Tejido en la historia











Para el día de hoy (31/10/17):  

 
Evangelio según San Lucas 13, 18-21




Jesús de Nazareth se valía de cosas que Él y sus oyentes conocían bien, extraídas de lo cotidiano, para hablar y enseñar las cosas de Dios, la Buena Noticia. Es algo que hemos olvidado y dejado de lado, pues gustamos de enredarnos en arcanos, en abstractos lenguajes académicos que, a menudo, están muy lejos de las cosas que le suceden a la mujer y al hombre de hoy. Porque la Salvación sucede en tiempo presente, y se extiende hacia la eternidad.

Así entonces el Maestro se refiere al grano de mostaza; esta planta era muy común en la Palestina del siglo I, especialmente en la región galilea, y cuya característica principal es poseer un grano muy pequeño, insignificante. Pero a pesar de esa casi invisibilidad, pujante y oculto en los pliegues de la tierra, germina y crece y se vuelve un árbol frondoso que cobija a todos los pájaros.

También habla de la levadura; para la estricta Ley mosaica, era un factor de corrupción, de tal modo que se trataba de evitarla, en especial durante la celebración de Seder Pesaj -la Pascua- para mantener la pureza del hogar, y por eso preponderaba el pan ázimo. Sin embargo, las amas de casa comprendían bien a qué se refería el Maestro: una pequeña proción de levadura fermenta tres grandes medidas de harina, de tal modo que escondida en el corazón de la harina se fermente la totalidad de la masa.

El Reino de Dios es la semilla de mostaza, y es la levadura. Está escondido humilde y silenciosamente en la historia de la humanidad.
A pesar de todos los desprecios y las ansias de glorias e imposiciones, crece en silencio pero con fuerza imparable, transformándolo todo, haciendo que este mundo tan estrecho pueda dar cobijo a todos, sin distinción.

La sencilla humildad del Reino sustenta nuestra esperanza

Paz y Bien

Plenos ante Dios













Para el día de hoy (30/10/17) 

Evangelio según San Lucas 13, 10-17






El Shabbat era una de las instituciones más fuertemente arraigadas en la religión y la cultura del pueblo de Israel. Día sagrado de la semana en que la comunidad se reunía en la sinagoga -cuya etimología, precisamente, responde a congregación- a estudiar y a reflexionar la Torah y a honrar a Dios.
Luego de una de las derrotas militares más catastróficas, la gran mayoría del pueblo judío fué deportada al exilio; viviendo lejos de su tierra, en una cultura extraña y rodeados de una religión ajena corrían el severo riesgo de disolver su identidad, contaminados de todo aquello tan distinto. En esos menesteres, el Shabbat es la respuesta a una identidad de un pueblo que se considera único y que no quiere disiparse ni perderse en relativismos de idioma distinto.

Durante el trascurso del Shabbat se debía evitar toda tarea, para que ese tiempo libre y de reposo pudiera dedicarse plenamente a Dios y a restablecer los vínculos familiares. Pero con el correr de los años, se acentuó la observancia del precepto hasta extremos intolerables, al punto de estar prohibida cualquier clase de actividad.
Quizás el problema de fondo era que el precepto devenía como fin en sí mismo, relegando a ese Dios que había inspirado ese día como punto de reencuentro.

Jesús de Nazareth es un fiel hijo de su pueblo y respetuoso de las tradiciones de sus mayores. Como todo varón judío, concurre y participa en la sinagoga de las celebraciones del Shabbat. Pero Él siempre tiene por horizonte a su Dios, un Dios que es Padre y Madre, que es vida, felicidad, cuidado. Por eso en numerosas ocasiones chocará con ciertos hombres religiosos y severos que imponían esa obligación intolerable, opresiva, intrascendente.

En la ocasión que el Evangelio para el día de hoy nos ofrenda, acontece mucho más que un milagro de sanación.
En pos de una comprensión más profunda, no podemos soslayar la situación de la mujer en el siglo I en Palestina; las mujeres carecían de derechos legales, sociales y religiosos, excepto aquellos que le otorgaba el esposo o, en su defecto, el padre o el hijo varón. El no tener derechos implicaba que careciera de voz propia, y por ello no hablaría con nadie fuera de su hogar, y a su vez tendría un espacio relativo y menor dentro de la sinagoga. A ello debemos añadir la creencia perdurable de considerar a las enfermedades como consecuencia de un pretérito pecado, transformando al enfermo en un impuro ritual condenado al ostracismo comunitario, pues esa impureza poseía visos contagiosos.

En ese Shabbat suceden varios escándalos. Más allá de toda torpe discusión de géneros, la congregación miraba hacia otro lado, vuelve invisible a la mujer y, peor aún, a una mujer enferma. Dieciocho años de estar doblegada en su columna y agobiado su corazón en acostumbrada resignación que tiene los colores fúnebres de la injusticia. Sólo Jesús de Nazareth la mira y la vé, la vé como mujer y como hermana -hija de Abraham-, y no vacila en imponerle sus manos, en un gesto que tiene la taumaturgia propia de la bondad y la compasión, aún corriendo el riesgo de impurificarse irremisiblemente Él mismo.
Ella -que callaba y nada pedía, ni siquiera unas migajas de auxilio- se yergue íntegra, vida en pié, vida florecida en liberación que canta en gratitud la gloria de un Dios que se expresa en el amor y en la salud.

Con Jesús de Nazareth se ha inaugurado un tiempo nuevo, definitivo en la eternidad que germina en la cotidianeidad. Un día ofrecido al Señor es importante y necesario, pero es más importante aún que por esa asombrosa Encarnación el tiempo es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, y cada instante es tiempo sagrado, tiempo de bondad, de gratitud, de salud, de Salvación, de felicidad.

Paz y Bien  


El amor, sustento y destino del universo










Domingo 30° durante el año

Para el día de hoy (29/10/17):  

 
Evangelio según San Mateo 22, 34-40





No era nada fácil ser un estricto cumplidor de las normas religiosas de Israel en el siglo I.
De aquellos diez mandamientos del Sinaí y con el devenir de los siglos, todo fué mutándose hasta convertirse en 613 preceptos, 248 de carácter positivo -uno por cada hueso del cuerpo humano- y 365 de carácter prohibitivo -uno por cada día del año-. En ello se había convertido la Ley que todo judío debía observar de modo taxativo.
Es claro que ello se tornaba en gran medida imposible; por ello, los grandes exégetas rabínicos pergeñaron enjundiosas cauísticas con el fin de resumir y adaptar, en orden de prioridades, esos preceptos. Así entonces, quien fuera capaz de lograr esta síntesis consecuentemente obtenía los avales como escriba, como maestro de la Ley.
A tal extremo obsesivo llegaba esta dialéctica, que muchos ponían a la Ley por encima de todo...inclusive del mismo Dios que en un principio la había ofrecido y que le daba sentido trascendente.

En gran parte por ello -y en ese afán perpetuo de menospreciar y desprestigiar al que piensa distinto, puro desgaste cruel- escribas fariseos se dirigen a Jesús de Nazareth con el fin de que se expide en tales dilemas.

Y aunque Jesús no elude el desafío, su compromiso vá mucho más allá de la erudición. Él se aferra a esa sabiduría que posee por conocer a su Padre.
Así entonces, principios que ellos conocían pero que acotaban a sus miradas mezquinas y esquemáticas, Él les brinda un sentido trascendente y definitivo.

Es el tiempo del Reino, asombroso imperio de la Gracia.
Por ello lo verdaderamente importante, lo que cuenta y está primero que todo lo demás es el amor, un amor infinito que Dios nos tiene. Y a partir del descubrirnos queridos, a su vez, amamos, un fundamento tan humano que nos diviniza.
Sin embargo, suspender aquí toda profundización implicaría una abstracción atractiva pero abstracción al fin, desencarnada y distante de ese Cristo de nuestra Salvación. Por eso el amor a Dios se explica y se expresa en el amor al prójimo/próximo, un prójimo que no es el par, el de mi mismo color o confesión, sino que mi prójimo es, precisamente, aquel a quien me acerco, me aproximo/aprojimo.

Este amor es el principio de todo, el fundamento de toda existencia, la síntesis perfecta de toda ética. Es el cimiento y a la vez el horizonte hacia donde vamos, y todo lo demás -si bien relevante y con su grado de importancia- ha de subordinarse a este principio total. Y cuando esto se tergiversa o falla, comienzan los problemas, escasea la libertad y se multiplica el dolor y la exclusión.

Es cosa de atrevidos el amar como Jesús amaba

Paz y Bien

Con la confianza que Dios nos tiene










Santos Simón y Judas, apóstoles

Para el día de hoy (28/10/17) 

Evangelio según San Lucas 6, 12-19




Monte, noche y oración, simbología perfecta del encuentro con Dios, de común unión mística, de identidad absoluta entre Cristo y el Padre.
En el ministerio de Jesús de Nazareth, la oración es una constante imprescindible, y así debería ser también nuestro peregrinar por estos campos, vidas orantes, existencias que se sustentan en la eternidad que quiere anidar en nuestros corazones.

Podría haber perpetuado el Maestro el cálido abrazo de esa noche de oración, en paz y calma totales. Pero así como la oración lo sostiene, la compasión lo impulsa -Espíritu de Dios en humanos pasos- y Él sabe que en el llano no hay paz, ni Dios, ni luz, y sobreabundan agobios, enfermedades, toda noticia es de antemano mala y nada tiene de novedad, una constante de dolor y humanidad derribada.
Y en ese llano no se dan casos aislados, sino que es una multitud de dolientes, librados a su suerte, al borde de todos los caminos, descartados de la vida. La tarea se asoma como inmensa para un sólo hombre.

Así entonces el Señor elige a doce de entre los suyos, doce con nombres y apellidos concretos porque no se trata de una cuestión abstracta sino de un llamado personalísimo. Son doce los primeros, símbolo y signo de las doce tribus de Israel, símbolo y signo de pueblo nuevo, de pueblo en marcha, de pueblo hacia la tierra prometida y santa de la liberación, pueblo nuevo congregado por la Gracia y el amor de Dios, colores primordiales de la Iglesia apostólica.

Esos hombres serán venales, falaces, traidores y también héroes, tenaces servidores y valientes testigos, como lo serán las mujeres y los hombres elegidos y enviados por la misma bondad a través de la historia, señales vivas de auxilio para las gentes.
No hay en juego cuestiones de éxito o derrota, sino de fidelidad y confianza.

Curiosamente, fidelidad y confianza son rasgos distintivos de Dios para con su pueblo, para con todas sus hijas e hijos. Él cree en nosotros, en asombrosa asimetría respecto de la fé y la confianza que en Él depositamos. De Dios son todas las primacías.

Él confía en nosotros y permanece en amorosa obstinación fiel hasta el fin a todas sus promesas, y ésa es la clave y horizonte de todo destino, nuestra esperanza y nuestra alegría.

Paz y Bien

Buenos augurios









Para el día de hoy (27/10/17): 

Evangelio según San Lucas 12, 54-59






Jesús de Nazareth de dirige nuevamente a toda la multitud, y entre esos rostros expectantes, ansiosos y atentos quizás podamos reconocer los de cada uno de nosotros.

Su exhortación es parte de su esfuerzo ministerial porque alcancemos planos más profundos y agudos en nuestra capacidad de mirar y ver la realidad, lo que sucede y lo que nos pasa corazón adentro.
El pueblo sabe que cuando pega fuerte el sol, hay un aguacero que se avecina. Que algunos vientos preanuncian calores y otros, fríos bravos. Que muchos árboles florecidos nos introducen certeramente en la primavera. Que cuando los políticos hablan de ajuste -de cualquier ideología, cualquier nación o cultura- se ponen serios y enhebran ajustes, se desatan inmensos sufrimientos entre los más pobres.

Por eso su enseñanza habla de esa capacidad tan humana de interpretar signos y llevarla más allá de lo evidente y superficial, porque es el tiempo del Reino y hay más, siempre hay más.
Es el tiempo fecundo del Dios encarnado, de Dios hecho hombre, vecino, pariente, de Dios con nosotros y entre nosotros.

Este tiempo, aún finito, aún plagado de tinieblas y confusos claroscuros, también rebosa de augurios de eternidad y esperanza.
El Espíritu sigue soplando en todas partes su aliento de vida plena y libertad.

Hay que recuperar esa capacidad contemplativa de mirar y ver esos signos que se nos ofrecen, inmerecidos sí, infinitamente generosos, señales para no perder el rumbo.

Porque el Dios de la vida, en Cristo, es el Padre bondadoso que nos ha salido al encuentro y en cada esquina de la vida nos espera paciente para el encuentro y el abrazo.

Paz y Bien

Corazón en llamas









Para el día de hoy (26/10/17) 

Evangelio según San Lucas 12, 49-53






Puede resultarnos complicada y hasta muy difícil de aceptar esta imagen bravía de Jesús de Nazareth hablando de manera tan apasionada, con su corazón sagrado en llamas, hablándonos de fuego, de crisis, de divisiones. Tan lejano está de esa fotografía que nos hemos hecho a medida, de un Cristo a veces ingenuo, inocuo, pura dulzura sin conflictos.
Porque Cristo es nuestra paz, pero no es nuestro sedante. Nos mueve y con-mueve sin resignarse jamás pero a la vez sin ceder a la tentación de la violencia.

En tanto que seguidores, amigos y hermanos de Cristo, nuestra vocación y nuestro horizonte es el Reino de Dios y la búsqueda incansable e insaciable de la justicia. Y ello apareja choques y riesgos a menudo extremos con los poderes del mundo.

La búsqueda del Reino es entrañable, nace desde las mismas honduras, no admite medias tintas ni tibiezas, fuego puro del Espíritu que nos enciende estas vidas que tanto se nos adormecen.
Como los dolores de parto, que preanuncian la vida nueva en ciernes, han de existir fricciones y dolores y hasta separaciones, claro que sí. No es que se deseen, quizás se trate de consecuencias necesarias toda vez que nuestros pasos se encaminan a una vida nueva, que implica también relacionarnos con el prójimo de un modo novedoso y santo.

La fidelidad a la Buena Noticia es como una pequeña llama en medio de la oscuridad: pone en evidencia incuestionable el sitio en donde habitan las sombras. Allí está la división primera, que no es acusatoria, sino que es evidencia de quien se pone del lado de la vida y el amor y de todo aquel que supone a los demás como objetos a utilizar en provecho propio, escalones a pisar para ascender, materiales descartables por los que Dios no pasa.

En la Escritura, el fuego es el símbolo de la presencia sagrada.
Quiera Dios que toda la tierra se encienda de estos fuegos. Y que felizmente debamos descalzarnos más a menudo, ante la presencia de Aquél que nunca deja de buscarnos y cuyo rostro resplandece en los más pequeños.

Paz y Bien 

Sintonía de la Gracia














Para el día de hoy (25/10/17): 

Evangelio según San Lucas 12, 39-48





En los tiempos de las primeras comunidades cristianas se vivía la inminencia de la Parusía de un modo, digamos, natural. Ellos tenían la certeza de que el Señor regresaría en cualquier momento, y esa certeza caracterizaba el modo radical que tenían de vivir el Evangelio.
Es razonable imaginar que los creyentes de aquel tiempo, en pos de la escatología que era parte de su cotidianeidad, reflexionaran constantemente acerca de sus responsabilidades pues estaba a sus puertas una etapa de rendición de cuentas pero también de reencuentro.

Con el transcurrir de los siglos, esa percepción se fué desdibujando, en parte claro está, por la propia acumulación de años que ponían cierta distancia de la Resurrección y de la inminencia del regreso. No obstante ello, es frecuente encontrar en la historia de los pueblos momentos en los que vuelve a estar en la palestra esa urgencia espiritual, a veces impulsada por las angustias y los sufrimientos -que el Señor vuelva para que se terminen este infierno terrenal-, y también a causa de los desvíos de la fé: el miedo en ámbitos religiosos es una eficaz herramienta de dominio para agobiar a los pequeños.

A nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, el regreso del Señor quizás se nos ha hecho abstracto, teologal sin encarnar, como si no tuviera incidencia en el tiempo que nos toque vivir. O en el mejor de los casos, refiera a una condición post mortem.
Pero en verdad, el retorno definitivo de Cristo debería ser para nosotros motivo de alegre esperanza y de horizonte que nos revista de significado y  trascendencia.

Así entonces la pregunta que Pedro le realiza al Maestro acerca del destino de su enseñanza -¿a nosotros o a todos?- cobra para todos el pueblo de Dios una trascendente relevancia.
Mucho se nos ha confiado, y más que considerar cosas, bienes o posesiones, antecede la confianza que Dios ha depositado en cada uno de nosotros, sin merecerlo siquiera, a pura generosidad, en los asombros absolutos del amor de Dios.

Deberíamos despejarnos todos los miedos y las potenciales amenazas, y adquirir plenas responsabilidades en el cuidado del hermano y de la tierra en la única sintonía agradable, ese amor infinito, generoso e incondicional que Dios nos tiene.
Desde la Gracia de Dios y transformados por ella, como María de Nazareth, todo es posible, la justicia, la fraternidad, la alegría, pues aunque nada nos pertenece, todo está en nuestras manos, y el Señor está de regreso a cada instante, amigo y compañero fiel.

Paz y Bien

Esperanza, espera atenta











Para el día de hoy (24/10/17) 

Evangelio según San Lucas 12, 35-38

 




Para ahondar en la enseñanza del Maestro, es preciso remontarnos a los tiempos de su ministerio; en la Palestina del siglo I -y antes también- la vestimenta usual se componía de una túnica principal que se pasaba por la cabeza y que, a su vez, tenía sendos orificios para los brazos, llegando hasta las rodillas o más abajo. Entonces, esos ropajes cuasi talares habían de ceñirse al cuerpo mediante una tela, un cinturón o un cíngulo de cuerda para permitir la libertad de movimientos, para moverse sin dificultades. Y las lámparas de aceite eran imprescindibles para poder andar en la noche, para no tropezar en la oscuridad.

Pero además de estas simples consideraciones prácticas, para sus oyentes judíos tenía también un significado simbólico muy especial, pues remitía la memoria colectiva a la noche de la Pascua primera, del comienzo del éxodo, del inicio de la liberación de la esclavitud.

La bienaventuranza que expresa Jesús de Nazareth es bendición de Dios para la felicidad: felices los despiertos, felices los atentos, felices los que esperan en Dios y a Dios. Siempre listos y dispuestos, porque estamos de paso, peregrinos confiados en un horizonte irrevocable de eternidad y liberación.

Porque Cristo regresará a consumar la historia, llevándola de su mano a la plenitud. Y Cristo ya está regresando, ahora mismo, habitando gustoso los corazones de los que se atreven a amar, esos mismos que mantienen encendidas sus lámparas a pesar de todas las noches cerradas, con el aceite de la compasión y la misericordia.

Paz y Bien

Nada nos llevaremos, sólo la caridad











Para el día de hoy (23/10/17) 

Evangelio según San Lucas 12, 13-21






En los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth, lo que nosotros consideramos religioso y secular no estaba tan claramente diferenciado y más aún, las cuestiones religiosas influían directamente sobre la vida cotidiana, sobre el derecho a aplicarse, sobre la resolución legal de conflictos; y en ese orden de ideas, toda autoridad religiosa, además de ocuparse puntualmente de temas de culto y exégesis, también actuaban como jueces o árbitros en cuestiones específicamente sociales.
Por eso mismo, es que acude al Maestro un hombre con el requerimiento de que actúe de ese modo descrito, como juez y como árbitro frente a un conflicto de intereses hereditarios con su propio hermano, toda vez que Jesús era reconocido por las multitudes como un rabbí, como un maestro de las cuestiones de la fé y por tal apto a la hora de dirimir ese tipo de conflictos.

El Maestro se niega a aceptar intervenir en la querella. No le gustaba ese rol que solían adjudicarle.
Pero además en esa situación contenciosa no se discuten las cuestiones principales, que son la codicia y la fraternidad. No se trata aquí de cosas o bienes a poseer, sino más bien de cosas o posesiones que se han apoderado de los corazones.
Porque el materialismo es causa de sacrificios humanos, pues en el ara del egoísmo se sacrifica al prójimo.

Cuando el otro no es mi hermano, directamente se resiente y lesiona el vínculo filial con Dios, aún cuando el rico de la parábola ofrecida haga gala de cierta pátina e cautela, prudencia y previsión.
Sólo es rico quien busca sin descanso el Reino de Dios y su justicia. A la hora de irnos de estos campos, ninguna cosa nos llevaremos.

A la hora de partir, lo único que contará será la caridad que hemos sido capaces de encarnar en nuestras existencias y en lo cotidiano.

Paz y Bien

Las cosas de Dios no tienen precio











San Juan Pablo II, Papa

Para el día de hoy (22/10/17) 

Evangelio según San Mateo 22, 15-21






Mucho se ha escrito y expresado acerca de lo que nos ofrece la liturgia de este domingo a través del Evangelio según San Mateo. La obediencia a las autoridades civiles, la licitud del pago de los impuestos, la separación de la Iglesia del Estado, todas ellas razonables y necesarias de reflexión, aunque los indicios, signos y símbolos, apuntan hacia otro lado.

Las cuestiones del poder a veces suscitan las alianzas más extrañas y contradictorias. Así, veremos en una misma postura hostil y tramposa hacia Jesús de Nazareth a herodianos y fariseos, habitualmente enemistados y aquí socios fervorosos. Es que los partidarios de Herodes reivindicaban los derechos imperiales romanos, toda vez que el César avalaba y garantizaba la corona de su vasallo Herodes; se trataba de una cuestión de conveniencias y privilegios. Por otra parte, los fariseos renegaban de cualquier contacto con los extranjeros, pues ello implicaba quebrantar las estrictas normas de pureza que regían religiosamente sus vidas, y en cierta forma despreciaban al opresor romano que humillaba a la nación judía.

La pregunta es falaz, pues cualquier respuesta traerá aparejadas al rabbí galileo consecuencias funestas. La negativa al pago de tributos es un crimen capital de sedición para el ocupante romano; y en la zona se encuentran estacionadas dos legiones a disposición del pretor para hacer cumplir la ley. Del mismo modo, una respuesta afirmativa implica legitimar, frente a esas multitudes que siguen al Maestro, al imperio que somete, explota y humilla al pueblo de Israel.

Pero esos hombres, fariseos y herodianos, olvidaban lo que Jesús de Nazareth pensaba acera del dinero, y que no se guardaba de expresarlo abiertamente.

La conclusión es tan evidente que solemos pasarla por alto, y es que las cosas del César no son ni tienen en nada que ver con las cosas de Dios.

Por eso es cordialmente natural que Cristo remita al César ese denario que a su vez lleva grabada la efigie del emperador, con títulos que lo deifican. Porque con la acumulación de esos tributos el César aumentará su poder, comprará voluntades y lujos, sostendrá legiones.

Ese denario y todos los denarios de todos los tiempos nada tienen que ver con el Reino. Más aún cuando el dinero pierde su carácter meramente instrumental y deviene en un fin en sí mismo.

Porque las cosas de Dios, la eternidad, la justicia, la solidaridad, la compasión y el amor no tienen precio ni pueden comprarse.

Paz y Bien 

Reconocidos por Dios










Para el día de hoy (21/10/17): 

Evangelio según San Lucas 12, 8-12





Los sofismas y las falacias están arraigadas de un modo tan firme en las culturas y costumbres de este mundo globalizado, que suelen tomarse por normales, y nos acostumbramos a ellas.
Así queda en evidencia una patología espiritual, y que es el escaso valor que se otorga a la palabra.

Porque en gran medida somos nuestras palabras, lo que decimos y lo que callamos, la palabra que se empeña, las palabras vanas -flatus vocis establecen los filósofos-, veleidades sin raíz que no son portadoras de verdades. Tal vez para nuestros mayores era una cuestión natural o habitual aferrarse a la palabra dada sin importar las consecuencias posteriores.
Más finalmente, no es errado señalar que en cada palabra pronunciada u omitida, en lo que decimos y en lo que escribimos nos jugamos la vida.

El Cristo de nuestra Salvación es Verbo Divino entre nosotros, Palabra encarnada en la afirmación absoluta del amor de Dios que se hace tiempo, historia, vecino, uno más entre todos en nuestros arrabales existenciales. Un Dios pariente que es saludo y alegría, presencia perpetua, fidelidad eterna, un Niño pequeño que busca frágil el cobijo de nuestros brazos.

A este Cristo, hermano y Señor, se lo confiesa abiertamente y sin ambages. No son propias del Evangelio las medias tintas, las neutralidades, los afectos rituales de domingo que se disuelven los lunes. Máxime, cuando los días se ponen bravos, difíciles, cuando arrecian los problemas en los que nos atascamos o el dolor que se nos infringe, o peor aún, cuando por esa confesión comienzan las violencias y persecuciones.
Confesión que remite nuevamente al valor de la palabra que se expresa con la voz y, muy especialmente, con cada acto y gesto de vida en la que germina y crece el Evangelio.

En términos más sencillos y que nos comprometen sin menoscabo: somos lo que somos y del modo que somos por Cristo y para Cristo.

Planes, formación y estudios son muy importantes. Pero la piedra basal es la fé, la confianza en la persona del Resucitado, y en el Espíritu que nos hace decir la verdad, aún cuando todo parezca acallarnos, en afán de olvido o de más de lo mismo.

Confiar, siempre confiar sin desfallecer, sin miedo, sin resignarse, sin bajar los brazos.

Que la Virgen le hable al Hijo de todos y cada uno de nosotros, y que en su infinita fidelidad de Madre y amiga, volvamos a descubrirnos hijos amados, reconocidos ante Dios como parte de su corazón sagrado y familia creciente.

Paz y Bien

Hipocresía endémica











Para el día de hoy (20/10/17) 

Evangelio según San Lucas 12, 1-7




La advertencia de Jesús no es menor. En esa multitud que se agolpa hambrienta de verdad, entre los discípulos, podemos descubrirnos a nosotros mismos expectantes también, inmersos en un mundo que se afana en superficialidades vanas y banales que sólo tienen por fruto la inhumanidad y la injusticia.

Él llama a despertarse contra el peligroso sopor de la hipocresía; en su raíz etimológica -hypokrisis- significa literalmente responder con caras fingidas, con máscaras, o sea, actuar lo que no se es. Es conservar una pátina agradable, simpática y a menudo convincente, pero que por debajo de ella se esconde lo perverso, lobos disfrazados de ovejas, corrupción, muerte, la pura exterioridad elevada a la máxima potencia.

Precisamente la hipocresía es la levadura de los fariseos. Las levaduras no se definen por ser fermento, sino más bien por el pan que a partir de ellas se obtiene. Y el pan de los fariseos es un pan individual, producto de egos inflamados, pan para unos pocos que no alimenta, un pan que separa, un pan que intoxica, un pan que vuelve opacas vidas y corazones. Como ciertos vidrios, existencias así no traslucen la luz del sol, sino reflejos tergiversados y convenientes en donde no cuenta el nosotros, en donde no hay espacio para el hermano ni, mucho menos, para Dios.

En cambio, el pan de Cristo -producto de la levadura del Reino- es el pan de la mesa grande, de la abundancia de la bondad, de la previsión por los que no llegan, de la vida compartida como algo digno de celebrarse en una fiesta inmensa a la que todos están invitados, un pan que alimenta y sustenta la existencia desde la cotidianeidad hacia la eternidad que se entreteje en nuestro aquí y ahora.
Se trata de un pan asombroso que nos vuelve transparentes a una luz que no nos pertenece, y que a todos los rincones debe iluminar. Se trata del pan que nos ensancha el pecho y nos clarifica la mirada, por el que nos damos cuenta de que todos somos hijas e hijos, valiosísimos en el corazón inmensamente sagrado de Dios.
A su mirada de Padre y Madre amoroso, todos, sin excepción, somos importantes, valiosos, únicos.

Que nunca nos falte el pan de Cristo, el pan de Vida, el hacernos pan para el hermano.

Paz y Bien

Profeta, fuego en la voz









Para el día de hoy (19/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 47-54





Un profeta, hombre que en su voz lleva el fuego y la libertad del Espíritu de Dios, jamás calla ni somete su voz. Mucho menos, morigera sus tonos por conveniencias, esa torpe costumbre acomodaticia hoy conocida como corrección política. Un profeta es un hombre de voz libre que anuncia las cosas de Dios y también denuncia todo lo que se le opone, es decir, todo lo contrario a la vida, a la justicia, a la libertad.

Jesús de Nazareth lleva a su plenitud las antiguas tradiciones de los profetas de Israel, siendo Él mismo un hijo fiel y cabal de su pueblo. No es un arribista ni un trastornado que busca deliberadamente la confrontación por la confrontación misma, una enfermiza agudización de las contradicciones. Las cosas como son en verdad, sin eludir ninguna consecuencia.
Así, sus palabras causan asombro: en la propia Jerusalem, en el sitio en donde se afirma el poder político y religioso de Israel, la ortodoxia y el unicato de dirigentes que a nadie escuchen, en sus mismos rostros les endilga lo que todos saben y nadie dice en voz alta. Esos hombres son asesinos de hecho o cómplices de homicidios de justos, esos hombres son opresores de sus hermanos, esos hombres son tumbas que andan, pues por fuera tienen una apariencia límpida y elegante, cuando en realidad sólo esconden en su interior corrupción y muerte.

Fariseos y doctores de la Ley, ambos afanosos defensores de la imagen de Dios que habían creado a su propia imagen y semejanza. Un Dios escondido en lejanías que ellos mismos escinden cada vez más. Un Dios vengativo y castigador, que puede manipularse mediante la acumulación de méritos piadosos y cumplimientos preceptuales, un Dios para unos pocos que excluye a tantos, un Dios al que se accede mediante cierta erudición de la Palabra detentada por una selecta élite que a la vez torna infranqueable el paso del conocimiento para el pueblo.
Es menester tener prudencia: esos hombres eran, a su modo, profundamente religiosos. Además de todos su gravosos errores y miserias, sostenían que defendían a Dios...como si éste necesitara defensa alguna.
Esos hombres hablaban de una caricatura, de una fotografía trucada, pero en nada tenían que ver con el Dios de Jesús de Nazareth, un Dios Padre y Madre que dispensa bendición y Salvación como el rocío del alba, un Dios que sale a buscar a sus hijas e hijos extraviados, un Dios que se inclina con entrañable afecto hacia los pobres y los pequeños, un Dios que inaugura su Reino como mesa grande, inmensa, fiesta de la vida para el pueblo.

Jesús de Nazareth no cedió ni al miedo ni a las conveniencias, aún cuando la sombra ominosa de la cruz estuviera allí, tan terrible y voraz.
Ay de nosotros si guardamos silencio cuando hay que hablar, desde la verdad, la justicia y la libertad.

Paz y Bien

Éxodo y conversión











San Lucas, evangelista. Memorial

Para el día de hoy (18/10/17) 

Evangelio según San Lucas 10, 1-9



Si la conversión es el éxodo, el peregrinar de la esclavitud a la gloriosa libertad de las hijas y los hijos de Dios, sin lugar a dudas la misión es un perpetuo Adviento, ir allanando los senderos, preparando los surcos para la siembra santa, para despertar los corazones adormecidos y las almas resignadas porque Aquél que todos esperan -aún sin saberlo- está llegando. Y más aún, ya está entre nosotros.
Como Adviento, la misión ha de estar revestida de paz y con un manso tenor de alegría, fermento indispensable, vino del mejor para la fiesta de la vida.

Pero también hay una urgencia. Se trata de algo impostergable, urgentísimo, ni un instante puede desperdiciarse; en parte, se debe también al rotundo contraste entre nuestras mínimas existencias y la inconmensurable eternidad divina, que nos desnuda la exigua longitud de nuestros días.

En la tradición semítica, y especialmente bajo la ley mosaica, eran necesarios dos testigos con el fin de asegurar la verosimilitud de un testimonio, su fiabilidad, su veracidad incuestionable. Por eso la simbología de los enviados de dos en dos, pues la misión es misión de liberación pues se enarbola humildemente la verdad primordial, porque solos nada podemos, y porque especialmente la misión es comunitaria.

Quienes se hacen fieles a esta vocación misionera que es la vida cristiana, se aferran al absoluto que es Dios, a su bondad y providencia. Por ello mismo, no han de preocuparse por las cosas, equipajes y tantos otros menesteres razonablemente planificados. Ante todo, se trata de que los pies sean impulsados por la confianza de no ir solos, aún cuando se vaya abriendo huella en terrenos demasiado hostiles y peligrosos.

No se trata de hacer adeptos ni de sumar afiliados. Se porta una luz que no es propia, se lleva en el corazón una bendición que excede cualquier mensura, una bendición que hace que toda la tierra se haga santa, porque el Dios de Jesús de Nazareth se ha hecho hombre, se ha hecho historia y tiempo fecundado de infinito.

Y todo ese bien que puede prodigarse, merced a ese amor insondable de un Dios revelado como Padre y como Madre, es la alegría mayor y definitiva de que la vida de Dios, por Cristo y para siempre, es vida compartida, causa de toda felicidad, plenitud divina que por ello mismo es plenitud humana.

Paz y Bien

Abluciones interiores











San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir

Para el día de hoy (17/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 37-41





Uno de los grandes motivos de controversia entre Jesús de Nazareth y los fariseos radicaba en la estricta observancia que realizaban estos últimos acerca de las normas y preceptos religiosos, establecidos por tradiciones y, muy a menudo, definidos por ellos mismos.
Esto implicaba la repetición a ultranza de gestos y ritos con exactitud y precisión, sin reflexionar demasiado -o nada- por su sentido o trascendencia: había que hacerlo y punto, cada uno era un rito reconocido y establecido que se cumplía a rajatabla.

En realidad, escondían tras de esa rigurosidad la creencia de que la Salvación, la bendición de Dios, era algo a obtenerse por los méritos acumulados, por las acciones piadosas. Y no está mal, claro está, llevar una vida piadosa en todos los ámbitos de la existencia.
El grave problema es suponer que la Salvación se obtiene a través de una matemática religiosa, y eso conlleva a afincarse en la pura exterioridad, descuidando la tierra fértil de los corazones.

Porque con Cristo se ha inaugurado el tiempo de la Gracia, de lo gratuito, de lo dado a pura generosidad y bondad, tiempo de amores, tiempo de la Salvación sin fronteras.

El conflicto entre el Maestro y el fariseo extrañado porque Él no realiza las abluciones previas a la cena habla de ello, y refiere a las formas perimidas, formas agotadas no tanto por antiguas sino porque se quedan en la superficie y no involucran un cambio profundo.
Porque el rito primero es la compasión.

Lo que cuenta y decide es todo lo que se hace con el fin de purificar el corazón de las cizañas del egoísmo, del yo antes, yo primero, yo sin prójimo. El modo es a través de la limosna, es decir, del darse a sí mismo, y no dispensar lo que sobra.

Pero más aún, no preocuparse demasiado por todo lo que suponemos que hacemos por Dios, sino antes bien, descubrir agradecidos todo el bien que Dios hace y hará por nuestras existencias.

Paz y Bien

La señal de Jonás












Para el día de hoy (16/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 29-32




A una distancia de muchos siglos y diferentes culturas, los signos pueden no tener la misma importancia y contundencia para nosotros que para los oyentes de Jesús de Nazareth durante su ministerio; ello no implica que de ese modo su enseñanza sea para nosotros cosa abstracta. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva, presente perpetuo y eterno para todas las generaciones.
Aún así, es menester indagar acerca de la historia del profeta Jonás y de su importancia para el pueblo judío.

Jonás, al igual que Jesús de Nazareth, era galileo, de Gat-hefer -2R 14, 25-. De entre todos los profetas de Israel, es el único enviado al extranjero, a una nación gentil o pagana, y más precisamente a Nínive, capital del imperio asirio, enemigos enconados de Israel que en numerosas ocasiones habían invadido y sojuzgado la Tierra Prometida. De ese modo, un odio mutuo y profuso enardecía a las dos naciones, y es una cuestión que se magnifica con los criterios de propios y ajenos surgidos en la tradición judía.

Pero Jonás -cuyo nombre en hebreo, curiosamente significa paloma- es enviado a predicar al corazón del enemigo, a la misma Nínive el arrepentimiento, la conversión. Él quiere renegar de ese envío, toda vez que como hijo de su pueblo y de su historia preferiría aplastar al enemigo antes que invitarlos a cambiar, a convertirse bajo el apercibimiento del perecer, y ese perecer no se trata de un castigo divino sino más bien de las consecuencias directas de sus actos.
Y la imponente Nínive, tan grande, majestuosa y populosa se convierte frente a la predicación del profeta judío, porque oyen y escuchan y son capaces de mirarse corazón adentro.

En Jonás también acontece una durísima lucha interior, pues aunque lo ofende el contenido y el destinatario del mensaje que ha de entregar, no puede dejar de escuchar la voz de su Dios que lo convoca, y antes que los ninivitas es Jonás quien se convierte.
Su conversión es un proceso tan profundo y ejemplar que el libro sagrado que relata su conflicto y su bendición es la base primordial utilizada para celebrar Yom Kippur, el Día del Perdón, fiesta clave para nuestros hermanos mayores.

La fuga en una frágil barca preanuncia al Cristo que un día dominará todas las tempestades para los suyos. Los tres días en el vientre de la ballena preanuncian también el cobijo de una tumba que devendrá inútil, signo de Resurreción, señal de que ni la tierra ni nada ha de esconder la muerte, ni que los homicidios de los inocentes permanecerán en silencio y olvido.

En Cristo hay algo más que Jonás, claro que sí. Él no se rebela, más bien se revela universal, mensajero de paz y perdón a todas las naciones, salvación para toda la humanidad.

Y en esta Cuaresma que es una bendición, el mensaje sigue siendo convertirse a la vida que prevalece o perecer en nuestras miserias, en lo que no late, volver a escuchar con atención y regresar a Dios.

Paz y Bien 

Dios en cada esquina de la vida











Domingo 28° durante el año

Para el día de hoy (15/10/17) 

Evangelio según San Mateo 22, 1-14






La lectura que la liturgia para el día de hoy nos ofrenda posee dos aspectos muy importantes.

Como si fuera un acorde colorido en una maravillosa sinfonía, nos descubrimos asombrosamente invitados por Dios con invitaciones personales, intransferibles -con nuestros nombres y apellidos- a la su gran celebración, al ágape, a la fiesta de la existencia en donde todos tienen sitial, en donde se celebra la vida, la paz, la justicia, el amor.
El signo es inequívoco: hemos sido soñados y convidados a perpetuidad para la alegría y la felicidad, con todo y a pesar de todo y de todos. Y aunque sepamos que somos pequeños y mínimos, Alguien nos espera aún cuando estemos a la deriva, extraviados por senderos confusos, en junglas de tristeza y de preocupaciones fútiles. Y se nos espera no por los méritos acumulados sino por el afecto entrañable de quien nos viene invitando desde siempre.

La otra cuestión fundante es la universalidad de esa invitación, y ello compromete. La invitación también es misión que moviliza, una Iglesia con vocación galilea y samaritana, desde las periferias de todas las existencias, los márgenes siempre sospechosos en donde nada bueno pasa ni se espera. Allí, en las encrucijadas de la existencia, agonizan los dolientes, los olvidados, los descartados, y languidecen con monótona rutina sin cambios buenos y malos, justos y pecadores, creyentes e incrédulos.
Precisamente, para el Dios de Jesús de Nazareth es allí en donde el envío de esas invitaciones tan personales ha de tener prioridad, y así la misión, la Evangelización, es misión de rescate y esperanza.

Pero también hemos de prestar atención a un distingo crucial, y es que esos invitados -todos nosotros- no han de ser espectadores pasivos, marionetas semicreyentes que dejan que todo suceda ante su mirada a veces atónita. El convite implica un compromiso desde el mismo momento en que puede aceptarse, rechazarse o ignorarse, y ello tiene sus consecuencias.
Porque no hay que desperdiciar esto que se nos ha concedido en cordial comodato y que llamamos existencia, y todas las sinrazones y desprecios conducen al menoscabo y a los horrores.

Es menester, quizás, volver a revestir el corazón de manera adecuada, para que la existencia vuelva a ser motivo de celebración antes que un mero acontecimiento biológico o social. Porque somos tierra fértil fecundada por el Espíritu de Aquél que jamás dejará de buscarnos.

Paz y Bien

Felices como María de Nazareth










Para el día de hoy (14/10/17): 

Evangelio según San Lucas 11, 27-28




Siguiendo los textos sagrados, quizás nos acostumbramos a los continuos ataques por parte de los enemigos de Cristo. Injurias e improperios, la descalificación sin fundamento con la intención de pulverizar el ascendiente que tenía sobre el pueblo, la afrenta de rotularlo como endemoniado o satánico a contrario de todo el bien que prodigaba.

Pero la lectura para este día nos cuenta que otras cosas también le decían, acordes a los asombros y a la alegría que sus acciones y su enseñaban producían en las gentes más sencillas.
Por entre la multitud que escuchaba lo que Jesús de Nazareth les dice, se eleva una voz de mujer. Sus palabras son entrañablemente femeninas, se trata de una mujer que elogia a otra en tanto que madre, por el Hijo magnífico que ha tenido y ha criado.

Aquí es menester hacer un alto: en el elogio de esa mujer hay una cuestión que a veces dejamos de lado en nuestra reflexión, y es la crianza de Jesús a la sombra bienhechora de María y José de Nazareth, niño judío y galileo de las periferias, que crece al calor humilde del cuidado de su Madre y de la protección de su padre así como se yergue varón íntegro desde la Gracia de Dios. Todo ese tiempo germinal y frutal debería ser objeto de reflexión y veneración cordial.

Sigamos.
El elogio carece de reproche alguno. Si, tal vez, la respuesta del Señor sea desconcertante, pero de ningún modo invalida o menoscaba ese elogio, que bien podrían pronunciarlo nuestras madres con toda justicia.
Esa mujer elogia la maternidad de María de Nazareth.
El Hijo, en cambio, la enaltece de trascendencia, pues son plenos de humanidad, bienaventurados, felices, los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Mensaje y misión para toda la Iglesia que es fiel en tanto que se vuelve cordial, servicial, obediente a esa Palabra que está viva y nos transforma.

Como María de Nazareth, Madre por engendrar a Cristo en su seno pero antes en las honduras cálidas de su corazón inmaculado, la que guardaba todas las cosas meditándolas en su interior, Madre y discípula por confiar y creer, la primera entre todos los destinados a ser felices, toda la humanidad.

Paz y Bien

De la servidumbre al servicio











Para el día de hoy (13/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 15-26





En el ámbito de la lógica clásica, las falacias son argumentos que tienen apariencia de validez pero que de ella carecen, a la vez de ser razonamientos que inducen -deliberadamente en muchos casos- a error.
Dentro de las distintas falacias, una de las más distintivas y usuales es la llamada argumentum ad hominem, en donde se cuestiona  la veracidad de una afirmación o postulado o enseñanza atacando moralmente a quien sostenga tal postulado. Su trampa estriba en no verificar la veracidad primordial o su evidencia, y es una constante en los submundos políticos y religiosos.
Para muchos, desacreditar a una persona es un pingüe negocio y una herramienta cabal, hasta necesaria, sin importar el bien que haga o pronuncie.

Jesús de Nazareth no fué ajeno a estas manipulaciones crueles. Escribas, fariseos y doctores de la Ley preferían endilgarle todo tipo de rótulos terribles antes que inclinar sus corazones ante la evidencia del bien que brindaba en abundancia, y así buscaban dos objetivos: desacreditarlo ante el pueblo e instalar un argumento necesario y suficiente para condenarle. De ese modo lograrían que el Maestro estuviera aislado y pudiera ser suprimida su voz profética, su voz nueva de Salvación.

Pero en general las falacias no son tan sutiles, y alcanza con tener la mirada atenta para derribar esas edificaciones fútiles y estériles. Es lo que hace el Maestro con el carácter demoníaco que le adjudican a su ministerio salvador.

Quizás, más grave aún es la telaraña que se enquista en los corazones de esos hombres falazmente juiciosos. Pues sólo la verdad nos hace libres, y en el nuevo tiempo de la Gracia, no importa tanto ser libre de como más bien ser libre para.
Porque la verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio.

Paz y Bien

Amigos inoportunos de Dios










Nuestra Señora del Pilar

Para el día de hoy (12/10/17): 

Evangelio según San Lucas 11, 5-13





En un primer momento, de acuerdo a la lectura del día, pareciera que la cosa estuviera dividida. Por un lado, la conveniencia de una plegaria de petición que, sin demasiada vergüenza, reconoce a Dios como un eficaz proveedor de cosas y bondades que necesitamos, ese mágico aquietador de angustias y despejador de miradas que han perdido el horizonte, un terapeuta de nuestras limitaciones.
En ello, y aunque quizás subyace una falsa imagen de Dios, hay una confianza que debemos rescatar,

Por otro lado, y por cierta religiosidad viciada de mercantilismo, la oración como trueque piadoso y acumulativo que supone que una plegaria amplia y nutrida obtendrá a cambio el favor divino.

Finalmente, y aunque ha de reconocerse la disciplina y la constancia, quizás nos encontremos con ese talante piadoso que reza constantemente las plegarias establecidas en los días y horarios determinados a tal fin, la producción constante de oraciones. Allí tal vez hay mucha programación pero poco corazón.

La infinita revelación que realiza Jesús de Nazareth es que Dios es un Padre que nos ama sin límites, y que todos y cada uno de nosotros tenemos un derecho adquirido por esa dignidad filial -derecho inmerecido, claro está-. Es el derecho de las hijas y los hijos de Dios, asombroso, inexplicable por fuera del amor y la ternura.
Así la insistencia de Cristo por la eficacia de la oración, que no se encarece las fórmulas sino más bien la confianza, pues ese Dios es un Padre que nunca nos abandona ni deja de escucharnos. Pedir, buscar, llamar sin desmayos. Orar siempre para estar en la sintonía infinita y trascendente de la vida en el Espíritu, nuestra herencia inagotable.

La serena felicidad de que aún siendo amigos inoportunos que siempre obtendremos el pan de Vida aún a horas intempestivas.

Paz y Bien

Aprender a orar con Cristo











Para el día de hoy (11/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 1-4






Dime como rezas y te diré quien eres.

En la Palestina del siglo I, cada grupo religioso poseía una plegaria propia que actuaba como distingo de los demás, como identidad que definía conceptos y pertenencias. Así los discípulos del Bautista, los fariseos, los esenios y muchos más rezaban de un modo único, y quizás a los discípulos les extrañaba que Jesús no los hubiera entrenado en tal sentido.

Pero ellos en parte -como nos suele suceder a nosotros- le tenían temor al silencio, y así la escucha se les hacía gravosa, casi imposible, y por eso la necesidad de encontrar una fórmula propia para repetir en el momento que fuere necesario, y en especial en las situaciones críticas.
Y es imprescindible suplicarle al Maestro que nos vuelva a enseñar.

Aprender a orar, en el tiempo de la Gracia, es ponerse en la perspectiva de los hijos, de niños pequeños, de confianza y abandono sin temor.
 
Aprender a orar es redescubrir y afirmar sin ambages que Dios no es una deidad lejana e inaccesible sino un Padre cercano, un Padre que nos busca, un Padre que nos ama, un Padre que no descansa por nuestro bien.
 
Es poner manos a la obra y corazón en rumbo hacia el horizonte maravilloso de la santificación de la tierra por el Nombre que todo lo hace posible.
 
Es rogar que acontezca aquí y ahora, ya mismo y sin demoras, el Reino de Dios que es justicia y paz, perdón y misericordia, amor y Salvación.
 
Porque sabemos que ese cielo no es tan lejano y que no hay imposibles porque somos hermanos del Resucitado, bregamos para que la voluntad de Dios que es la vida -y vida plena- se cumpla en todos los ámbitos.
 
Y no queremos que falte el Pan de vida ni el pan del sustento, para cada hija y cada hijo de Dios, allí en donde se encuentren.
 
Y sabemos que tenemos tantas miserias que abren heridas saladas, y que sólo por el perdón sanan los corazones, suplicamos con confianza. Para no caernos, para no abandonarnos, para no ceder a los miedos.

Que el Maestro nos conceda aprender a orar nuevamente, cada día, todos los días.

Paz y Bien
 

Casa cordial












Para el día de hoy (10/10/17): 

Evangelio según San Lucas 10, 38-42






Como en todo su Evangelio, San Lucas orienta todo el ministerio de Jesús de Nazareth en la única perspectiva de su peregrinar hacia Jerusalem, en su absoluta libertad al encuentro de la Pasión por su fidelidad inquebrantable al proyecto del Padre. Ésa, precisamente, es la perspectiva primordial que nunca hay que perder de vista, su fidelidad hasta las últimas consecuencias, a pesar de todos los horrores que le esperan.

Aunque no haya una cita explícita, podemos inferir que el Maestro se detiene en Betania, en la casa de Lázaro, Marta y María. Betania se encuentra a escasos kilómetros de la Ciudad Santa, es prácticamente un poblado de extramuros, y es una zona peligrosa, por la proximidad de esos hombres que buscan aniquilar al rabbí nazareno, porque lo andan buscando abiertamente, hay un arresto inminente, hay un ambiente de muerte de sofoca.

Pero también en Betania hay un hogar en donde la vida crece y florece porque hay una familia y porque hay afectuosa hospitalidad.
Ese Cristo nunca ha tenido casa propia: de niño vivió en el hogar paterno de José, carpintero nazareno, y ya adulto se ha marchado a los caminos a anunciar la Buena Noticia. A veces se alojaba en Cafarnaúm, con toda probabilidad en la casa familiar de Simón Pedro y Andrés, y a menudo su mesa era aquella en donde lo convidaban, en donde lo invitaban a quedarse, en donde le hacían espacio.

Cristo no tiene otro hogar que aquél en donde sus amigos le reciben, y es símbolo de la Iglesia, el ámbito cordial en donde Cristo se siente a gusto, en paz, en donde todos son reconocidos en su plena dignidad, en donde los reproches se desvanecen con rapidez porque prima otro interés trascendente, nada más ni nada menos que el amor que allí prevalece.

No hay aquí una alusión a un ambiente bucólico o idílico. Por el contrario, y aunque Cristo es el centro de todas las atenciones, quienes llevan la voz cantante son las mujeres.
En esa época, era impensable que algún rabino enseñase la Torah a ninguna mujer. La mujer no tenía otros derechos que los concedidos por su padre o por su esposo, y debía limitarse a parir, a cuidar casa e hijos, a callarse. Pero con Cristo hay un tiempo nuevo de hermanas y hermanos, todos hijas e hijos de Dios con la misma dignidad y derechos, y para escándalo de muchos y alegría de otros, es tiempo también de discípulas.

María, a los pies del Maestro escuchando lo que Él enseña, es la imagen exacta de los que escuchan con atención la Palabra, la reflexionan, la atesoran en su corazón para luego dar frutos. La escucha atenta de la Palabra, identidad primordial del discípulo, es el tesoro mayor que nada ni nadie podrá quitar, lo más valioso, lo que prevalecerá siempre.

Marta se des-vive sirviendo, en los trajines de un hogar que recibe con calidez y gratitud a quien está de paso. No se trata solamente de ollas, sartenes y platos: se trata de la diaconía, de trata del servicio que todo lo transforma. Y aquí hay un énfasis especial, porque quien sirve y quien tiene mucho para decir es una mujer.
A veces en los afanes del servicio, de la praxis, uno se dispersa. Y solamente en Cristo uno se reencuentra, se vuelve a unificar en la trascendencia de una Palabra que nada tiene de abstracta, sino que es Palabra viva que transforma la existencia.

Cada día debería ser memorial afectuoso y agradecido por todas las Martas y las Marías del servicio y la contemplación, que humildemente hacen de la Iglesia casa cordial para Cristo y los hermanos, que son nuestro orgullo y nuestro tesoro.

Paz y Bien

Aprojimarse










Para el día de hoy (09/10/17) 

Evangelio según San Lucas 10, 25-37






La parábola del Buen Samaritano es, sin lugar a dudas, conmovedora, pero a la vez sorprende por su secularidad.
El doctor de la Ley se acerca a Jesús con un talante escrutador, inquisitivo, bien diferente a un corazón humilde sediento de verdad. No se pueden negar sus conocimientos, más la erudición no implica necesariamente sabiduría; este hombre es experto en religión pero raso en cordialidad, y por ello busca de algún modo justificarse frente al elogio del Maestro, y a su vez formula una pregunta de modo falaz. Su pregunta induce a error pues supone una teorización pura, dogmática y objetiva, acerca de quién debe ser considerado como prójimo, es decir objeto de amor, de cuidado y de respeto. Ello lleva a una conclusión obvia y tácita: si el prójimo está determinado de antemano, algunos lo serán y otros nó.

Por eso mismo el Maestro responde con una pregunta. No intenta eludir, porque en realidad la pregunta del letrado lleva en sí implícita la respuesta. Pero se ha inaugurado un tiempo nuevo, un tiempo definitivo, el tiempo de la Gracia, el Reino aquí y ahora. Y en el ministerio de Jesús de Nazareth se revela la esencia misma de Dios que sale al encuentro del hombre, que se aproxima, que se aprojima, y que no hace distingos ni excepciones.
Para el doctor de la Ley -estricto en su exégesis específica de la Torah- prójimo es el que es hijo de Israel como él, o bien aquél que nacido en otras tierras pero que, residiendo en la nación judía, ha adoptado sus tradiciones, su cultura y sus costumbres. Así, todo aquél que no encaje dentro de estas categorías, no es digno de ese amor debido: aquí encontraremos a todos los gentiles/extranjeros, y a aquellos que viven una religiosidad judía a medias, sin voluntad de perfeccionarse, o impurificada deliberadamente como los originarios de Samaria, a quienes se profesaba un viejo odio enconado y un encendido desprecio ritual. De un samaritano nada bueno ha de esperarse, nunca, jamás.

En su parábola, el Maestro relata que un hombre baja de Jerusalem a Jericó, y la descripción es exacta, pues la Ciudad Santa se encuentra a aproximadamente 740 metros sobre el nivel del mar, mientras que Jericó a 350 metros. En el siglo I, las dos ciudades están unidas por un camino sinuoso, en parte nutrido por grandes formaciones rocosas que hacen posible que se tiendan emboscadas y se asalte violentamente a los viajeros, por lo que resultaba habitual que los viajes se realicen en caravanas. Por ello la mención a ese hombre solitario se corresponde, quizás, con ese riesgo latente, riesgo que asume y que le ocasiona un terrible gravamen: termina molido a palos y abandonado, descartado a la vera de la ruta.

Por allí pasan por el mismo camino un sacerdote y un levita, emblemas de la ortodoxia religiosa de Israel, ejemplos preclaros de una fé oficializada: a la vista del caído, cada uno a su tiempo, ambos pasan de largo. Quizás conozcan de antemano las precauciones que han de tenerse al transitar esa ruta, y por ello consideren que el caído es responsable de lo que le ha sucedido por ir solo. De algún modo, lo que le sucede lo tiene bien merecido. Pero en ellos dos priman las prescripciones de esa ley a la que se aferran con fanatismo, y ese hombre parece muerto, y las normas prescriben que no hay que tener contacto con un cadáver para evitar volverse un impuro ritual, y con ello impedidos -sacerdote y levita- de cumplir con sus funciones litúrgicas en el Templo. Desde el legalismo religioso, su actitud es exacta.

Sin embargo, de quien nada puede esperarse, el maldito, el odiado samaritano, es quien se detiene, que no se conforma con ser espectador. Lo mueve la compasión, es decir, asume como propio el sufrimiento del otro. El samaritano es, en cierto modo, el antirreligioso por excelencia: pero él no ha consultado el manual para saber quién es su prójimo. Él mismo se ha hecho prójimo del caído, del que molieron a palos y agoniza a la vera del camino, y no le pregunta ni pertenencias ni responsabilidades. Se aproxima, aprojima sin darle vueltas a la cuestión, sin establecer condiciones objetivas: hay alguien que sufre, y el socorro no admite demoras.

Cristo ha revelado que el amor, esencia divina, tiene dos aspectos indisolubles, el amor a Dios y el amor al prójimo, ríos caudalosos de la misma agua fresca. Y en esa sintonía santa, el samaritano, como nadie, ha asumido ese amor, que está muy lejos de cualquier ritualismo, y que ha de vivirse en la misericordia y el socorro cotidianos.
Porque la única religión verdadera es la compasión.

Paz y Bien

Servicio y fidelidad










Domingo 27° durante el año

Para el día de hoy (08/10/17) 

Evangelio según San Mateo 21, 33-46




Es menester hacernos una pequeña semblanza del ambiente socioeconómico del siglo I en Medio Oriente, y especialmente en Israel. Existían enormes latifundios en manos de unos pocos, los cuales solían vivir en el extranjero, especialmente en las grandes ciudades romanas; de esa manera, una inmensa cantidad de campesinos y labriegos no poseían tierras sino que las arrendaban a precios inverosímiles, deslomándose para apenas ganar el pan, y esa desigualdad palmaria era también causa de resentimientos profundos y persistentes.

A su vez, la viña era el símbolo de Israel, y su Dios el dueño que la cuidaba y hacía fructificar a través de su historia.

Los que escuchaban al Maestro no necesitaban sumergirse en intrincada palabrería ni en fárragos discursivos. Todos los comprendían claramente, pues en sus palabras fluía lo que conocían, lo que aprendieron de niños, lo que vivían a diario, y ello valía tanto para los más humildes como para los dirigentes religiosos de Israel.

Las parábolas de Jesús de Nazareth revelan los misterios del Reino de Dios pero también interpelan. Interpelan sobre el ser y el hacer, sobre derechos y obligaciones, nos hacen sincerarnos, y ese espejo de la realidad que somos puede ser muy doloroso. 
Esta parábola, en principio, parecería dirigida a aquellos que tienen responsabilidades pastorales sobre el pueblo de Dios. Aún así, nadie escapa a su fulgor ni está exento de lo que se inquiere.

La viña, mis hermanos, esta tierra que se nos ha legado, esta Iglesia con la que se nos bendice, el prójimo que nos rodea, los que están lejos aunque anden cerca, nada nos pertenece. 
Quizás sean bien nuestros los pecados, los quebrantos, las miserias que portamos.

Una señal de alerta para los que se erigen en defensores de los derechos de Dios. Nada de eso. Sólo somos servidores, sea cual fuere el lugar que nos ocupe tocar. Como decía Agustín, involucrados como si todo dependiera de nuestras manos pero orando de modo que todo dependa de Dios.

Y las arrogancias, sutiles o nó, de llevarse por delante a los demás. Todo lo que se siembra tiene su cosecha, tarde o temprano.
No es cosa de venganza, sino de fidelidades y caridad.

El Reino seguirá floreciendo, a pura Gracia de Dios. Queda en nosotros ubicarnos como humildes y felices servidores del Cristo que nos congrega y de los hermanos con que se nos bendice, nos agraden o nó.
O fieros apropiadores de aquello que no nos pertenece.

Paz y Bien




Armados con el Rosario











Nuestra Señora del Rosario

Para el día de hoy (07/10/17): 

Evangelio según San Lucas 1, 26-38





Suele suceder como en el ejemplo de Marta de Betania: la vorágine cotidiana, las múltiples ocupaciones, los devaneos de las batallas perdidas contra el propio ego, hacen que nos descentremos, y así dispersos perdamos de vista lo verdaderamente importante, lo que permanece y no perece.

El Santo Rosario, con su humilde cadencia nos restituye el andar hacia el centro valioso de la existencia, misterio cordial de una Palabra que se escucha, se reflexiona y se reza.

Salterio de los pobres al que los pequeños se aferran con tenaz esperanza, y que se corresponde con ese aferrarse a la memoria materna aún siendo viejos, porque desde la Madre nos reencontramos con el niño primordial que anida en nuestro corazón, que nos hace entrar al Reino, que nos recupera con asombrosa bondad de las heridas que la cotidianeidad nos impone, y que a menudo aceptamos con resignación.

En las pequeñas cuentas que se desgranan paso a paso por nuestras manos, se deshacen viejos odios y nuevas cadenas, y se produce el reencuentro con los misterios de la Salvación, la alegría insondable de Cristo encarnado, de Dios con nosotros, los dolores de la Pasión que no disminuyen la infinita intensidad de la vida ofrecida en clave de amor mayor, la certeza de que la muerte no tiene la última palabra sino el Resucitado, la luz que prevalece por sobre cualquier sombra.

Tan necesario e imprescindible como el respirar, el Santo Rosario es un grato pronunciar eternas palabras de ternura a una Madre que permanece de pié ante todas nuestras cruces, que jamás nos abandona -rostro materno de Dios-.

Pero ante todo, el Santo Rosario es una divina ofrenda que se nos ofrece a todos y cada uno de nosotros para volver a descubrir la mirada de María de Nazareth en nuestras pobres e ínfimas y existencias, para recordar que donde está la Madre, está el Hijo.

Paz y Bien

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