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Para el día de hoy (013/08/17):  

Evangelio según San Mateo 14, 22-33




Mientras Jesús despide a la multitud que se ha saciado del pan milagrosamente multiplicado, los discípulos deben embarcarse e ir hacia la otra orilla, por expresas instrucciones del Maestro. El énfasis puesto por el Evangelista Mateo en esta acción nos indica la resistencia de los discípulos a hacer lo que Jesús quiere: es que en la otra orilla se encuentra el mundo pagano, lo extraño, lo ajeno, lo que nada tiene que ver con el nosotros, el enemigo.

Es un tabique que los encierra y que deben aprender a sortear: la Buena Noticia, el pan de vida, ha de compartirse con todos los pueblos y naciones, porque esa asombrosa revelación de que Dios es Abbá implica que todos, sin excepción, somos sus hijas e hijos amados.

Podemos imaginar algunos gestos de enojo contenido o de estupor por el mandato. Aún así, se embarcan y van hacia donde les ha mandado Cristo. Pero esa barca es pequeña y endeble, y los vientos del lugar la suelen zarandear a capricho y gusto. Ellos no avanzan ni se acercan al destino indicado por el Maestro: tienen un gran viento en contra que los hace retroceder, pero ese viento no silba entre las olas encrespadas sino que arrecia las honduras de sus corazones. Es su afan por lo viejo y perimido lo que los retiene, egos atrapados en dialécticas sin trascendencia y pietismo sin Dios.

Por eso, tal vez, el Señor salga a su encuentro. La barca es la Iglesia, y sólo llega a buen puerto cuando se embarca Él.
Camina sobre el mar encrespado de la desconfianza y los temores, sobre todos los miedos. Pero ellos están temerosos y lo suponen una aparición espectral. Cuando Cristo no se adecua a nuestros moldes comienzan los problemas, solemos venerar esos moldes y repudiar al Cristo real. Preferimos la fotografía a la persona, o peor, la caricatura.

Pedro quiere romper ese claustro agobiante, y en cierto modo desafía al Maestro. El tono lo dice todo, pero el Maestro no se niega. Sin embargo Pedro se percata al instante de la virulencia de las aguas, de la fuerza del oleaje antes que de la presencia santa de Dios en Cristo. Por ello desespera cuando el agua le llega al cuello, porque es el fin inminente no sólo de su existencia sino de toda una historia que debe ser pasado, y dejar paso a la Gracia de Dios.

Con todo y a pesar de todo, es preciso seguir navegando. Con la brújula de la fé, con Cristo al timón, esta frágil barca que somos seguirá firme y cumplirá alegremente y con tenacidad mansa su misión de Salvación.

Paz y Bien

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