Cristo, puerta de salvación






Domingo 4º de Pascua

Para el día de hoy (07/05/17):  

Evangelio según San Juan 10, 1-10




Ciertos hechos y circunstancias históricas nos pueden ser muy útiles al momento de meditar la Palabra. 
Jesús de Nazareth les hablaba a sus contemporáneos en un lenguaje tan sencillo como profundo, y les revelaba los misterios del Padre y del Reino a partir de las cosas que a las gentes les importaba, que conocían bien, cosas de sus cotidianeidad. Algo de eso hemos perdido, dialogar desde el Evangelio con la mujer y el hombre de hoy a partir de lo que viven y les pasa a diario.

En la Palestina del siglo I gran parte de la actividad económica se fundamentaba en la cría de ganado ovino, especialmente por la escasez de tierras cultivables; excepto en el caso de los grandes terratenientes -que solían vivir en el extranjero- los pequeños productores poseían rebaños también pequeños. De ese modo, en cada pueblo y en cada aldea había un gran corral comunitario que, a su vez, poseía pequeños rediles para que los diversos rebaños de la zona pasaran la noche protegidos de todas las inclemencias y de salteadores y ladrones; a este corral se accedía por un hueco que hacía las veces de puerta, y en donde el pastor tendía su manta, de tal modo que con su propio cuerpo hacía las veces de puerta, y eso marcaba la diferencia fundamental en la pervivencia del rebaño.

Otro aspecto importante era la hora del pastoreo: al albergar allí diversos rebaños, podía llegar a ser confuso y hasta peligroso el momento de la salida para alimentarse. Sin embargo, cada rebaño conocía bien a su pastor, en especial por su voz, su silbido y el olor inconfundible de sus ropas que se impregnaba al pasarse en vela al cuidado de la entrada.
Por todo ello hay una unión indisoluble entre el pastor y el rebaño. 

Hay demasiados peligros allí fuera, demasiadas voces que trampean, demasiados salteadores y ladrones. 

Sólo escuchando la voz del Buen Pastor, su Palabra, podremos ir tranquilos hacia buenos pastos. Sólo a través suyo se accede a la Salvación, su propio cuerpo, su misma sangre, su vida entera que se nos ofrece como certeza de vida plena.

Roguemos entonces, junto a Francisco, para que el Espíritu nos siga prodigando pastores fieles con un profundo y persistente olor a oveja.

Paz y Bien



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