se ciñe para el combate que acontecerá en pocas horas, un combate manso, humilde, un combate de muerte del que no rehuirá porque permanecerá fiel al Padre.

El allí, a los pies de los suyos, un rostro que se espeja -a pesar de todo- en el agua que se enturbia por el polvo de los pies, un esclavo que hace su tarea sin esperar nada a cambio, ni siquiera un gesto de gratitud o una palabra de agradecimiento.

Pedro rechaza que el Señor se rebaje a una tarea tan indigna, y ante la respuesta del Maestro se desvía por lo viejo conocido, es decir, por los rituales de purificación establecidos; de allí que pida que Él le lave los pies, las manos, la cabeza. No comprende aún la trascendencia de ese gesto entrañable que revela al mismo Dios.

Por ello es imprescindible e impostergable dejarnos lavar los pies. Descubrir asombrados la identidad profunda de Cristo para andar con pasos firmes, pasos de servicio, pasos de amor, pasos de humilde fraternidad en memoria suya, para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien


 

Vender a un amigo







Miércoles Santo

Para el día de hoy (12/04/17): 

Evangelio según San Mateo 26, 14-25





La escena es bien conocida, y quizás por ello, por tantas repeticiones, se nos puede pasar por alto lo obvio, lo nítido: es Judas Iscariote quien sale a la noche y se aleja del Maestro, es él quien se dirige al Sanedrín, es él quien pacta entregarlo por treinta monedas de plata, es él quien busca la mejor ocasión para entregarlo a sus captores.

No hay coacción ni condicionantes, sólo su libertad, la libertad que utiliza para internarse en una perdición sin retorno. 

Judas se dirige a los Sumos Sacerdotes -los jefes religiosos de Israel- no tanto como los enemigos por autonomasia de Jesús de Nazareth, sino porque ellos representan la ortodoxia, la estabilidad de lo viejo frente a los riesgos de la absoluta novedad del Evangelio, la falsa seguridad de ciertas tradiciones que son traiciones. 
Judas vá hacia ellos, en parte, porque expresan la racionalidad de una religiosidad inamovible frente a la locura vital y creciente de Cristo, porque el amor siempre desestabilizará los desórdenes instaurados.

Los sacerdotes resuelven darle treinta monedas de plata.

Treinta monedas es el valor que se impuso como salario a Zacarías, el pastor profeta que hablaba en nombre de Dios, como si la profecía tuviera una tasación mensurable.
Treinta monedas es el valor que debe pagarse como indemnización si se hiere o mata a un esclavo, el ser humano valuado como una cosa, una propiedad.

Sin embargo, sea cual fuere el fundamento esconde un profundo desprecio hacia el rabbí humilde y pobre de Nazareth, y el fanático apego a los reglamentos aún cuando éstos justifiquen la muerte y la injusticia.

Terrible y contradictoria escena. El Maestro sabe que uno de los suyos lo vá a entregar, y a pesar de ello no quebranta su fidelidad ni reniega de su amistad: se incuba una traición que en breve será consumada, pero Él tenazmente persiste en brindar su mano salvadora.

Los otros discípulos se apenan al saber lo que acontecerá y que el Señor les anuncia, sin darse cuenta que ellos mismos, al no comprender ni aceptar el rostro mesiánico de Servidor Sufriente, de cruz como amor mayor, ellos también a su modo traicionan la confianza de ese amigo que también es su Dios.

Quizás la traición de Judas pueda condensarse en lo terrible que es vender a un amigo. El amor de Dios no se compra ni vende, y con todas las treinta monedas que solemos aceptar, se sigue brindando a nosotros generoso y abundante por nuestra salvación.   

Paz y Bien

Mesa de amigos y traidores









Martes Santo

Para el día de hoy (11/04/17): 

Evangelio según San Juan 13, 21-33. 36-38






Esa mesa, esa noche, traslucía tristeza y despedida.

La lectura de ayer nos brindaba un indicio de lo que ocurriría a continuación y que hoy contemplamos con el enojo del Iscariote frente a lo que él considera un derroche, el perfume con el que María, hermana de Lázaro, unge los pies del Maestro. Judas no estaba en la misma sintonía de Cristo, creía que todo tenía un precio, su soberbia lo conducía al enojo como también nos hace trastabillar a todos nosotros.

El nombre de Judas, a través de los tiempos, es sinónimo de traidor. Eso no se discute. Lo que es necesario contemplar que cosas bullían en su alma para llegar a ese extremo sin retorno.
Judas había compartido durante tres años caminos, enseñanzas y pan con Jesús de Nazareth y los demás. El Maestro nada se había guardado, todo les había contado, les hablaba con el corazón en la mano, les revelaba el rostro amable de su Padre, los misterios del Reino. Los amaba sin medida, confiaba en ellos sin límites, y el mismo Judas, en esos andares, se convirtió en el ecónomo de la pequeña comunidad.

Sin embargo, sabemos que en los discípulos persistían los viejos esquemas y se enquistaban las falsas seguridades. Ellos esperaban a un Mesías glorioso y revestido de poder, que asumiera el gobierno de Israel, y que en el fondo restaurara las glorias pasadas de la corona davídica. Además conocemos la tendencia zelota del Iscariote, por lo cual el Servidor Sufriente no se condecía con la imagen de ese Mesías guerrero y caudillo violento que desalojara por la fuerza al opresor romano de la tierra sagrada; como si no fuera suficiente, el Maestro ponía en entredicho todo aquello que se suponía inamovible e inalterable, las tradiciones y la ortodoxia religiosa.

Quizás, en parte, la decisión de Judas de entregar a Jesús a las autoridades del Sanedrín tenga que ver con ello, la seguridad de las tradiciones que silencien a ese loco...

Pero esa mesa es mesa de amigos en virtud del corazón sagrado de Cristo, y a pesar de todos los quebrantos comparte su pan, ofrece generoso e incondicional su vida.

Sabe que lo traicionarán, pero permanece fiel al Padre y a sus amigos.

Sabe que Judas lo entregará, pero nada le recrimina. El pan ofrecido es el convite perpetuo para no perderse, para no extraviarse, y aún así el Iscariote elige hundirse en las tinieblas, adentrándose en la noche.

Sabe también que Pedro será rápido en renegar de Él, a pesar de lo que declama y de los volátiles fervores. En ese talante anticipa su traición, pues se arroga el derecho de morir en lugar del Cristo, y no hay amor en ello ni comprensión profunda de su entrega salvadora.

Pero el amor de Dios prevalece por sobre las traiciones. No hay modo de desterrar el amor de Dios, y el convite perpetuo a su mesa es también la tenaz invitación a no sumergirnos en las tinieblas y vivir a la luz del Evangelio, la vida de Cristo que se nos ofrece a pura Gracia y generosidad.

Paz y Bien


El perfume de Cristo








Lunes Santo

Para el día de hoy (10/04/17): 

Evangelio según San Juan 12, 1-11



El peligro se puede respirar en el ambiente, y tal vez la lógica indique buscar zonas más tranquilas o, al menos, que entrañen menos riesgos ante ese odio espeso que promulga muerte y desprecio. Sin embargo el Maestro no se escapará, y la Pasión será ante todo consecuencia de su entrega y su libertad antes que eficacia de la voracidad de sus enemigos.

Así, seis días antes de la Pascua se dirige a Betania, que está a unos tres kilómetros de Jerusalem: aún para los parámetros de esa época, sigue siendo casi un arrabal de la Ciudad Santa. 
En Betania está la casa familiar de Lázaro, Marta y María. Allí Cristo está a sus anchas, en familia, y quizás sea el símbolo preclaro de la Iglesia, hogar de los hermanos en donde Cristo se encuentra a gusto, entre amigos que ama y lo aman. 

Allí le ofrecen un banquete. El Evangelista, deliberadamente, omite mencionar a la familia de Lázaro como sujeto activo de la invitación: ese banquete, aún a las puertas de la cruz, es la comunidad cristiana de todos los tiempos que celebra y agradece la vida recibida por parte de Cristo, una vida de la cual es testigo esa misma comunidad y cuyo destinatario es toda la humanidad, acción de gracias que anticipa el banquete final, definitivo.

En esa casa perduraba el hedor de la muerte, los días de Lázaro cadáver, el hermano muerto degradándose en la tumba oscura.

Marta se desvive en el servicio, distingo de una comunidad que no se comprende desde el poder. María, la que escuchaba la Palabra del Señor -la que se quedaba con la mejor parte-, derrama sobre los pies del Maestro un valioso perfume de nardo. El costo de ese perfume era de trescientos denarios, el salario de un trabajador de todo un año. Hay toda una vida que se ofrece allí, y el gesto de secar los pies con los cabellos es la ternura y el humilde afecto expresado más allá de toda apariencia, el amor que no tiene precio.

Una voz celosa se alza en discordia. El que lo iba a entregar reniega de ese gesto, pues prefiere vender ese costoso perfume y dárselo a los pobres. No comprende que hay cosas que no pueden comprarse ni tienen tasación pues son el valor mayor. 
La afirmación de Jesús de Nazareth de que -siempre tendrán a los pobres con ustedes- no es una resignada concesión a una dolorosa realidad irremontable, sino antes bien señal de vocación y misión. Judas opone a los pobres a Cristo y el dinero a la caridad. Todo al revés. La comunidad cristiana está en el mundo sin ser de él, pero alberga, protege y sirve a los pobres en los que encuentra resplandeciente el rostro de Cristo. No es en las cosas ni en el dinero en donde se afirma la caridad, sino en los gestos y acciones enteramente personales.

El cuerpo de Cristo es el frasco perfecto que se romperá con violencia en los próximos días, y de allí se derramará hacia el mundo, comenzando por los pobres, el perfume de Cristo, el perfume del Evangelio, el perfume de la Gracia de Dios que todo lo transforma, que aleja la muerte y reivindica la vida para siempre.

Paz y Bien

Llega el Rey, el Príncipe de paz





Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Para el día de hoy (09/04/17): 


Procesión de los Ramos

Evangelio según San Mateo 21, 1-11


Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

Evangelio según San Mateo 27, 1-2. 11-54




La ruta desde Jericó a Jerusalem pasa por Betania -hogar de Lázaro, Marta y María- y por Beftagé; desde las alturas del Monte de los Olivos se avizora el esplendor de la Ciudad Santa. Nosotros también, con el Maestro y sus amigos, contemplamos la luminosa cercanía de la Pasión y Resurrección del Señor.

Beftagé es prácticamente un barrio de extramuros, un suburbio de Jerusalem, y allí se realizaban las abluciones y purificaciones de los peregrinos llegados de toda la Diáspora, en preparación a la Pascua.
Pero el Monte de los Olivos, en la memoria de Israel y de la mirada profunda de los Profetas, es el sitio preciso en donde aparecería el Mesías y resucitarían los muertos. Las escuelas rabínicas enseñaban que si Israel se mantenía fiel a la Ley y puro en su obrar, el Mesías vendría sobre las nubes; en cambio, si ésto no hubiera ocurrido, el Mesías llegaría montado en un burrito, un asno.

Extraño rey. No viene rodeado de ejércitos imponentes ni se rodea de cohortes gloriosas, en un carro de guerra enjaezado para mil victorias. Él llega rodeado de pescadores de hombres, de publicanos conversos, de pobres, de enfermos y lo recibe el pueblo. Los grandes señores lo desprecian, lo detestan, procuran la muerte de este príncipe humilde que viene montado en burrito, burrito prístino como corresponde a lo divino, burrito prestado de un Dios pobre que regala a Israel y a todos los pueblos un príncipe muy distinto.

Las gentes ponen a sus pies sus mantos y ramas de palma.
Los mantos representan la vida misma, pues cualquier varón sin el manto se sentiría irremisiblemente desnudo, desamparado. Las ramas conmemoran la victoria de los macabeos, fiesta de liberación y de reafirmación de los derechos santos de Dios.

Hay júbilo y algarabía. Sin embargo hay euforia en muchos que no han comprendido la realeza de Cristo, y que depositan en Él la medida de sus ansias, de sus dolores y frustraciones. El peligro de la euforia es su volatilidad, esas mismas gentes que lo aclaman se dispersarán frente a los hechos de la Pasión, y tal vez muchos de ellos gritarán que se libere a Barrabás.

Con todo y a pesar de todo, celebramos la llegada del Rey, del Príncipe de paz que llega humilde, pobre y servidor a esta ciudad que somos, allí donde nuestra vida transcurre, y ponemos nuestros corazones a sus pies celebrando su llegada, porque es nuestra liberación, nuestra vida, nuestra alegría de pan abundante, de amistad incondicional, de fraterna justicia, del perdón que nos restaura y levanta.

Levantamos nuestras palmas y nuestras almas porque llega el Señor y se queda para siempre.

Hosanna!

Paz y Bien


Uno por el pueblo








Para el día de hoy (08/04/17): 

Evangelio según San Juan 11, 45-57




En la pequeña Betania, a tres kilómetros de Jerusalem, Jesús había regresado a la vida a su amigo Lázaro, quien había muerto por una grave enfermedad. Muchos de los que estaban allí, en ese hogar que Jesús amaba -casa de Lázaro, de María y de Marta- al ver su profunda emoción y el signo de Lázaro redivivo, creyeron en el Maestro, aún cuando hasta ese momento lo ignoraran con fervor.

El pueblo que creía en este Cristo aumentaba a cada instante, pero aún así varios de esos testigos se encaminaron con presteza hacia donde se encontraban los principales fariseos para relatarles los hechos que habían presenciado.


A pesar de la patente evidencia que aconteció ante sus mismos ojos, esos hombres estaban compelidos a someter a las autoridades religiosas las acciones de Cristo para su escrutinio. Cuando los prejuicios y los esquemas mentales rígidos sobrepasan las cuestiones cordiales, poco espacio queda para la verdad, y como presuponen que se juegan algo muy grande, prefieren trasladar sus inquietudes a quienes verdaderamente detentan la autoridad mayor.


Al enterarse, se desata el pánico, y se forma una impensada alianza entre los rígidos fariseos y los acomodaticios saduceos que, por lo general, se reservaban para sí las máximas jerarquías del Templo -los sumos sacerdotes-. El miedo es capaz de anudar telarañas muy extrañas e intrincadas.

Tales son los fuegos que se encienden, que hasta convocan abruptamente al Sanedrín, consejo supremo de la nación judía que dictaminaba acerca de cuestiones religiosas y civiles también, pues el peligro que infieren es gravísimo: si el rabbí galileo sigue convocando alrededor de sí corazones y voluntades del pueblo -confianza y fé- las gentes iban a dejar de doblegarse a los dictámenes de ellos mismos, y sin dudas ello sería visto por la potencia ocupante romana como un hecho incoercible de subversión.

Esa rebelión incipiente Roma la trataría de una sola manera, aplastándola mediante la fuerza bruta de sus legiones. Así entonces, el Templo quedaría derrumbado, el centro de Israel disperso y la misma nación en peligro, y, sobre todo, ellos mismos perderían todo su poder e influencia.


Ésa es la causa primordial por la cual deciden matarle, y matarle cuanto antes.

Y se conjugan dos libertades: el libre albedrío de esos dirigentes inescrupulosos, que se suponen capaces de disponer de la vida de otros a su antojo porque lo entienden amenaza, y la libertad absoluta de Cristo, que pudiendo escapar se mantiene firme e íntegro porque ante todo cuenta el proyecto de su Padre, aún cuando la sombra de la muerte vaya inundando todos los resquicios.


Para sus propios enemigos mortales la presencia de Jesús tiene una índole comunitaria que deben extirpar. Y es Caifás -sumo sacerdote en ese momento- quien sin saberlo pero merced a su sacerdocio lo define con pasmosa exactitud: conviene que muera un sólo hombre por el pueblo, afirmación cruel de un fin que justifique cualquier medio pero también profecía.


Ese Cristo morirá por todos, por los discípulos, por los que han creído en Él, pero también por los que le odian, los que ansían su muerte, los que lo desprecian y condenan.

Cristo muere para que el pueblo viva, y viva en plenitud y libertad. Uno por todos, por vos, por mí, por tí, por nosotros, para que no haya más crucificados, para reafirmar de una vez y para siempre esa vida que es Dios mismo.


Paz y Bien



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