Encuentro con Cristo, realidad que se transforma










San Andrés, apóstol

Para el día de hoy (30/11/17):  

Evangelio según San Mateo 4, 18-22





Ese Cristo caminante por Galilea es una constante que supone mucho más que una mera información geográfica.

Por ubicación y por historia, Galilea y sus habitantes estaban siempre bajo sospecha, cuando no bajo un abierto desprecio. Periférica a la metrópoli de Jerusalem, en varias oportunidades fué ocupada por los invasores de Israel, los que dejaron colonias y huellas culturales en sus poblados. Así entonces, sobre la provincia oscilaba de modo permanente la sombra de la contaminación extranjera, del cumplimiento fallido de la Ley mosaica; por ende, los galileos eran, en el mejor de los casos, ciudadanos de segunda o tercera categoría de los que nada bueno podía esperarse.

Desde la misma periferia, allí en donde nada nuevo ni bueno se infiere ni justifica, en los bordes mismos de la existencia pasa Jesús de Nazareth anunciando la mejor de las noticias, el tiempo nuevo y santo que se crece entre nosotros.
No es un rey conquistador, ni un líder que impone ideologías a base de la fuerza. Es un hombre que pasa a orillas del lago de nuestras vidas, por la costa misma de lo que somos con una invitación que no puede pasarse por alto, y que es muy difícil de rechazar pues Aquél que invita reconoce la propia condición, todo eso que somos y el modo en que somos, y sus inefables ganas de que todo ello se vuelva pleno, total, feliz.

Por eso mismo Simón y Andrés, Santiago y Juan -todos ellos pescadores de oficio- son invitados a seguirle para ser pescadores de hombres.
No se trata del habitual coraje, ataquen. Es ante todo ir con Cristo, quien es el que encabeza la marcha, quien vá por delante. El llamado por pares es también un signo de que el llamado no es individual, que solos no podemos, que se trata de ir con otros para arribar al puerto del nosotros.
Pero no hay un renegar de la propia identidad. Jamás. Se trata de transformar la propia realidad y de trascender/se, de aceptar que esto que somos puede ser eterno, fermento que todo lo cambia.

Los expertos pescadores se transforman -de la mano de Cristo- en pescadores de hombres, en precisos rescatadores de pequeños peces con vida, aquellos que están a la deriva en el embravecido mar de un mundo tan a menudo cruel y sin sentido.

Paz y Bien

En Cristo está nuestro destino, nuestra suerte y nuestra esperanza











Para el día de hoy (29/11/17): 

Evangelio según San Lucas 21, 10-19






Parece un despropósito que acercándonos al tiempo de la ternura y la esperanza, el Adviento, la Iglesia nos ofrezca en la liturgia del día esta lectura con un lenguaje tan violento, que puede descorazonar y hasta atemorizar: en los días precedentes advertía sobre las desgracias que sobrevendrían sobre el Templo y la nación judía, especialmente por apartarse de la paz que Dios les ofrecía en la persona de Jesús de Nazareth. Ahora el Maestro se dirige a sus discípulos y seguidores, con la abrumadora certeza de que serían perseguidos, tratados como delincuentes abyectos, torturados, aniquilados en su honra y dignidad, entregados a los verdugos como malhechores para pagar con su vida crímenes sin nombre.

Esa certeza demuele las seguridades religiosas añoradas por toda comunidad, la calma, la ausencia de conflictos, el transcurrir tranquilo de una vida sin sobresaltos, la agradable piedad de la misa dominical y las fiestas de guardar, las oraciones cotidianas, la devoción sincera.

En cambio, no hay utopía ni tranquilidad en las palabras del Maestro. Él señala con su enseñanza ratificada con su propia sangre que la fidelidad al Evangelio implicará directamente el riesgo de la persecución, de poner en riesgo la propia vida. Quizás por ello la medida de la fidelidad de la Iglesia a la Buena Noticia sea precisamente -aunque nos duela y espante- las persecuciones que sufra por su compromiso indeclinable para con los más pequeños, para con la justicia, para con la paz, para con la honradez, para con la vida defendida y promovida en libertad.

Pero a pesar de todo, de todo ese horror en ciernes, hoy mismo está germinando un futuro venturoso, aunque las urgencias cotidianas nos impidan mirar y ver más allá del dolor.
La clave está en la perserverancia, la tenacidad en permanecer fieles porque de ningún modo quedaremos librados a nuestra suerte incierta.
En Dios está nuestro destino, nuestra suerte, nuestra esperanza.

Paz y Bien

Ámbito sagrado










Para el día de hoy (28/11/17):  

 
Evangelio según San Lucas 21, 5-9





Para la fé de Israel, el Templo era su centro primordial, lugar en el que habitaba su Dios y en el que, mediante el ritual preciso, era posible encontrarse con Él y obtener sus favores. De allí también, en parte, la necesidad de que fuera imponente, magnífico, deslumbrante, un faro dorado que atrajera a toda la nación judía, tanto la Palestina como la de la Diáspora.

Sus mismos discípulos eran totalmente dependientes de esas ideas: el Templo les brindaba certezas y seguridades, aún en esos tiempos en que agobiaba la presión ejercida por el opresor romano, y por tantos que anunciaban tiempos finales. En cierto modo, el Templo les espantaba angustias y les ofrecía un espacio sagrado y trascendente que no podían hallar en el transcurrir diario. De allí el ánimo de hacerle cambiar de ideas a Jesús, comentando las bellezas, la pompa y los lujos evidentes de ese sitio enorme.

La profecía del Maestro los golpea con toda crudeza. Les preanuncia con exactitud que el Templo sería derribado años después, quedando reducido a escombros. De ello se encargarían las legiones de Vespasiano y Tito, aproximadamente por el año 70 dc.
Pero también los previene contra todos aquellos mensajeros falaces de horrores, de tormentas finales, portavoces necios de dioses falsos, embajadores plenipotenciarios de miedos coactivos.

Lo que permanece inalterablemente vivo y vivificante es la Palabra. Todo lo demás -hasta lo mejor cimentado, hasta lo más firme- dominios, imperios, sitios, templos y situaciones, mundos abrumadores y cielos perpetuamente oscuros han de pasar. Más la Palabra permanece.

En el tiempo definitivo de la Gracia, nuestro espacio sagrado es el Corazón de Jesús.

Paz y Bien

La vida que se hace ofrenda










Para el día de hoy (27/11/17) 

Evangelio según San Lucas 21, 1-4




En el Templo de Jerusalem solía haber un río constante de peregrinos llegados de Judea, de Galilea y de la Diáspora. Por entre tanta multitud, es muy complicado poder ubicar a alguien en particular; para la cultura de la época, a una mujer -más allá de su posible atractivo natural- no se le presta demasiada atención, no tiene otra relevancia ni derechos que los que pueda otorgarle el esposo. En el caso de una viuda, no sólo es invisible sino que apenas sobrevive, sumergida en la miseria y dependiente de la caridad de otros. Una viuda está completamente desprotegida.

La legislación preveía un impuesto por el cual todo judío varón debía contribuir al sostenimiento del culto y de los sacerdotes; hemos de recordar cuando Jesús de Nazareth vuelca las mesas de los cambistas, que estaban precisamente allí para proveer monedas aceptadas para el pago del tributo. Además de ello, había en el Templo unas alcancías o cepillos metálicos -los historiadores y exégetas los llaman gazofilacios- con unas bocas anchas en donde pasan los peregrinos, y angosta en el piso inferior del tesoro, que es en donde caen las monedas que libremente depositan allí los asistentes, monedas que han de destinarse a la caridad, es decir, limosna para viudas y huérfanos, una suerte de asistencia social para los que nada tienen.
Algunos echaban allí ingentes sumas, movidos no tanto por la caridad sino por las ganas de figurar, de ser reconocidos, robustos puñados de monedas que provocaban un ruido que no podía soslayarse. Las dos moneditas de una viuda no se escuchan, no tienen relevancia como tampoco la tiene esa mujer que las arroja, y es probable que a su vez esas moneditas sean también el producto de una limosna a ella concedida, para que compre pan, para que sobreviva.

La escena estremece. Entre toda esa gente, sólo Jesús de Nazareth puede ver a quien los demás no miran ni ver, en su real dimensión, en la estatura completa de su corazón.
Esa mujer ha dado más que nadie, porque ha dado su propio sustento y nó lo que le sobra; no se puso a calcular beneficios divinos, intereses de ahorro o el quedar bien frente a los demás. No vaciló en ofrecerse porque hay otros que pasan necesidad, y esa aparente decisión irreflexiva tiene que ver con la desmesura de la Gracia de Dios, con hacer presente el Reino aquí y ahora, con que la compasión transforma toda realidad, por pequeña que aparezca.

Entre nosotros hay muchas viudas así, muchos que hacen de su vida una ofrenda.
Lo que nos sigue faltando es la mirada de Jesús de Nazareth.

Paz y Bien

Cristo, nuestro hermano y nuestro Rey













Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

Para el día de hoy (26/11/17) 

Evangelio según San Mateo 25, 31-46








Las variaciones suceden de acuerdo a las circunstancias históricas y a las diferentes culturas y costumbres nacionales. Sin embargo, hay ciertas constantes que podemos entrever sin demasiadas dificultades en torno al soberano que rija los destinos de un pueblo determinado.

Están los adulones de siempre, los que se postran solamente en el gesto -aplaudidores incansables y seriales- que a menudo esconden la intención de obtener favores del rey. No hay mucho más que les interese en ese trueque encubierto.

No pueden faltar los cortesanos usuales, habitués de un grupo reducido que suele arracimarse en las cercanías del trono, y de ese modo hacen que el rey esté cada vez más lejos de su pueblo.

Otros se limitan a las ceremonias específicas y protocolos reales de momentos puntuales. Pero finalizadas las ocasiones solemnes, vuelven a sus existencias como si nada, y especialmente se dedican a olvidar la soberanía del Rey.

Pero muchos otros, a veces la mayoría del pueblo, no están en los primeros puestos y a veces no saben bien las cosas que deben decir en presencia de su rey, pero al rey lo respetan y veneran, y son de cumplir con los mandatos porque es su deber y porque así no van a andarse con problemas.

Los discípulos de Jesús de Nazareth actúan de manera similar a estos someros ejemplos. Pero más allá de proyectar en Cristo sus ansias y sus frustraciones, persistían obcecados en adjudicarle categorías enteramente mundanas al Reino que Él les revelaba, porque en esos esquemas escondían también sus ambiciones.

Pero Cristo es un rey muy extraño, que rehuye de palacios, pompas y ornas solemnes. El acontecimiento que cambia la historia de la humanidad, su nacimiento, acontece en un refugio de animales por castillo, y por trono los brazos de su Madre, rodeado de una paupérrima corte de pastores cuidadosa y expresamente elegidos.
Es un rey que no encaja en ningún molde, porque reniega del uso de la fuerza -siervo manso de sus hermanos y también de sus enemigos-, que no admite derramar ninguna otra sangre que no sea la propia, que es glorificado en el momento absoluto de la aparente derrota total de la crucifixión, asumiendo en sus hombros lastimados todas las muertes para que no haya más crucificados.

Es que el reino de este Rey no se encamina por canales razonables, lógicos. El dominio de este rey es humilde y pujante en el ámbito de los corazones, un reinado que no se impone, porque su esencia es el amor, y el amor no tiene nada de abstracto ni de ilusorio. Es bien concreto, sanguíneo y eterno a la vez.

Por eso a este rey se lo honra en espíritu y en verdad en cada acción de misericordia, de compasión, de justicia, de solidaridad, soberanía de la esperanza que se crece entre hermanos, territorio definitivo del Resucitado.

Paz y Bien

Entre la conveniencia y la Gracia











Para el día de hoy (25/11/17) 

Evangelio según San Lucas 20, 27-40







El motivo aparente de discusión entre algunos saduceos y Jesús de Nazareth es la llamada Ley de Levirato. Este instituto legal de Israel preveía que si una mujer quedaba viuda sin haber tenido hijos, obligatoriamente debía contraer nuevas nupcias con un hermano del esposo fallecido para perpetuar el linaje -o si se quiere, para que no se pierda el apellido-, y para que las propiedades permanezcan en la familia. El carácter era endogámico, es decir, que presumía no sólo salvaguardar intereses de clan sino también la contaminación extranjera. Si bien el levirato está prescrito en la Torah, en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth su observancia, en parte, se había relajado al punto que la obligación se subordinaba al consentimiento de los nuevos contrayentes.

La discusión exegética que le plantean al Maestro tiene por objeto tiene por objeto desacreditarlo, humillarlo en público. El nudo es tan ridículo que es irrelevante, y por ello debemos ahondar en el carácter de esos inquisidores que bajo una pátina respetuosa -lo tratan como un rabbí- en realidad le manifiestan un desprecio que no pueden esconder del todo.
Es que los saduceos representan, mayormente, a una élite noble, laica y de gran poder económico y político, aún cuando notorios saduceos accedan al sumo sacerdocio de Israel, como por ejemplo Anás y su yerno Caifás. Ellos están más que satisfechos con la vida privilegiada que llevan, y que consideran como una bendición divina, y por eso mismo articulan todo un pensamiento teológico alrededor de esa prosperidad floreciente que disfrutan; es decir, establecen principios de fé subordinados a su conveniencia, una conveniencia a la que le dan sustento religiosos y a la que buscan afanosamente prolongar.
Sobre esa realidad de total confort y bienestar sin sobresaltos pretenden una prolongación sin límites: por resultarles tan cómodo el más acá, no hay demasiado interés en el más allá, excepto que este último sea una prolongación consecuente de sus días, en el mismo sentido, una inmortalidad sin trascendencia.
La idea de una humanidad recreada en la Resurrección les resulta inaceptable porque la Resurrección no se adapta a sus limitados esquemas, porque la Resurrección es don y misterio de amor y libertad.

El Dios de Jesús de Nazareth es Dios de la Pascua, de la Vida plena que se teje entre Él y la humanidad a la que ama sin límites ni cansancios. Y la fé ofrecida no es un catálogo de ideas convenientemente ordenadas en provecho propio, sino la unión de la totalidad de la existencia con el Cristo de nuestra Salvación.

Paz y Bien

Casa de oración o tráfico de piedad











Para el día de hoy (24/11/17):  

 
Evangelio según San Lucas 19, 45-48





Él había entrado a Jerusalem, fiel hasta el fin a su vocación, al Reino, a los sueños de su Padre.
En la Ciudad Santa estaba ese Templo enorme y fastuoso, que era el centro espiritual de toda la nación judía, la de Israel y la de la Diáspora. Pero se había encontrado en sus atrios a toda una turba de cambistas de monedas de diverso origen y de comerciantes que vendían animales para los sacrificios que el culto exigía. Eso lo enciende de furia, y comienza a derribar las mesas de los cambistas y a abrir los corrales de los animales, pues habían transformado una casa de oración en una cueva de bandidos, aquello que estaba señalado como espacio sagrado, por puro interés. lo convirtieron en espacio banalmente profano.

Pero el Templo no es sagrado por sí mismo, por la sacralidad de sus construcciones sino más bien por Aquél que lo bendice y habita, Aquél que le otorga trascendencia. Aún así, el problema real radicaba -siempre lo hace- en los corazones de las personas.

Todo ese circo malsano hubo de montarse en beneficio económico de unos pocos, y a su vez respondía a una teología retributiva, es decir, al tira y afloje religioso de las cosas que podemos arrancarle a Dios mediante el cumplimiento estricto de algunas prácticas cultuales específicas, a esa piedad del trueque y las recompensas obtenidas.

La Encarnación es misterio insondable de amor en donde se entrecruzan el tiempo y la eternidad en la persona de Jesús de Nazareth, Dios hecho hombre, uno de nosotros, el más humano de todos. Es don, es oblación incondicional, asombrosamente gratuita.

Ni dos vidas ofrecidas por entero pueden obtener un sólo segundo de eternidad. Es el tiempo de la Gracia, de la desproporción, del amor más allá de todo mérito, y la Pasión refrendará a precio de sangre esa verdad.
El templo verdadero es Cristo, y por Él cada mujer y cada hombre son templos vivos del Dios de la Vida.

Nosotros nos debemos algunos desalojos, abandonar este comercio torpe de recompensas pretendidas y el permitirnos la contradicción de liberar a Dios de esos templos en donde lo hemos encerrado tanto tiempo, para volver a rendirle culto primero en el hermano.

Paz y Bien

El llanto del Señor










Para el día de hoy (23/11/17) 

Evangelio según Lucas 19, 41-44





A pesar de los discípulos que le acompañaban, a pesar de la multitud creciente que solía rodearle, la imagen es sobrecogedora: se trata de un hombre, sólo un hombre frente a la gran ciudad, grande por el Templo, grande por su historia y tradiciones, grande por el hondo significado simbólico para todo Israel.

Jesús de Nazareth es el mejor lector de los signos de los tiempos y es un conocedor profundo de lo que se teje en las honduras de los corazones. El Espíritu que lo impulsa y sostiene le brinda esa claridad única, esa mirada capaz de atravesar toda apariencia y los velos del tiempo. Sabe lo que sucederá algunas décadas después de su Pasión con la Ciudad Santa: las legiones romanas de Vespasiano y de Tito matarán a miles de hijos de Israel -combatientes zelotas o nó-. Otros tantos serán vendidos como esclavos, y no dejarán piedra sobre piedra de ese Templo que es el centro del mundo judío, y condenarán al pueblo a una diáspora que durará muchos siglos, demasiados, pueblo paria sin estado ni nación.
El Maestro es un hijo fiel de su pueblo, lo lleva en los huesos tal como María su Madre y su padre carpintero de Nazareth. Por ello, frente a esa Ciudad derruída en su ojos lejanos, llora sin esconder sus lágrimas.

La que en su nombre lleva su destino -Yerushalayim o Yerushalaim, Ciudad del Shalom, Ciudad de la Paz- será aplastada por la maquinaria infernal e inhumana de la guerra. Porque toda guerra, por más justicia que se enarbole, nos hace descender varios escalones en humanidad.
Y porque la paz no se declama. La paz se edifica día a día, con paciencia, con justicia, con tolerancia. La paz es don para todos aquellos hijos de Dios lo suficientemente inquietos para no acomodarse, para no se espectadores pasivos, para dejar de resignarse a que todo pase.

Y tal vez sea tiempo de darnos cuenta que hemos olvidado como llorar. Llorar en serio, llorar hasta las entrañas, llorar todo lo que haga falta, llorar como Cristo porque nay demasiadas ciudades nuestras que se tragan a sus hijos, que no aceptan bendiciones, que son demasiado hostiles a la vida. y sin ese llanto que nos purifique, las almas seguirán opacas a toda luz que nos recree, y nos vuelve reacios a la conversión.

Paz y Bien

La historia en nuestras manos











Para el día de hoy (22/11/17) 

Evangelio según Lucas 19, 11-28




Algunos de los discípulos se aferraban a la inminencia del establecimiento del Reinado del Mesías; no obstante ello, esa imagen tenía que ver con sus aspiraciones nacionalistas, sus ansias de liberación como nación y, porqué nó, su hambre de poder. Pero en verdad el Reino de Jesús de Nazareth, el Reino de Dios nada tiene que ver con nuestros esquemas mundanos, y ya se asoma humilde entre nosotros, aquí y ahora.

Como una travesía, toda existencia ha de tener un horizonte, un puerto hacia donde arribar. Pues el viaje, el no quedarse es importante, tan importante como no ir a los tumbos, sin brújula, y librados a los caprichos malos de cualquier temporal.

El regreso cierto del Señor es nuestro horizonte, el que ratifica nuestra esperanza, el que sustenta nuestros andares, el que nos acrisola el carácter.
Ese horizonte estará siempre, aún cuando muchos bienintencionados pretendan adelantarse con mensajes contrarios, arrogándose a veces una corona aurífera que en realidad es de espinas y de humildad absoluta, de silencio y sobre todo de confianza.

Hasta que Él vuelva. Ya está regresando, y reinará desde el trono de cada corazón, porque es un Rey que rehuye del poder y de los palacios, un rey muy extraño de confianza infinita en sus servidores, inmerecida, desbordante.

Por ello todo lo que se haga debe orientarse y centrarse en ese regreso. Y no puede haber resquicio alguno para el miedo, toda vez que el miedo es carácter propio del poderoso que impone terror, castigo y venganza, nada más opuesto y lejano al Dios de Jesús de Nazareth. Porque a veces el temor se disfraza de prudencia excesiva, que es la forma falaz de la cobardía.

Por esa confianza, sabemos que nada nos pertenece en verdad pues todo se nos ha confiado. Y la gratitud verdadera es devolver, cuando sea nuestro tiempo, esos dones que se nos han puesto en nuestras manos fructificados en justicia y fraternidad, en la savia eterna de la Gracia.

Paz y Bien

Cristo se deja encontrar









Presentación de la Virgen María

Para el día de hoy (21/11/17) 

Evangelio según Lucas 19, 1-10




Seguimos en Jericó, en los arrabales de la Ciudad Santa, en el umbral mismo de la Pasión del Señor. Es por ello que todo signo y todo símbolo cobra especial relevancia, porque ese aparente final de horror y muerte es en realidad comienzo del tiempo definitivo.

También, como en el día de ayer, nos encontramos con un problema de visión, aunque sus orígenes sean distintos. En el caso de ayer, se trataba de un hombre no vidente.
Hoy se trata de un hombre cuya mirada se haya limitada por la multitud y a causa de su estatura.
Dos extremos: el ciego de las puertas de la ciudad, de la vera del camino languidece en la miseria absoluta; Zaqueo, como jefe de publicanos es inmensamente rico. Con notable habilidad literaria, el Evangelista los vincula a ambos, y así la riqueza de uno puede inferirse como causal de la miseria del otro con el transcurrir de los versículos.

Los publicanos eran judíos que recaudaban tributos para el ocupante imperial romano, es decir, que cobraban impuestos para el César con el respaldo fiero de las legiones estacionadas en la zona. Un publicano es un traidor, ferviertemente odiado por sus paisanos, y un impuro consumado por el contacto permanente con extranjeros y con monedas no judías. Pero ellos, abusando de su posición, extorsionaban y cobraban de más en favor propio, toda vez que la legislación vigente consideraba la evasión del tributo imperial como sedición y por tanto, causal de condena a muerte. Así, los publicanos sólo podían tener vida social con otros tantos de su mismo oficio, su vida religiosa era prácticamente nula y estaban clasificados por sus compatriotas con la misma vara moral de las prostitutas.

Zaqueo sabe que el rabbí galileo ha llegado a Jericó, y está movilizado en las honduras de su corazón. Ese Maestro a nadie rechaza, perdona antes que condena, habla de Dios de una manera tan nueva y esperanzadora que -intuye- hay una multitud de respuestas en Él, incluso respuestas a esas preguntas aún no formuladas, las preguntas fundamentales de toda existencia.
Zaqueo intenta infructuosamente divisar a Jesús de Nazareth, pero la multitud está abigarrada -no cabe un alfiler- y Zaqueo es bajito, ni dando saltos puede divisar siquiera una sombra fugaz del Maestro. Por eso no vacila en en subirse a un árbol, un sicómoro, para tratar de verlo desde las ramas. A veces no está mal irse por las ramas si ello nos aclara la visión.
Zaqueo es petiso y eso le dificulta observar por entre el gentío. Pero más que eso, no vé bien porque ha decrecido en la estatura de su alma: la sujeción al dinero, la explotación de los demás, la corrupción cotidiana que se le ha enquistado lo empequeñecen, lo disminuyen al punto de no poder ver más allá de sí mismo. Esa pequeñez es muy distinta a la de María de Nazareth pues más que una pequeñez se trata de una bajeza estéril sin destino.

Pero esa subida al árbol revela que, en realidad, las primacías son siempre de Dios. Porque Cristo siempre se deja encontrar a pesar de toda dificultad por quienes le buscan con sinceridad y desde un corazón que languidece de hambre por el pan que no perece.

La cena en casa de Zaqueo es la celebración de ese Cristo que ha llegado a la vida de Zaqueo y se ha afincado en su corazón, restaurándolo en su estatura humana plena, que se convierte y repara todo el daño que ha podido causar por acción u omisión. Porque en el horizonte redescubierto de Zaqueo están nuevamente Dios y el prójimo.

Quiera Dios que podamos elevarnos para mirar a Cristo a los ojos. Dejarnos también descubrir por Él, y así celebrar y agradecer la vida recuperada desde lo alto.

Paz y Bien

Cristo jamás pasa de largo













Para el día de hoy (20/11/17) 

Evangelio según Lucas 18, 35-43





En ruta hacia Jerusalem, Jericó se encuentra a sólo treinta kilómetros, menos de una jornada de marcha. Poblado antiguo de historia frondosa, geográficamente se ubica como umbral de la Ciudad Santa, y simbólicamente es el suburbio de la Pasión de Cristo, la antesala de los horrores y los odios que no pueden apagar el amor mayor de la cruz.

Pero nos guiamos por la fé, y esa fé nos dice que la Pasión en Jerusalem no es el final sangriento de un peregrinar de tres años, sino que es un comienzo de un tiempo definitivo. Es por ello que desde esta perspectiva, hemos de prestar especial atención a lo que suceda en Jericó como hito decisivo.

Jesús de Nazareth se acerca a esa ciudad acompañado de sus discípulos y rodeado seguramente de un nutrido grupo de gente. La situación es compleja para los discípulos, pues reniegan de abandonar sus viejos esquemas, las viejas ideas nacionalistas mezquinas o las caricaturas mesiánicas que propugnan; pero también se embriagan de la influencia creciente que su Maestro tiene con el pueblo, y quizás ya se imaginen portentosos gobernantes delegados, aunque en sus mentes el miedo no está ausente. En numerosas ocasiones han escuchado las virulentas condenas y las patentes amenazas de los poderosos de siempre, y temen por Jesús y por ellos mismos.

A la vera del camino se encuentra, sumido en las sombras, un hombre ciego que suplica limosnas, cadencia de dolor continuo de un mundo que las retinas muertas de sus ojos le van angostando día a día el corazón. En el siglo I, las cegueras adquiridas en Palestina son frecuentes, a causa de las tormentas de arena y polvo del desierto, de las salinas de la zona y del sol fuerte que pega duramente contra rocas blanquecinas, lesionando las córneas de muchos. Así la ceguera implica caer en la miseria absoluta, dependiendo de la buena voluntad de los marchantes que puedan acercarles, solidarios, algunas pequeñas monedas para apenas sobrevivir.
A veces no se tiene la real dimensión de una limosna que se brinda desde la compasión; puede aparentar ser una monedita ínfima, pero tiene una eficacia asombrosa, y lo que produce abre las aguas de todas las rutinas que agobian. Así con este hombre, al que por compasión -y quizás sin darse cuenta- le brindan lo más valioso, la llegada del Señor, el Cristo que pasa por su existencia.
A veces también, ocupados en faraónicas planificaciones, nos solemos olvidar del valiosísimo primer paso de la Evangelización, que es una palabra de esperanza, una escucha atenta, una mirada transparente, el aviso claro de que Alguien se preocupa y ocupa de todos.

Ese hombre no ha cedido a la resignación. No baja los brazos a pesar de que la ceguera parece permanente, a pesar de que todos los demás acepten que su vida apenas discurra a la vera del camino, sumido en la miseria de las carencias y en la miseria de los corazones que justifican su descarte.
Esos gritos que enarbolan expresan rebeldía a la inhumanidad establecida y aceptada, pero más aún expresan confianza en una persona, Jesús de Nazareth. Y los gritos crecen en la misma proporción en que intentan morigerarse, y ser silenciados.
Triste imagen tan habitual, la de acallar los clamores de los que sufren y los gritos de los olvidados, un dios mezquino para unos pocos elegidos desentendido de todo dolor.

Pero este Cristo jamás pasa de largo. Es un servidor que vá hacia la raíz misma del problema, que sólo quiere prestar su auxilio. Y ese hombre confía en Él,, pilar fundamental junto al amor de Dios para que acontezcan milagros.
En ese hombre se inaugura la mejor de las noticias pues no pide ser librado de su ceguera, sino que antes bien quiere recuperar la vista. Parece una cuestión semántica, pero es crucial. La bendición, la liberación que Cristo nos ofrece no es tanto exonerarnos de sino ser libres para. Por eso ese hombre será nuevamente capaz de recibir y percibir la luz, su corazón renacerá y se convertirá en discípulo, paso salvador de Cristo por su existencia, la misma Pascua que hoy se nos ofrece para una vida santa, plena, eterna, feliz.

Paz y Bien

Los peligros de la excesiva prudencia












1a. Jornada mundial de los pobres

Domingo 33° durante el año

Para el día de hoy (19/11/17) 

Evangelio según Mateo 25, 14-30





Las parábolas de Jesús de Nazareth no son solamente elementos didácticos en los que pueden reconocerse contradicciones, alegorías, metáforas a veces extremas destinadas a encender la atención de sus oyentes y así procurar un aprendizaje más profuso.
En las parábolas el Maestro tiene, claramente, una vocación magistral, pero no se reducen a un plano educativo, sino que desde la misma cotidianeidad edifican ventanas por las que nos podemos asomar a la eternidad, de una manera inesperada y gratamente sorprendente. Es por ello que nunca las lecturas lineales o textuales expresan fidelidad a la Palabra, pues dejan de lado el sentido de lo que se dice y, muy especialmente, a Aquél que las pronuncia.
Y toda literalidad incuba y promueve los horribles fundamentalismos de cualquier laya. Lo que cuenta es la fé, la esperanza y el amor.

Ubiquémonos por un momento en uno de los objetos que sobresalen en el relato: los talentos -si nos quedamos meramente en un análisis económico- son monedas de la época del ministerio de Jesús de Nazareth que equivalían a seis mil denarios. Para tener en cuenta la proporción, un jornalero judío de aquel entonces, luego de doce horas de labor, podía llegar a ganar un denario al día. Un talento es una enormidad, una suma desproporcionada de dinero que se confía sin instrucciones y así, sin más trámite se deja en las manos de los servidores.

Quizás por ello, acotarnos a una interpretación que refiera a las diversas capacidades que cada uno de nosotros portamos -que por los orígenes antes descritos, no casualmente también se llaman talentos- y el grado de su puesta al servicio de Cristo y de su Iglesia nos deje en los umbrales de esa trascendencia a la que el Maestro nos invita cada día, a través de la Palabra. La Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva.

Lo verdaderamente decisivo, lo maravillosamente inquietante, lo realmente asombroso es que se ha confiado en nuestras manos algo enormemente valioso, herencia tan crítica que no puede mensurarse su real valor de tan ilimitado que es. Esa confianza desestabiliza, y quiera el Espíritu que siempre lo haga. Ninguno de nosotros tiene méritos suficientes para su administración, y por ello es aún mayor el impacto de esa confianza brindada, una confianza que no surge de los contratos sino del conocimiento profundo, de la interioridad misma de los corazones. Por eso la prudencia excesiva es tan desigual, por eso la prudencia excesiva es el maquillaje que suele utilizar la cobardía.

Porque en nuestras torpes y limitadas manos, merced a una confianza de Padre y aun cariño maternal, se nos ha confiado el Evangelio, la Buena Noticia, talentos que es menester gastar con los hermanos, extraña herencia que se multiplica y reproduce cuando no se reserva, cuando con generosa fraternidad se dilapida sin miramientos, para el bien de todos, por ese Reino que está aquí y ahora entre nosotros.

Paz y Bien

El infinito valor de la súplica tenaz










Para el día de hoy (18/11/17) 

Evangelio según Lucas 18, 1-8




Dejando de lado cualquier ligera pretensión sexista o neoideológica -pues las ideologías de género tienen hoy gran relevancia y son pesadamente tramposas- es menester ubicarnos en el contexto o paisaje sociocomunitario en el que Jesús de Nazareth refiere la parábola.
Durante varios siglos y por numerosas causas, la mujer judía carecía de derechos religiosos y jurídicos, siendo los únicos que podía en cierto y limitado modo esgrimir los que derivaban de su esposo. Es decir, dependía toda su existencia de la protección de los varones - de su padre, de su esposo, de su hijo mayor- y a su vez estaba sometida a sus deseos y limitada por la influencia que su cónyuge pudiera tener.
En el caso de viudez, esto se lleva a un epítome doloroso.

Una viuda es alguien que carece de derechos reconocidos ni de respaldo y apoyo. Una viuda es, en este contexto, el símbolo de todos aquellos que apenas sobreviven en su condición de vulnerabilidad. Su tenacidad en la petición, que se hace cargosa, molesta, martilleante, nos hace suponer sin demasiada dificultad que la intensidad de su reclamo está directamente relacionada a su sustento y, por lo tanto, a su supervivencia. Su vida misma está en juego, colgando apenas de un hilo el derecho que implora sin desmayos.

Del otro lado, quien debía escucharle y respaldarla, hace todo lo contrario. Es una imagen demasiado habitual, la de aquellos a los que fuera de sí mismos nada les importa, ni Dios ni el prójimo, lo que se agrava cuando dichas personas han de impartir justicia. Ello requiere ajustarse a derecho y mirar y ver, en primer lugar, a aquellos a los que no tienen nadie quien los proteja, viudas y huérfanos, y quizás por ello antes que una imponente estatua de una diosa de ojos vendados con una balanza equilibrada, preferiríamos simbolizar a la justicia como una madre de familia...con una escoba en su mano, y con los ojos bien abiertos.

Este juez de la injusticia, de la justicia denegada, de la no-justicia explícita, decide reivindicar el derecho de la viuda porque ya comienza a importunarle la insistencia de la mujer. Quizás se nos pase por alto algo muy elemental, y es que la persistencia del ruego deja en evidencia flagrante la inconducta del funcionario, quebrantando el tempo constante de indiferencia, la rítmica acomodaticia y corrupta de los que permiten y toleran que todo siga igual.

Entre nosotros, gracias a Dios, tenemos muchas viudas que no solemos ver, y que sustentan nuestras vidas merced a su plegaria constante. No necesariamente han perdido a sus esposos, pero son y se reconocen pequeñas y vulnerables, pero las distingue una confianza inquebrantable en ese Dios al que sin descanso se dirigen y suplican.

Su plegaria es peligrosa, pues quien tenga una vida orante vive la vida misma de Dios, y por ende su existencia refleja una luz que no puede extinguirse, una luz que pone en evidencia tantas sombras, tantas opacidades, tantas tinieblas. Esas plegarias constantes sostienen nuestros pasos, y es la plegaria que quizás nos siga permanenciendo en la columna del debe.
No tenemos excusas, debemos orar sin desfallecer.

Paz y Bien

La historia está grávida de la Gracia de Dios









Para el día de hoy (17/11/17):  

 
Evangelio según San Lucas 17, 26-37




Pueblos y culturas manejan de diversos modos su sentido del tiempo. A veces, como un devenir organizado, un transcurrir rigurosamente pautado, una rutina normada. Otros -especialmente a partir del siglo XX- mediante el uso de la propaganda apoyada en los avances tecnológicos, como modo espúreo de controlar estados de ánimo masivos, determinando angustias y prioridades falaces para luego instalar agendas, es decir, instaurar prioridades que no son tales, sino que responden a la cruda realidad de la perpetuación del poder establecido.
En medio de ello, varían las modalidades y suele acentuarse la indiferencia, la que en muchos casos es el mal menor pues implica menos agobio. Esa indiferencia es el sendero circular de la rutina que no lleva a ninguna parte, pues en realidad jamás uno se pone en marcha.
Pero en los extremos, cuando todo se torna insoportable, pueblos y culturas imaginan finales, finales mayestáticos y espectaculares, que en plano religioso implica la intervención directa y definitiva de Dios, Apocalipsis o Parusías del Día Divino, del final de la historia doliente tal cual se la conoce.

En todos los casos y más allá de toda razón, Jesús de Nazareth inaugura un tiempo nuevo, un tiempo santo, tiempo de Dios y el hombre -kairós- que es muy distinto al tiempo habitual al que nos acostumbramos y que cuantificamos y medimos -chronos-.

 Kairós es historia fecunda, tiempo re-creado, vida en expansión, regreso y reencuentro ciertos. Es Misericordia que sustenta asombrosamente al universo.

Porque Cristo ha de regresar de modo definitivo, y ya lo está haciendo en los suyos, en esa familia mística que llamamos Iglesia.

Aún con los que puedan alcanzar mayor longevidad, nuestro tiempo humano es corto, escaso, muy limitado. Apenas somos una brecha de tiempo que está de paso, y es lo que nos cuesta aceptar, esta medianía de la existencia. Sin embargo, ello posee certezas de vida o muerte. Porque en la ilógica del Reino, todo se pierde si no se dá incondicionalmente, y el primer desperdicio es la propia vida, y es menester decidirse a dejarse envolver por el narcótico demoledor de la rutina o animarse a hacerse ofrenda, paz y bien para los demás.

No se puede vivir mirando atrás, estatuas de sal que se aferran al pasado, rechazan transformar el presente y soñar el futuro.

Él volverá en cualquier momento.

Al fin y al cabo, hemos nacido en plena noche, en la noche más cerrada de la cruz, cuando nadie podía esperar ya más nada, cuando todo parecía definitivo, allí nacíamos al fin de los imposibles, la Resurrección, la vida que es eterna, que prevalece, historia grávida de Gracia dispuesta al parto, que no al sepelio, pura esperanza.

Paz y Bien

El Reino crece entre nosotros











Para el día de hoy (16/11/17) 

Evangelio según Lucas 17, 20-25






Están siempre las aves negras anunciadoras de desastres, los profetas del mal agüero, la prepotencia de que todo -necesariamente- ha de terminar mal, y que en circunstancias postreras se resolverá la historia con el regreso de Cristo, un apocalipsis que pretenden precalcular en exactitud de fechas, por signos descollantes y espectaculares. Ello, bajo cierta apariencia bíblica, entraña una postura falsaria y peligrosa, y es la de un Dios desentendido del acontecer humano, un Dios que parece renegar de la Encarnación, un Dios alejado y punitivo que nos deja librados a nuestros azares y miserias.
Pero en Dios, sólo en Dios está nuestra suerte.

Jesús de Nazareth inaugura el tiempo decisivo del cumplimiento de todas las promesas, de Dios con nosotros, y ya no hay motivo de recálculos, porque el Reino de Dios está aquí y ahora, haciendo fecundo nuestro presente tan pequeño y limitado, eternidad que se teje en la cotidianeidad, en los instantes.

Está cerca, muy cerca, tan cerca que está al alcance de cada corazón que le busca con sinceridad y fidelidad, con la veracidad de la gratitud porque el tiempo ya no es una fatalidad, sino que con todo y a pesar de todo el tiempo es redescubierto como bendición, don y misterio de la vida.

El Reino de Dios aquí y ahora, humilde, silencioso y potente como una semilla que no resigna su germen implica que cada día de la existencia puede y ha de ser único, maravilloso, irrepetible, tiempo santo porque Dios ha acampado entre nosotros, porque Dios nos habita, porque en las honduras de los corazones florece la vida eterna que Cristo ha ganado para todos nosotros con el sacrificio inmenso de la Pasión, vida ofrecida que no haya más crucificados, para que la muerte no tenga la última palabra, para que todos vivan para siempre.

Paz y Bien

La santa rebeldía de la gratitud











Para el día de hoy (15/11/17):  

 
Evangelio según San Lucas 17, 11-19





Uno de los significados principales de la escena del Evangelio para el día de hoy es el carácter de impuros de esos diez hombres.
En la Palestina judía del siglo I, los leprosos eran considerados impuros litúrgicos, es decir, se los separaba de la vida comunitaria -social y religiosa- por considerar la enfermedad de su dermis un signo exacto de pecado propio o de sus padres, y así el consecuente castigo divino. Era la impureza e indignidad total, y en su exclusión las cuestiones sanitarias o de higiene no tenían mayor relevancia.
Tal era la contundencia de la condena moral, que además de no poder vivir en los poblados o ciudades ni participar del culto, los leprosos debían de manifestar su condición vestidos con andrajos, despeinados y con parte de su rostro oculto, ventilando a los gritos su condición de impuro para que nadie tomara contacto con ellos. Más que el contagio peligroso, el contacto con el leproso comunicaba al infractor la misma impureza, volviéndolo a su vez indigno.
En los pocos casos en que había remisión de la enfermedad -lepra como mal de Hansen, lepra como psoriasis, lepra como simple afección cutánea-, el impuro debía de concurrir donde los sacerdotes, los que serían fedatarios y voces autorizadas de la readmisión social, y eso implicaba el reconocimiento del ignoto pecado causante del mal ya perdonado, y no un reconocimiento médico de la salud recobrada.  

Esta situación se magnifica cuando, además de leproso, uno de esos hombres es samaritano. Samaritano era sinónimo de extranjero, de mestizo, de impuro potenciado. Así, un leproso era un muerto social que voceaba en coro de vergüenza y desprecio su óbito.

Jesús se encamina con decisión a Jerusalem, a dar cumplimiento cabal de su misión. Es ampliamente conocido por todo lo que ha hecho de bien en Galilea, en Judea, en la Decápolis y en Samaria, pero es también un judío que peregrina hacia el Templo. Por ello esos hombres, sabedores de ambos aspectos, suplican a lo lejos su intercesión, la acción bondadosa de ese Maestro compasivo. Son hombres a los que le restringieron el alma y le colonizaron el corazón, y por ello se autolimitan y obedecen esos mandatos de muerte en vida, espectros a los que mejor no ver ni escuchar.

Pero este Cristo no está atado a ninguna norma ni a ninguna imposición limitante. Con Él hay más, siempre hay más, y será la Resurrección el fin de todos los imposibles. Por ello se detiene, por ello los escucha, y por ello los envía a presentarse al sacerdote. Aquí no hay magia ni artificios de apariencia fantástica y milagrera; se trata de pura justicia.
Una exclusión surgida de un entramado religioso debe finalizar definitivamente del mismo modo. Y Jesús de Nazareth no pretende abstracciones: hay dolientes que sufren y están agonizando en soledad, y es menester que sin violencia, sean readmitidos como hombres íntegros y totales al seno de la vida cotidiana, al entramado humano.

Los diez hombres, entonces, se encaminan presurosos al encuentro del sacerdote, y en ese caminar encuentran la sanación, símbolo de las cosas que deben crecerse y madurar, de los caminos que hay que andar y los que hay que desandar para humanizarnos en plenitud.
Sin embargo, un hombre regresa presuroso de agradecimiento para ponerse a los pies del Maestro, al descubrirse felizmente sano, libre, hombre nuevo.
Un sólo hombre regresa, y es precisamente el más impuro, el que nadie tienen en cuenta y todos desprecian, el samaritano.

Los otros hombres han obedecido con exactitud la Ley y sus prescripciones.
El samaritano desobedece el ritual impuesto, porque se ha encendido de la rebelión más santa, la de la gratitud.

Porque la Ley no salva.
La Salvación es don y misterio, y es también el reconocimiento de la acción asombrosa de la Gracia de Dios en nuestras existencias, fiesta de alegría contagiosa y liberación que se propaga.

Paz y Bien

Felices por servir










Para el día de hoy (14/11/17) 

Evangelio según Lucas 17, 7-10





Ciertos matices en el lenguaje de Jesús de Nazareth pueden resultarnos contradictorios y confusos por los giros propios de la época de su ministerio. Pero invariablemente se trata de utilizar situaciones que todos sus oyentes conocen para hacerse entender, para cale hondo su enseñanza.

Ello puede advertirse en la lectura que nos ofrece la liturgia en el día de hoy. El Maestro les habla a las mujeres y a los hombres de todos los tiempos, aunque en la coyuntura de cada parábola pueda enfocarse en ciertas personas en particular; aquí lo que cuenta es el trasfondo, y ese trasfondo es una religiosidad en la que impera el concepto retributivo, es decir, que mediante el cumplimiento preceptual y la acumulación de acciones piadosas que, a la postre, permitirían requerir recompensas acordes a esos méritos que se poseen. Es decir, que a través de esa pseudo virtudes se adquiere la bendición divina, y en realidad esconde la inefable soberbia de creerse en condiciones de exigirle determinados pagos a Dios.

En una relación filial no hay deudores, sino una familia que por sobre todo se ama sin condiciones.

EL Dios de Jesús de Nazareth es Padre y es Madre y es tan cercano que se hace vecino, amigo, hermano. Esa cercanía revela su esencia primordial, el amor, y de allí la gratuidad de su bondad, eso que llamamos Gracia.
El amor de Dios no se adquiere, el amor de Dios se acepta o rechaza del mismo modo que se ofrece, incondicionalmente. Hay vínculos mucho más profundos que el de las normas, y se fundamentan en una asombrosa confianza, una confianza que ese Dios deposita en nosotros para hacer sus cosas.

Con esa confianza y ese amor, nos descubrimos siervos inútiles, es decir, servidores sin méritos que reivindicar, servidores que hemos hecho lo que nos correspondía, o mejor aún, lo que se espera de nosotros.
Servidores felices de hacer lo que se debe, sin estridencias y con el empuje milagroso de la humildad, irnos al silencio frondoso del abrazo de Dios por haber cuidado de que esta pequeña parcela de tierra andante que somos haya sido frutal.

Paz y Bien

Piedras de tropiezo











Para el día de hoy (13/11/17) 

Evangelio según Lucas 17, 1-6






El Maestro solía valerse de alegorías y parábolas para enseñar las cosas del Reino, la Buena Noticia del amor de Dios, en un lenguaje común a todos sus oyentes, con imágenes tomadas de lo que vivían a diario, y por su manera novedosa de enseñar las gentes se asombraban y admiraban, pues Él hablaba con autoridad, haciéndoles crecer cosas nuevas corazón adentro, y no tanto acumulando información sin límites.
Pero a la hora de hablar con franqueza no vacilaba ni un instante en utilizar los términos más duros y contundentes, tan severo como una espada afilada. Hay cuestiones que no deben esconderse tras figuras literarias ni edulcorarlas para alivio de oyentes que se han acomodado a cierto tipo de costumbres en su devenir cotidiano.

Él habla de quienes se vuelven motivo de escándalo, y ello no tiene tanto que ver con ese concepto común de cuestiones ocultas e inconfesables, tan usuales en los medios de comunicación. Él se refiere a las implicaciones del sentido literal del término skandalon, que signfica piedra de tropiezo, empujón que hace caer en la incredulidad a los pequeños.
Y pequeños son los pobres, son los que apenas asoman a la vida de fé, los marginados, los que no acceden a la cultura y muy especialmente los niños. Hemos sido testigos demolidos e infernalmente acostumbrados de tantas existencias de niños avasallados por aquellos que debían cuidarles y protegerles, y con tanta frecuencia malsana hemos visto también afanes por esconder bajo la alfombra estas crueldades, o peor aún, de racionalizar lo que no puede tolerarse.
Porque desde Cristo no hay ambages: siempre hemos de estar del lado de las víctimas, jamás del lado de los victimarios.

Como un segundo movimiento sinfónico, nuestra misión -que es la misma misión de Jesús de Nazareth- nos encomienda una tarea de salud, de vendar corazones heridos, restablecer los vínculos quebrantados desde el perdón. No es tarea fácil y nada tiene de declamación, es bien concreta y definida. El perdón sana, el perdón libera, el perdón es un milagro.

Estos dos puntales sólo pueden sustentarse desde la fé, una fé que es ante todo don y misterio, es fé que moviliza los montes y transplanta los árboles más aferrados, la fé humilde del grano de mostaza que se vuelve frondosa, de sombra bienhechora para todo el que se acerca.

Paz y Bien

La fé, historia luminosa












Domingo 32° durante el año

Para el día de hoy (12/11/17): .

Evangelio según San Mateo 25, 1-13 




La pregunta quizás sea obvia y se nos presenta con demoledora sencillez: la misma inquiere acerca de cual hubiera sido el fin de las muchachas de la parábola, si las prudentes hubieran compartido algo de su aceite con las otras despreocupadas, imprudentes. Quizás con aceite prestado, con aceite compartido, todas las lámparas se hubieran mantenido encendidas, disipando la noche y aguardando en luminosa vigilia el regreso del Esposo.

Al fin y al cabo, quizás no haya signo más evangélico que el compartir.

Ese modo de interpretación es lineal, superficial, y por ende erróneo, y además poco fiel a la trascendencia de la enseñanza de Cristo que nos llega a través de la Palabra; aquí el Maestro no nos habla del compartir, sino de otro aspecto de la vida de fé y de la existencia que, de ningún modo, se resuelve con aceite prestado.

Ese aceite es único e intransferible, y hace directamente a la identidad, a la raíz personal. Porque la fé, que es don y misterio, crece y germina en comunidad, pero la decisión de vivir la fé con esperanza encendida es enteramente personal, aceite que se enciende solamente cuando libremente se quema. Habrá luz siempre con aceite propio, nunca con aceite prestado.

Allí sí, la pequeña llamita de una vida luminosa puede empujar a otros a que sus vidas se enciendan con la Gracia de Dios.

Porque la historia no es un devenir fortuito, a menudo socavada por el dolor y la miseria. La historia tiene un inmenso sentido trascendente, positivo, luminoso, y se nos está invitando, ahora mismo, a vivir de acuerdo a ello.

Paz y Bien

Idólatras del dinero











Para el día de hoy (11/11/17) 

Evangelio según San Lucas 16, 9-15





La actitud de Jesús de Nazareth frente al dinero no es fácil de describir y, mucho menos, de explicar. Varias de sus acciones y gestos surgen en franca contradicción con nuestros criterios: así como no perdía oportunidad de expresarse contundente en contra del dinero y las riquezas, también no tenía ningún prurito en sentarse a la mesa de los ricos como Zaqueo que le agasajaban y le escuchaban con atención en lujosos banquetes.

Aún así, Él enseñaba desde las honduras de su alma que cuanto mayores son los afanes y angustias a causa del dinero, menos espacios quedan en el corazón para Dios. Es decir, que el dinero deviene en absoluto, y al Absoluto se lo procede a relegar hasta renegar de Él o directamente ignorarlo, zanjando cualquier atisbo de trascendencia y, por tanto, de Salvación.

Seguramente mucho lo aprendió al lado de esos dos árboles frondosos que edificaron sus días, José y María de Nazareth, en la noble pobreza de su humilde hogar galileo. Y también, con el impulso del Espíritu, andando por los caminos de su patria.
Él sabía bien que la vida y la libertad, la paz y la justicia, la salud y la fraternidad no tienen precio, no pueden adquirirse ni con todo el oro del mundo. Y más aún, cuando por sistemas cada vez más inhumanos esto sucede, es signo exacto de que proliferan en nuestro mundo las víctimas y los esclavos y los sacrificios humanos, pues en el ara del cruel dios mercado se sacrifica al prójimo.

Pero por sobre todo, porque el dinero es el opuesto total al tiempo nuevo de la Gracia, de la Encarnación, de Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.

No se puede servir a dos señores, a un dios inmanente y al Dios de la vida. Los corazones divididos carecen de destino y perecen en la nada.
Sólo desde el amor de Dios podemos vivir la gloriosa libertad de ser hijas e hijos.

Paz y Bien

Administradores escandalosos de la Gracia de Dios










Para el día de hoy (10/11/17): 

Evangelio según San Lucas 16, 1-8





Las lecturas lineales nos hacen perder de vista la profundidad de la Palabra, y así pasamos por alto la dirección certera de los signos que se nos ofrecen y las ventanas al infinito que nos brindan los símbolos.
Así entonces, en la mera superficie, nos quedaríamos en un plano moral sin trascendencia -casi ideologizado- con nuestros criterios de justicia retributiva, comercio falaz, dinero injusto, tejes y manejes corruptos.

Sin embargo, hay otra vertiente, otra posibilidad de sumergirnos en el misterio. En ningún momento se afirma la exactitud o veracidad de la narración, es decir que el administrador sea un corrupto; todo nace por la peor de las insidias y ponzoñas, una murmuración, un rumor, quizás de la misma manera que murmuraban acerca de Jesús de Nazareth, quien para ciertos hombres severos y religiosos profesionales, dilapidaba el perdón de Dios, profanaba sin medida lo pretendidamente santo al compartir la mesa con los pecadores, los impuros, los indeseables.

Quizás desde esa perspectiva, nos resulte más fácil darnos cuenta que esos deudores, morosos perpetuos del Señor a causa de nuestras miserias, la acreencia de nuestros pecados.
Si fuera por nuestros criterios de justicia, no tendríamos escapatoria, no habría forma de saldar cuentas, de obtener certificados espirituales de libre deuda.

Para los esquemas mundanos, la dación generosa e incondicional es una infidelidad a todo sistema y un escándalo.
Bendito sea Cristo, administrador escandaloso de la Gracia de Dios, que prodiga perdón y liberación a costa de su propia vida libremente ofrecida, que nos invita a una misión de derroche de bondad, inteligente, astuto e ilimitado de lo que no nos pertenece pero que está en nuestras manos, cántaros de barro del tesoro de la Salvación, el amor de Dios.

Paz y Bien

Casa de Dios, corazón humano












Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán

Para el día de hoy (09/11/17) 

Evangelio según San Juan 2, 13-22





El Templo de Jerusalem era el centro de todo el universo judío. Tradicionalmente, refería a la tienda sagrada del desierto donde el Dios de sus padres habitaba, sitio sagrado.
En los tiempos del rey Salomón se construye el primer templo, que según cuenta tanto la Escritura como referencias históricas era de una magnificencia deslumbrante. Era un polo magnético ineludible para todo Israel, que confería identidad y sentido: allí estaba su Dios, allí se le rendía el culto verdadero, allí se custodiaba el arca de la Alianza.
Resulta difícil para todos nosotros, en nuestra mentalidad de siglo XXI, describir y comprender su decisiva relevancia; sin embargo, no es arriesgado inferir, como un primer esbozo, que Israel era el Pueblo de Dios no sólo porque Dios los había elegido desde la esclavitud de Egipto, sino también porque estaba allí, en el recinto sagrado.

Ese lugar tan caro a la fé y a los sentimientos del pueblo judío fué destruido por tropas invasoras cinco siglos antes del ministerio de Jesús de Nazareth. Luego fué reconstruido por el rey Zorobabel, re-consagrado por los Macabeos y finalmente, Herodes el Grande -casi en la época del nacimiento del Maestro- lo renovó y amplió con un esplendor descollante.

Las sucesivas guerras e invasiones provocaron que una importante número de hijos de Israel vivieran en la llamada Diáspora, es decir, en el extranjero. Pero para todos ellos, la mirada y el corazón siempre estaba orientado hacia ese Templo que era el centro de su universo, y al que acudían en piadosa peregrinación al menos una vez al año.
En el Templo, las prescripciones religiosas obligaban a los creyentes a realizar un holocausto, es decir, sacrificar en honor a su Dios alguno de los animales permitidos -por parte de los sacerdotes- y pagar los tributos o impuestos requeridos y obligatorios para el sostenimiento del culto y el sustento de la clase sacerdotal. Al llegarse a Jerusalem miles de peregrinos de infinidad de sitios, y al encontrarse la Tierra Santa ocupada por los romanos, estos tributos sólo podían pagarse con ciertas monedas permitidas, y por ello era necesaria la presencia de cambistas que realizaran las operaciones financieras para que los peregrinos obtuvieran las monedas autorizadas, y a su vez adquirieran los animales kosher para los sacrificios. Se presupone que las mesas de los cambistas y los corrales de los animales se ubicaban en las enormes explanadas del Patio de los Gentiles, y también un negociado descomunal por la contínua afluencia de fieles, y las prescripciones que obligaban a todos ellos a comprar animales y a cambiar monedas.

La actitud del maestro sorprende a propios y ajenos, y a menudo nos vuelve a emocionar, y lo añoramos así. Solemos abusar de una caricatura de un Cristo light, de bondades pacíficas, dulzuras y paz sin cambios, y este Maestro que se yergue fuerte y decidido, restaurador en justicia y derecho, consumido de celo por las cosas de su Padre es una imagen entrañable por la que solemos suplicar, para que vuelque todas las mesas de los cambistas actuales, para que expulse sin hesitar a tantos comerciantes inescrupulosos de nuestros atrios, comerciantes que a veces se revisten de pastores.
A pesar de razones y de corazones, ello implicaría quedarnos en la superficie, sin ahondar en la Buena Noticia que nos anuncia, aún con el fuerte impacto de las manadas de animales en estampida.

Lo que en verdad cuenta, la mesa cambista que hay que volcar es aquella que interfiere de cualquier modo con la Gracia de Dios. Su nombre mismo lo revela con meridiana claridad, es la asombrosa gratuidad de un Dios que se ofrece sin condiciones, que no se compra con dinero ni con ofrendas piadosas, sino acercándose a ese Cristo que es nuestra vida y nuestra Salvación, en un encuentro personal que es cordial y es sanguíneo, la existencia misma brindada hasta todos los extremos.

La Pascua de Jesús de Nazareth es ruptura con la muerte y con todo aquello que es muro que separa a la humanidad y a Dios.
Porque la Encarnación decide que Dios ya no habitará exclusivamente en los templos de piedra, por impresionantes y majestuosos que fueren.
La casa de Dios es el corazón fiel de cada mujer y cada hombre -templo vivo y latiente del Dios de la Vida- que se han despojado de todo lo vano y estéril para que sólo lo habite la eternidad de Aquél que se desvive por sus hijas e hijos.

Paz y Bien

Abrazar la cruz











Para el día de hoy (08/11/14) 

Evangelio según San Lucas 14, 25-33




En la liturgia de los días previos, la Palabra nos hablaba de mesa, ágape, invitación. Los oyentes atentos del Maestro de aquel tiempo, de éste y de todas las épocas corren el riesgo de aferrarse a esa imagen única, matizándola de cierto tipo de ingenuidad para hacerlo más llevadero y tolerable, cristianos de fé light.
Quizás por ello mismo el Evangelista sitúe a continuación esta enseñanza de Jesús de Nazareth, que no tiene tanto que ver con una secuencia temporal pero sí con una cronología espiritual que es, precisamente, el discipulado.

En cada encuentro con la Palabra de Dios hemos de despojarnos de todo lo fútil, de los preconceptos, de esa tentación de que el Evamgelio se adecue a nuestras pequeñas ambiciones, y muy especialmente, relegar al olvido la persistente tendencia a una lectura literal. La literalidad poco tiene que ver con la Buena Noticia y es causa de todos los fundamentalismos.
Así entonces, una mirada literal del Evangelio para el día de hoy nos puede hacer daño, volviéndonos resentidos, amargados y crueles, es decir, muy poco cristianos, tal es la virulencia de los términos utilizados por el Maestro, su énfasis y su entonación afilada y, quizás, hiriente.

Sin embargo, ahondando un poco en nuestra reflexión y con el auxilio de ese Espíritu que pone luz en nuestras mentes y fuego en nuestros corazones, podamos adentrarnos mar adentro de la Palabra, que siempre es bendición.
Literariamente, se trata de una hipérbole, es decir, una figura deliberadamente exagerada con el fin de que el interlocutor -o, en nuestro caso, el lector- adquiera una imagen o una idea que difícilmente pueda olvidar. No se clara, claro está, de instalar una insana obsesión sino de enseñar.
Porque sobreponiéndonos al impacto inicial, lo que prevalece es el amor a Dios y al prójimo, clave de todo destino.

La clave es poner toda la existencia en camino hacia un horizonte luminoso, porque antes, durante y después está siempre Dios, el Absoluto que dá sentido y resignifica familia, vida, bienes, planes, la totalidad de la existencia.
La clave es que Jesús de Nazareth es quien encabeza la marcha, asumiendo todas las primacías; todos los dolores y todos los costos antes han sido pagados por Él con su propia vida. Y nosotros, asombrosamente depositarios de una confianza que no merecemos, seguimos sus pasos.

Como si no fuera suficiente, a esta hipérbole el Maestro implica la necesidad de cargar la cruz para seguirle. En el siglo I, la cruz era el método por el cual el imperio romano ajusticiaba a los criminales más abyectos, los marginales, los malditos. Así entonces, cargar la cruz significa hacerse marginal, abyecto, correr con la gravosa carga de ser maldecido, a asumir la muerte a manos de los violentos y a causa de ser fieles.
Pero siempre, siempre, quien decide es la esencia misma de Dios, el amor. Por eso la necesidad de abrazar la cruz, pues a pesar de todas las horrorosas miserias de su superficie, esconde en su madera de árbol frutal una Gracia inconmensurable, la de ser otro Cristo que peregrina bendiciendo a todas las gentes, prodigando santidad a cada paso.

Paz y Bien

Invitados especiales a la mesa del Señor










Para el día de hoy (07/11/17) 

Evangelio según San Lucas 14, 1a.- 15-24






Dos distingos caracterizan al servidor de la parábola que la liturgia nos ofrece hoy: cumple con su deber, es obediente, y además sale en búsqueda de los invitados.

Es obediente en el sentido primordial del término -ob audire-, es decir, escucha atentamente y a partir de allí actúa. Sabe que mesa y banquete no son suyos, no le pertenecen, pero por circunstancias asombrosas se ha depositado sobre él de dar aviso de la celebración, de llevar -en mano, personalmente- las invitaciones, y de asegurarse que no haya sitios vacíos en esa mesa grande.
Pero además hay otra cuestión evidente, tan obvia que quizás se pase por alto con ligereza, y es que el servidor, en todos los casos, se pone en movimiento, vá en la búsqueda de los diversos invitados, se larga a los caminos a cumplir con un deber que ha descubierto y asumido como propio.

Desde esta perspectiva podemos contemplar humildemente la vocación a la vida cristiana, a la misión. Porque todos somos llamados a ser servidores, misioneros.
Lo verdaderamente importante es salir, no quedarse, no encerrarse tras muros de comodidad a la espera de que unos pocos se acerquen a la mesa. Y lo decisivo es la confianza que se nos ha depositado en nuestras manos y en nuestros corazones, porque de nuestros pequeños esfuerzos dependerá, en parte, las gentes que acudan al ágape de la vida.

Más aún: tienen asientos preferenciales aquellos que habitualmente languidecen de hambre y soledad, aquellos que nadie convida, aquellos que apenas sobreviven en todas las encrucijadas de la existencia.
Es símbolo perfecto del amor, sin reservarse nada para sí mismo, y salir al encuentro de los demás, como el Dios de Jesús y María de Nazareth, Padre y Madre de toda la creación.

Paz y Bien 

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