Talitá kum










San Juan Bosco, presbítero
Para el día de hoy (31/01/17):  

Evangelio según San Marcos 5, 21-43




Ayer contemplábamos la acción liberadora del Señor en la región de los gerasenos, tierras extrañas, tierras gentiles en donde purifica y sana a un hombre agobiado por un espíritu inmundo, pues la bendición de Dios ha de llegar a todos los pueblos.

Hoy, el Maestro y sus amigos han cruzado nuevamente a la otra orilla, a tierras de Israel. Hay una intensa carga simbólica a la cual hemos de prestar atención: los doce años de la hija de Jairo y los doce años de enfermedad de la mujer hemorroísa refieren a los padecimientos sin remisión que sufría el pueblo judío.
Los médicos -los escribas y fariseos- habían consumido los bienes de la mujer sin sanarla, médicos infructuosos que ya no pueden sanar al pueblo, un pueblo que se apretuja alrededor de Cristo pues intuye que sólo en Él está la liberación que ansía y que no hallan.

Esa mujer, normalmente, estaría condenada al ostracismo debido a las rígidas normas de pureza ritual. Pero en sus hemorragias la vida se le escapa, y a pesar de todo intenta, entremezclada con ese mar de gentes, llegar a las cercanías de Cristo con una tenacidad asombrosa. Ella confía en que sólo tocando el borde de su manto quedará sanada, la confianza en ese Cristo del cual brotan fuentes de vida, y al solo contacto con su manto cesan de inmediato las hemorragias.

El Maestro advierte que algo ha pasado. Los discípulos brindan una respuesta razonable, la multitud que se agolpa es la causante de probables roces. Pero es una multitud que se vuelve masa informe, en donde todo se confunde, y para el Señor cada rostro, cada persona cuenta. Por ello y a pesar de que esa mujer se revista de miedo, temerosa de haber cometido una infracción, puede irse en paz pues por sobre todo prevalece la fé en Cristo, en ese Cristo que todo lo puede y es nuestra salud y nuestra paz.

En el otro extremo, la hija de Jairo. Es una niña que apenas se asoma a la vida, y aún así parece perderse en el marasmo de una muerte temprana. Jairo es el jefe laico de la sinagoga, y ello es la señal de que allí tampoco hay respuestas ni salud: la purificación y la santidad, la vida plena no será ya cuestión de reglamentos ni de ritos tabulados, sino del encuentro profundo con la persona del Señor, fuente de toda gracia.

Los comedidos de siempre tratan de imponer resignación y fatalismo irreversibles, justificadores de los pesares, y duele más cuando ello proviene de los discípulos.
Pero con Cristo finalizan los no se puede, los nunca, los imposibles. Basta creer para cambiar la historia.

¡Talitá kum! es la llamada del Maestro para que la niña despierte del letargo definitivo y regrese a la vida. Él manda a sus papás que la alimenten, signo cierto de que Cristo es el Pan de vida.

Él también nos dice a nosotros con voz fuerte Talitá kum para despertarnos de todas las muertes, para desertar felices de todos los adormecimientos, para volver a creer y espantar a una muerte que ya no tiene la última palabra.

Paz y Bien

Miserias razonadas








Para el día de hoy (30/01/17):  

Evangelio según San Marcos 5, 1-20



Los discípulos no salían de su estupor, pues el Maestro, pleno de autoridad, había aplacado la furia de las aguas que embravecidas, parecían querer tragarse la frágil barca en la que navegaban.
Quizás por ello no le prestan demasiada atención a que han desembarcado en tierras gentiles, región de los gerasenos, ajenos a la bendición que suponen se acota al pueblo elegido. 

Van el Maestro y los discípulos, pero el hombre poseído por el espíritu impuro le sale al cruce del paso del Señor: el bien, y el bien absoluto que es Cristo, pone en evidencia el mal que a veces se esconde y camufla de costumbre.

Ese hombre habitaba en los sepulcros, una cruel definición que decide y anticipa que ese hombre está muerto aún cuando su biología indique lo contrario, confinado al hogar de la muerte.
Encadenado y olvidado en el lugar en donde la comunidad no se reune, es parte del paisaje, y las gentes se han acostumbrado a su presencia peligrosa pues es peligroso tanto para los demás como para sí mismo. 

Los gritos que enarbola y que asustan son la letanía quejosa de un dolor que se ha razonado por los demás: la acción primordial de las gentes ha sido encadenar a ese hombre, más no socorrerle. 
A veces las frustraciones y las miserias de muchos se condensan en uno solo, torpe expiación que en verdad expresa que son varias las almas enfermas.

La mención del nombre del espíritu inmundo -Legión- es un reflejo de la situación imperante en la época: una legión romana estaba compuesta por seis mil hombres y era la carta principal para oprimir a muchos pueblos mediante la fuerza, y la identificación del espíritu alienante como legión es la denuncia de todas las opresiones que disminuyen las estaturas humanas, que aplastan, que doblegan.

Pero en la presencia del Señor no hay mal que se resista, y la bendición de Dios en Cristo ha llegar a todas las naciones, a todos los pueblos. Que nunca se deben razonar miserias, a pesar de que muchos siguen hoy mismo defendiendo el derecho a las piaras antes que al bien de las personas.

Cristo es nuestra liberación, y ese hombre con su vida restituida ha de regresar a los suyos con la bendición que no se calla ni se oculta. En esas tierras no hay ansias mesiánicas confundidas como en Israel, y el paso salvador de Dios por la existencia ha de contarse siempre a los demás, tesoro que llevamos en estas vasijas de barro que somos.

Paz y Bien


Contracorriente








Domingo 4° durante el año

Para el día de hoy (29/01/17):  

Evangelio según San Mateo 4, 25- 5, 12




El Domingo anterior contemplábamos la lectura del Evangelio en donde el Maestro convocaba a la conversión, con la urgencia del Reino cercano, el Reino de Dios entre nosotros. La conversión implica converger hacia Dios y hacia el prójimo cambiando el corazón de raíz, la navegación de esta frágil barca que somos con el horizonte y el norte puesto en el propio Dios, una transformación cordial desde la misma raíz de la existencia.

Hoy esa transformación se profundiza, y se nos invita a encarnar, a hacer historia esa conversión urgente, revelando que el sueño de Dios, su proyecto universal es la felicidad, la plenitud del hombre.
Las bienaventuranzas son el camino de santidad de los cristianos, buena noticia para todos los corazones que no se resignan, que no abdican ante el mundo, corazones que viven con humilde tenacidad el orgullo y la bendición de ser hijas e hijos de Dios.

Hemos de tener en cuenta su carácter escatológico, pues las Bienaventuranzas encuentran su pleno sentido en el Cristo de la cruz y la resurrección; no son un catálogo de actitudes morales a seguir, ni una simpática o romántica colección de máximas para regodeo de los que gustan de la declamación sin conversión, los cristianos de domingo que olvidan su misión el resto de los días, los que razonan para que nada cambie, para que todo permanezca horrorosamente igual.

Vivir las Bienaventuranzas en lo cotidiano -cristianos de tiempo completo, sin reservas- es ir contracorriente enraizados en la locura de la cruz, en los asombros de la Gracia, afirmar la amorosa parcialidad de Dios para con los pobres, edificar la paz, buscar sin desmayos la concordia desde la mansedumbre, ricos en la pobreza amable del Reino, incansables buscadores de justicia, hijos misericordiosos como el Padre que nos llama y congrega.

Paz y Bien




Inclemencias










Para el día de hoy (28/01/17):  

Evangelio según San Marcos 4, 35-41




Como suele suceder, las claves de lectura en los Evangelios son humildes, sencillas, pequeñas, casi silenciosas. Es menester estar atentos para darnos cuenta de su señal. Precisamente aquí, la señal es la decisión y la indicación del Maestro a los suyos de cruzar a la otra orilla.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, el mar de Galilea era el ámbito en donde muchas familias procuraban su sustento diario mediante la pesca, como Andrés y Simón, Juan, Santiago y su padre Zebedeo. Pero también era la frontera natural entre la nación judía y el extranjero, los gentiles: como un tajo, las aguas del mar de Galilea dividen a los hijos del pueblo elegido, herederos de las promesas de Dios, del resto de aquellos que están y estarán sumidos en sombras por no pertenecer, y que suelen ser objeto de desprecio por parte de las severas autoridades religiosas vigentes.

De allí lo que acontece en el texto que prosigue. El Maestro se dirige a los pueblos gentiles en el afán y el sueño de Dios de llevar la Salvación a todas las naciones, y de congregar a un pueblo nuevo y santo alrededor de su persona, vínculos cordiales del Espíritu que sobrepasan las intenciones étnicas, religiosas, nacionales.

Simbólicamente, el mar representa el caos, el desorden peligroso y confuso que en los extremos se traga a los pequeños peces, y ese caos se ha instalado en las mentes y los corazones de los discípulos, afincados en la seguridad de su identidad judía, en la escasa certeza que no admite distintos o impares, al punto de inferir que van a perecer si el caos gentil se incorpora a la mansa calma de la primera comunidad.

La orden plena de autoridad de Cristo despeja los malos espíritus de un temor mórbido, las inclemencias que son reflejo de una fé vacilante y de una psicología sin cimientos firmes.

Cuando la Iglesia se repliega sobre sí misma, sobrevienen las inclemencias que nos revisten de temor y de miedo a lo ajeno, a lo distinto, a lo impuro, y eso es reflejo de falta de fé y de confianza en el Cristo que siempre descansa en las inmediaciones del timón de esta barca pequeña y frágil que es la Iglesia, y que a pesar de todo no perecerá jamás.

Por eso embarcarse hacia las orillas del hermano no reconocido, del prójimo olvidado y negado por el mundo es urgente, imperioso y fiel a una Buena Noticia que nunca debe circunscribirse a unos pocos, luz de las naciones, gloria del Creador que ama a toda la humanidad sin desmayo.

Paz y Bien

 



Semilla del Evangelio








Para el día de hoy (27/01/17):  

Evangelio según San Marcos 4, 26-34



Como sabía decir un poeta sabio, somos tierra que anda. 

Nada más ni nada menos que un puñado de tierra fértil que se nos ha concedido por un lapso, el tiempo que solemos identificar como la vida, la existencia. Habrá que ver qué hacemos con ello, todo se decide allí.

El ámbito cordial, la vida interior, el espacio espiritual que signa todo lo que es y todo lo que se hace comienza en pequeños albores humildes, acaso silenciosos y casi inadvertidos. 
Pero allí madura la semilla del Evangelio con una sencillez tenaz, con una fuerza asombrosa que persiste en crecer, germinar y fructificar.

Inicios tan poco ostensibles que parece no pasar nada, y sin embargo en las noches, en nuestros letargos, en todo tiempo esa vida escondida sigue pujante, creciente, con una promesa de frutos que es mucho más que una ilusión y una utopía.

Hay que confiar en su fuerza, y aunque suene paradójico, es menester desconfiar también de la instantaneidad, de los éxitos rutilantes. Todo tiene su tiempo de crecimiento, de maduración, y no hay plazos predeterminados. Cada corazón es un universo único e irrepetible, cada tierra no se replica igual a la otra.

Lo que cuenta es la vida escondida en esa mínima semilla. Seguir confiando sin resignaciones, que los frutos llegarán en el momento propicio, y la existencia madurará nueva y asombrosamente firme y amplia, capaz de cobijar en sus honduras a muchos, sin discriminar a propios y ajenos, un corazón generoso capaz de albergar multitudes porque ha ampliado sus fronteras la semilla germinal del Evangelio.

Paz y Bien



La luz más valiosa








Santos Timoteo y Tito, obispos

Para el día de hoy (26/01/17):  

Evangelio según San Marcos 4, 21-25




En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, la mayoría de las viviendas familiares se componían de una sola habitación amplia que hacía las veces de cocina, sala de comer y dormitorio colectivo. Hablamos del siglo I, y lógicamente el día prácticamente se terminaba al caer el sol, pues se acostumbraba a levantarse al alba y a trabajar duramente hasta el atardecer; de ese modo, el único momento del día en que la familia podía reunirse y compartir era a la caída del sol y comienzos de la noche.
Sin embargo, algo tan común para nosotros era impedimento grave para ellos, y es que la vida se acotaba a la par de la ausencia de la luz natural, y el modo de prolongar el día, el reencuentro familiar -la vida misma- era encendiendo una luz en el hogar; el problema es que el aceite que alimentaba las lámparas era carísimo y a las velas sólo podían acceder los ricos o bien los sacerdotes para el culto, por lo cual las familias tenían una sola lámpara que se colocaba en un estante o escalón elevado en esa habitación única para que la luz se propagara.

Hay un gesto obvio, y es que colocando esa lámpara en lo alto todos los rostros se iluminaban, padres, hijos y parientes se reconocían entre sí y se alejaban los miedos, las fobias y se achicaba la noche. Al ser tan valiosa, nadie en su sano juicio colocaría esa lámpara bajo la cama o bajo un cajón. 

A pesar de todos los cambios y de toda la tecnología, también hoy tenemos en nuestras manos la luz más valiosa, la luz del Evangelio que se nos ha confiado. Esconderla para unos pocos elegidos es internarse por atajos de maldición. Esa luz debe llegar a todas las gentes, a todos los pueblos, a todas las circunstancias. Todos los rostros deben iluminarse, todos deben ser conocidos y reconocidos, y por ello la misión es amplísima, nunca restrictiva.

Quien vive en la luz de Cristo irradia a los demás ese resplandor vital de Salvación, luz de la caridad que se acrecienta en tanto se comparte para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

Camino a Damasco









La Conversión de San Pablo, apóstol

Para el día de hoy (25/01/17):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-18




Ël se llamaba Shaúl -Saulo-, y era originario de Tarso de Cilicia; educado en los rigores del fariseísmo judío preponderante en su época, tenía también una profusa formación académica obtenida a los pies del rabbí Gamaliel en la misma Jerusalem. 
Era un hombre de fuego, casi un fanático, para quien el absoluto se hallaba la Ley de Moisés interpretada ésta bajo los mismos criterios rigurosos con los que se había formado, Bajo ese carácter apasionado se volvió también un implacable perseguidor de los primeros cristianos, severo y eficaz en tan brutal misión que enarbolaba en nombre de su Dios, al punto de ser uno de los causales del martirio del diácono Esteban.

Terrible actitud de Saulo y de todos los que se pretenden defensores de Dios y sus derechos, empeñosos represores de los que piensan distinto, violentos correctores de los que se desvían de las pautas oficiales dictadas.

En esas lides y en esa conducta estricta, Saulo se encamina a Damasco en su tarea persecutoria. Es un perseguidor experto que no se dá cuenta que él en verdad es perseguido por Cristo, quien lo busca para otro camino, otra vida, otra misión. 
A lomos de su intransigencia, montado en su mirada esquiva que no admite desiguales e impares, Saulo es derribado. Mejor aún, Saulo se cae de esa montura falaz, y deja de ser la Ley y su horizonte escaso y angosto el absoluto que rige su obrar, pues en camino a Damasco se encuentra con el Cristo a quien persigue, y merced a ese encuentro que lo transforma y a la Gracia que lo guiará, él se vuelve un apóstol celoso de su misión, humilde e incansable mensajero de Salvación, portador de una luz que no guarda para sí y que lleva a los gentiles, con tanto o más empeño que en sus tiempos anteriores, pues ahora tiene una misión y un destino que lo trasciende, un Cristo que confiesa sin temor, un tesoro que lleva en su vasija de barro.

Hemos de suplicar por nuestras caídas, nuestros propios caminos a Damasco. No habrá quizás una espectacularidad manifiesta, pero seguramente un encuentro trascendente que nos cambia la vida, una invitación a dejarlo todo, a comenzar andares nuevos y ya nó solos, montados en nuestros egoísmos, caminantes junto a Aquél que nos busca sin descanso.

Paz y Bien

Nueva familia, nueva dimensión









Para el día de hoy (24/01/17):  

Evangelio según San Marcos 3, 31-35




La clave, siempre, es ponerse en el lugar del otro. Y ponerse en el lugar del Maestro no es tarea sencilla: largarse a los caminos anunciando la Buena Nueva, hacerse hermano de los pobres y los excluidos, sanar a cuanto enfermo le traían a su presencia, persistir tenazmente en prodigar el bien a pesar de tantos que requerían les pidiera autorización, los rostros ceñudos de los que se apropian de Dios en desmedro del pueblo, esos mismos que saben mucho de violencia y descalificación. 

Pero además Él no cumplía en nada lo que se esperaba de Él por parte de sus parientes, no forma una familia, no sigue el oficio de su padre, no vive una vida apacible que no vulnere las tradiciones de sus mayores. 

Ponerse en el lugar del otro. Al Maestro las autoridades religiosas lo despreciaban y buscaban silenciarlo, y sus parientes no lo comprendían, al punto de inferir que estaba fuera de sí para actuar de esa manera.

Aún así, en esos tientos apretados, el Maestro no se abandona ni se resigna. Cuando una puerta se cierra, es menester buscar otras, y si ello persiste, animarse con valor a las ventanas, y por ello no se inmoviliza en el rechazo de su tribu.

Con Él se inaugura un nuevo tiempo, una nueva comunidad, un nuevo pueblo a partir de una nueva familia. Esta nueva familia hunde sus raíces en la fé de Abraham, pero no se acotará a etnias, marcos sociales o nacionales. Somos descendientes del viejo pastor por la fé, que nó por la biología.
Hijos, hermanos, padre y madres del Redentor por escuchar su Palabra y ponerla en práctica, familia que cumple con la voluntad de Dios plena de justicia, porque ajusta su corazón al corazón de Dios.

En esta familia nueva convocada, la primera es la Virgen María, Madre antes por la fé en la Palabra y luego Madre por gestar a Cristo en su seno.

Sin embargo, otra nueva dimensión se abre, los asombros de la Encarnación, de Dios con nosotros: Abbá Padre del Señor y Padre nuestro nos hace familia suya por su amor y su gracia, un Dios tan cercano que nos reune y congrega eternamente desde este mismo momento.

Paz y Bien

El drama de no querer ver









Para el día de hoy (23/01/17):  

Evangelio según San Marcos 3, 22-30


Los escribas habían llegado desde Jerusalem como inquisidores, inspectores que verificarían la ortodoxia y credenciales del joven rabbí galileo que tenía esa creciente influencia sobre el pueblo, especialmente entre el pobrerío, las gentes más sencillas.

No hay en esos hombres ansias de encontrar verdad, sino un cariz puntual de censura. Su cometido es someterle al tamiz de su ojo crítico que, necesariamente, concluirá del peor modo posible, y por eso, hiciera lo que hiciera el Maestro sería condenado.

No es menor la clasificación que le endilgan: aducen que las acciones de Jesús de Nazareth son el producto del demonio, de servir al poder del Maligno. No importaba todo el bien que había prodigado, los enfermos sanados, el pan multiplicado, los muertos redivivos, los gestos de justicia y liberación, la Buena Noticia que se anuncia a los pobres, el perdón que restaura.

Quizás hoy también, con otras artes no tan sutiles, se menoscaban personas mediante la difamación, y los rótulos de moda sobreabundan.

Esos hombres, quizás sin advertirlo, hacían ostentación de un profundo problema, el drama de no querer ver lo evidente, el bien que florece en todos las acciones y palabras de Jesucristo. A pesar de sus afanes de poder, de sus obtusos criterios religiosos, de las infamias propaladas, lo terrible es que al rechazar la acción de Dios en Cristo ellos mismos se condenan, aseverando así que el perdón y la misericordia de Dios no pueden alcanzarles, pues rechazan lo que no se adecua al tamiz de su ideología.

Es menester por ello tener los ojos bien abiertos, la mirada atenta al paso redentor de Dios por nuestras vidas, y las súplicas de perdón y gratitud prestas y latiendo corazón adentro.

Paz y Bien


Cosas de pescadores











Domingo 3° durante el año

Para el día de hoy (22/01/17):  

Evangelio según San Marcos 4, 12-23



En tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, la situación en todo Israel era brava, complicada, ominosa: el grave peso de la bota romana se hacía sentir, y a la carga de tributos impagables se aunaban las humillaciones continuas que el pueblo sufría. El entorno religioso no ayudaba, pues en parte se infería que lo que se sufría era a causa de los pecados e infidelidades del pueblo, un pueblo sometido a una miríada de reglamentos y normas que dejaban en un culposo estado de impureza ritual a la gran mayoría.
Para los galileos era peor aún, pues su condición provinciana y periférica y poblada por varias concentraciones de gentiles los colocaban bajo la mirada escrutadora y despectiva de los expertos religiosos, creyentes de segunda, que en su mediocridad resultaban nulos para parir cosas nuevas.

Precisamente, en esos ámbitos tenebrosos en donde todo se disuelve, allí comienza el Señor su ministerio. A ese pueblo agobiado le llega al fin la luz, la vida, la esperanza con la presencia de Jesús de Nazareth y su anuncio del Reino de Dios cerca.

No se trata de ir ganando adeptos, claro que nó, ni fanáticos incondicionales y obtusos, ni agrandar el listado de pertenencia. Se trata ante todo de un servicio generoso e incondicional que se ofrece a toda la humanidad, a todos los pueblos comenzando por Galilea. 
A ese pueblo golpeado por el dolor, boyante entre sombras, le ha llegado la luz, una luz que no es producto de un candelero fijo sino que es una luz viva, dinámica, personal, luz que transforma y aclara las miradas.

La tarea es grande pero no es individual, sino comunitaria, familiar. así Él convoca a otros que serán como Él por su decisión, por su iniciativa, por andar con Él, por vivir como Él. Son tan comunes como puede serlo una mujer o un hombre que se descubre en su cotidianeidad, en la identidad de sus tareas diarias.
Los primeros son pescadores de oficio en el mar de Galilea, y el Maestro los convoca a ser pescadores de hombres.

Atención: estos pescadores no ejercen su oficio con anzuelos y carnadas. Suelen utilizar redes amplias, y quizás sea un preanuncio de su vocación. Como pescadores de hombres, en su misión que es ante todo servicio, echarán sus redes de misericordia y compasión para que muchísimos peces permanezcan con vida, pequeños peces extraviados en el caos terrible de un mundo que los desdibuja y masifica.

Han pasado los siglos y cambiaron los opresores, y variaron los criterios religiosos. Brutos abyectos siempre hay, más hoy destacan los opresores de buenos modos, los que te razonan miserias y justifican dolores bajo diluvios de propaganda. Religiosamente, sigue esa tendencia a clasificar puros e impuros, propios y ajenos, desmedro del corazón misionero y la catolicidad de la Buena Noticia.

Pero a la vera de nuestros días, por la orilla de lo que somos pasa el Señor y nos vuelve a convocar, y vale la pena dejarlo todo y ponernos en marcha tras sus pasos, pescadores felices con una tarea que se nos ha confiado a nuestras manos.

Paz y Bien

El loco de Nazareth








Para el día de hoy (21/01/17):  

Evangelio según San Marcos 3, 20-21




No era nada fácil andar con Jesús de Nazareth.

Sus enseñanzas y el modo en que vivía, la firmeza y fidelidad a su misión, sus claros indicios de ruptura con lo que se suponía firme y férreo. 

A veces resulta útil situarse como un observador neutral del ministerio del Señor.
Originario de un pueblito galileo que se pierde en los mapas y que no importa a nadie, se larga a los caminos anunciando que el Reino de Dios está cerca, muy cerca, al alcance de todos los corazones.
Que Dios es un Padre que ama, un Dios Abbá, y que ama a todos especialmente a los pobres y a los pequeños, a los que nadie quiere.

Los olvidados se maravillaban con su palabra de esperanza, los descartados rituales se asombraban pues los sanaba de todos sus males, los pecadores públicos se estremecían pues los convocaba a una nueva vida y compartía con ellos pan y vino.
No escatimaba manos cordiales, bendiciones ni abrazos. No se callaba frente a las infamias, a la injusticia y a la opresión.
Para colmo, estaba de narices con las autoridades religiosas -o mejor dicho, lo tenían montado entre ceja y ceja-: lo que hacía y decía rompía los criterios estrictos, vulneraba los reglamentos que ellos mismos establecían y aplicaban y el pueblo -doblegado por la imagen de un Dios severísimo y verdugo- comenzaba a sonreír pleno de esperanza y perdón, en los asombros de la Gracia que de Él florecía.

Es claro que no prometía una alternativa religiosa o política. Todo en Él era rotundamente nuevo, Buenas Nuevas para todos aquellos a quienes la realidad cotidiana era tristemente gris, continuamente terrible, insoluble sin horizonte.

La incomprensión acerca de su misión y su identidad alcanzaba a sus allegados. El término parientes, en el siglo I, involucraba a la tribu, a la familia en el sentido amplio y nó tanto al grupo familiar primario. La tribu tenía una importancia crucial en el resguardo de la identidad y la protección del patrimonio común, pero también fijaba criterios de conservación moral y honor; de ese modo, si uno de ellos cometía un delito o un acto deshonroso, acarreaba desgracia e injurias a toda la familia. Pensemos por un momento que Jesús de Nazareth no ha cumplido nada de lo que de Él se espera, es decir, que siga el oficio de su padre carpintero, que busque una mujer, se case y tenga hijos, que siga las tradiciones de sus mayores y especialmente que no genere escándalos. Su enfrentamiento terrible con escribas y fariseos, a la par de toda su actividad, hace suponer a sus parientes que ha enloquecido y tratan de retenerlo pues infieren que ha enloquecido, traatando quizás que la cosa no pase a mayores.
Difícil vida la del Maestro, frente a la incomprensión de los suyos, de los cercanos, de los que treinta años crecieron a su lado.

Que el Espíritu de Dios nos siga encendiendo con la amable locura del Reino, en medio de tanta inhumana racionalidad, locos de amor, locos de esperanza, locos de fidelidad y servicio, para mayor gloria de Dios y bien de los hermanos.

Paz y Bien


Convocatoria divina









Para el día de hoy (20/01/17):  

Evangelio según San Marcos 3, 13-19




El lugar en donde se desarrolla la escena del Evangelio para este día es la montaña, simbólicamente ámbito propicio para que acontezca lo sagrado, para el encuentro con Dios: recordemos que en el monte Sión el Dios de Israel, a través de Moisés, entrega a los suyos la Ley, para que al crisol del desierto un grupo de varias tribus de esclavos se conviertan en un pueblo nuevo a la faz de la tierra, su pueblo, que tendrá una tierra que Dios mismo les ha prometido. Y Dios cumple siempre sus promesas.

Por ello también la convocatoria de Cristo a los Doce, en ese momento de la historia y en esa montaña es convocatoria divina. En su tiempo, la llamada es a las doce tribus por medio de Moisés.
Ahora, en este kairós, tiempo exacto, tiempo propicio, Cristo -nuevo y definitivo Moisés- convoca a Doce hombres porque Él quiso, señal cierta de que todas las primacías y las iniciativas son siempre suyas, y porque a partir de ellos inaugura un pueblo nuevo, la Iglesia, cuya identidad no estará acotada a lo social, lo biológico, lo étnico sino que se extenderá a todas las naciones pues sus vínculos serán cordiales, pueblo nuevo que camina a la tierra prometida de la Salvación.

Los convocados son hombres tan comunes que su singularidad es conmovedora. Pescadores, estudiosos de la Torah, recaudadores de impuestos, militantes políticos, un espectro variopinto con nombres y rostros precisos, que en cualquier otra circunstancia deberíamos decir ni locos, no funcionará, son demasiado distintos. Nada de eso, el milagro de la comunión apostólica y eclesial es que su principio unificador y su destino es Cristo, la persona con la que hay que estar y quien pone en ellos y en todos nosotros una misión tan trascendente que no puede posponerse, tan urgente que es necesario dejarlo todo y seguirle, misión primera que es la oración, misión de salvación, de anuncio de Buenas Noticias, misión de paz y liberación.

Nuestra vocación comunitaria y personal también es convocatoria divina. No hay vocación menor o mayor, se trata del llamado de Dios a ser felices, plenos junto a Él, con Él y por Él. Por nuestros nombres nos llama, con el sueño de todo lo que podemos llegar a ser y a hacer a su lado y en su Nombre.

Paz y Bien

Perspectivas








Para el día de hoy (19/01/17):  

Evangelio según San Marcos 3, 7-12





El repliegue de Jesús con los discípulos a orillas del mar indica un desplazamiento hacia las costas del mar de Galilea -lago de Tiberiades o de Genesaret-, tal vez llevando a varios de los suyos a sus orígenes iniciales, pues pescaban allí y allí mismo fueron convocados como pescadores de hombres, pero también esa retirada es el desandar las falsarias mieles del éxito, pues prevalecía entre las gentes su fama antes que su enseñanza.

Aún así, una multitud ansiosa y necesitada lo sigue de muchos pueblos galileos. Pero no se acota a sus paisanos: la situación imperante era durísima en toda la nación judía y alrededores, y por ello, una marea humana se encamina hacia donde está Él desde la ortodoxa Judea, desde todos los confines judíos pero también de tierras gentiles, Idumea, Transjordania, Tiro y Sidón. No hay restricción ni excluidos en la Buena Noticia, y en mayor o menor medida esas gentes encuentran en Jesús de Nazareth un libertador que se ocupa de sus pesares.

Él pide a los suyos una barca para subirse y enseñar desde allí. La multitud que se agolpa lo apretuja, y mayor que el riesgo físico es el peligro de la euforia y las ideas confusa de venganza y barruntos de poder temporal. El cerco humano quizás exprese más el peligro de imponer el deseo de esa masa informe, sin rostro.
La euforia suele ser la contracara de la depresión, y discurrir por sus veredas es tan peligroso como embarcarse en el bote de papel del éxito, lo vano, lo que aparenta bueno pero que se diluye sin destino.

Cuando eso sucede, tanto en cuestiones públicas como en el ámbito personal, es menester tomar algo de distancia para recuperar perspectiva.
La perspectiva del Reino, que es amor, generosidad, un Dios que se ofrece incondicional a todos los pueblos.
La perspectiva del servicio, que es la antítesis total del poder y del dominio.
La perspectiva de la justicia divina, que es la misericordia, y nunca -jamás- perder de vista el sufrimiento de los pobres y nuestras manos convocadas a una tarea inmensa pero no imposible.

Ese Cristo redentor pide hoy esta mínima barca que somos para proseguir anunciando Buenas Noticias a nuestra gente.

Paz y Bien



Lo importante y lo urgente











Para el día de hoy (18/01/17):  

Evangelio según San Marcos 3, 1-6



La escena que nos presenta el Evangelista Marcos es, en apariencia, sencilla, muy simple, pero tiene una construcción literaria magistral, porque ese Sábado, en esa sinagoga, parecen estar presentes los fariseos y el hombre de la mano paralizada y el Maestro que ingresa, expresamente difuminado el pueblo, las autoridades sinagogales, los rabinos.
Debido a los rígidos criterios de pureza e impureza ritual, un hombre con esa discapacidad no debería estar en la sinagoga en plena celebración del Shabbath, por lo cual su presencia necesariamente ha sido admitida por los fariseos en tren de provocación; no olvidemos que están allí, atentos a lo que hace el Maestro, en afán de buscar motivos de condena. No es poca cosa: ante una infracción al Shabbath correspondía una advertencia, pero la reincidencia implicaba, para el infractor, la pena capital.

Pero también hay un plano simbólico que es preciso no obviar, no pasar por alto, y es la acción liberadora de Dios en Jesucristo para con su pueblo, un pueblo pobre y humilde sometido a las desdichas de una religiosidad opresiva que dejaba fuera de la bendición divina a muchos, a casi todos con mayor certeza. La minuciosidad de esos hombres sería loable si tendiera a la fidelidad y a evitar suspicaces medianías, cuando en realidad absolutizaban cosas importantes pero medios al fin, y dejaban de lado a Aquél que es origen, camino y destino de toda existencia, y por ello se abandona la búsqueda incansable del bien del prójimo. Una deforme discusión entre lo importante y lo urgente en donde esto último se descarta, y con ello quedan muchos a la vera de todo.

Un hombre con una mano paralizada es un hombre que no puede trabajar, que no puede ganar el sustento para su familia por su esfuerzo. Es un hombre también que no estrecha su mano, que no abraza, que no puede defenderse, y que por dichos criterios religiosos debe conformarse resignado y culposo a su situación.
Pero también es la imagen de un pueblo abatido, inerme e inmovilizado por una culpa que se les ha impuesto y que parece irredimible, con los razonamientos propios de los justificadores de tristezas y miserias.

Como se mencionaba, el riesgo para el Maestro estaba allí, en el silencio ominoso de esos fariseos. Aún así, con todo y a pesar de todo, ningún sufrimiento debe admitir postergaciones, de ninguna clase, y Cristo expresa el amor infinito de Dios que quiere llegar a cada mujer y a cada hombre, especialmente a los dolientes y los pobres.
La mano que se sana es un miembro restaurado en salud pero también una vida y una dignidad restituidas a pura bondad, en el pleno sentido del día de Dios, Shabbath o Domingo.

Finalmente, observaremos ciertos complots entre fariseos y herodianos, los que usualmente se detestaban: es la alianza del poder religioso y el poder político frente a lo que perciben como una amenaza, señal ineludible para todo aquel que se comprometa de corazón con la Buena Noticia.

Paz y Bien


Institucionalizaciones









Para el día de hoy (17/01/17):  

Evangelio según San Marcos 2, 23-28



Para el pueblo de Israel, el Sábado hacía a su identidad nacional y conformaba un espacio de reposo y restablecer vínculos con Dios y con la familia, tal vez por el hecho de permanecer en el hogar todo un día en el nombre de su Dios.
En los días del exilio babilónico, su relevancia fué aún mayor pues era el único modo de preservar su identidad nacional y su pertenencia religiosa en un ambiente tan hostil.

Todo ello surgía de los mandamientos de Dios en la Torah, y varios siglos antes de la irrupción de Cristo en la historia, numerosos estudiosos, exégetas y comentaristas se ocuparon especialmente del tema. Parte de esos comentarios teológicos fueron agrupándose en un tratado denominado Mishná, el cual con el correr de los años adquirió un status tan alto como el de la misma Palabra de Dios. De allí la adminración del pueblo en la enseñanza del Maestro frente a la didáctica de los escribas: éstos comentaban la Mishná, es decir, comentaban al comentarista, quizás dejando de lado la contemplación de Aquél que es fuente, origen e inspiración de la Palabra.

Los rigores no son criticables, más aún en tiempos de disolución relativista. El problema estribaba en que el Sábado se había institucionalizado en demasía, con la imposición de reglamentos inflexibles y de allí el olvido del Dios que brindaba a su pueblo el Shabbath como día de reencuentro, de salud, de descanso familiar.

Un día, el Maestro y los discípulos atravesaban un sembradío, y tomaban algunas espigas entre las manos para liberar unos pocos granos, un engaño del hambre, una urgencia de subsistencia que parece no poder postergarse. En el Libro del Deuteronomio, sorprendentemente, esto estaba previsto: un hambriento podía tomar espigas de trigo de un campo vecino para menguar su languidez sin usar una hoz, una previsión solidaria para con el que la pasa mal y que no admite demoras ni juicios por robo.
Así, la crítica de los escribas vá en esa dirección: fervorosos escrutadores de los detalles, solían perder la visión de conjunto que es, precisamente, el amor de Dios que se expresa en su afán incansable por la búsqueda del bien y la plenitud humanas.

Sin embargo, una cuestión de enorme trascendencia se plantea: al reconocerse Señor del Sábado -antes había perdonado pecados-, Cristo revela su identidad divina. 

Y este Dios tan cercano y hermano nuestro, nos vuelve a decir hoy que tenemos demasiados Sábados a los que les rendimos cultos, cuando el culto verdadero es la compasión -Misericordia quiero, que no sacrificios-, y que cada hombre y cada mujer porta una vida que es sagrada, templo vivo del Dios de la vida. 


Paz y Bien

El nuevo ayuno









Para el día de hoy (16/01/17):  

Evangelio según San Marcos 2, 18-22




La práctica del ayuno era habitual en todos los pueblos mediterráneos en la época del ministerio de Jesús de Nazareth, y tenía una relevancia especial para los hijos de Israel. 
El ayuno que practicaban todos -por eso la mención del Evangelista referida tanto a los fariseos como a los discípulos del Bautista- tenía un cariz luctuoso y de contrición. Con el ayuno expresaban el luto de Israel por la dominación extranjera que ejercía el Imperio Romano, apisonando su libertad y agobiándolos con tributos que los sumían en la miseria. Muchas familias perdían la tierra que había sido de generaciones a causa de las deudas. 
Pero el ayuno también su aspecto penitencial: esa realidad tan dura que vivían era comprendida como un justo castigo de Dios por sus pecados e infidelidades. Ellos procuraban obtener perdón y purificación mediante el ayuno, cierto tipo de religiosidad retributiva que supone que mediante los actos de piedad y culto se obtienen los favores de Dios. De ese modo, todo se troca -aún religiosamente- y no hay espacios ni ámbito para la Gracia de Dios.

Más todo ha cambiado. La presencia de Cristo señala e inicia la graciosa irrupción del Reino de Dios en la historia humana, motivo de alegría, de Gracia, de perdón. No es el rito el que purifica, sino el amor y la misericordia de Dios. 

El amor de Dios en Jesucristo son los esponsales de un Dios enamorado de su creación. Y aunque parezca un simplismo más, en las bodas hay que celebrar, festejar con todo y a pesar de todo y de aquellos que tienen intenciones de convertirlo todo en resignado ambiente mortuorio.

Porque hay un nuevo ayuno, el que implica una privación de alimentos para el socorro del hambriento, el ayuno solidario con todos los crucificados, el ayuno que es oración que no se manifiesta en público ostentosamente, sino que es un humilde retiro callado de encuentro profundo con Abbá en el desierto de un alma que se despoja de lo vacuo, y que es también celebración de la vida ofrecida por Dios sin límites a toda la humanidad.


Paz y Bien

Cordero y testimonio








Domingo 2º durante el año

Para el día de hoy (15/01/17):  

Evangelio según San Juan 1, 29-34



En la lectura que contemplamos este segundo Domingo destella especialmente el verbo ver: Juan vé acercarse a Jesús de Nazareth por entre la multitud, humilde como uno más, para bautizarse. Pero Juan no solamente vé a un joven galileo, sino al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, vé a un hombre real pero también a alguien de origen eterno, pues afirma que lo precede en esencia y existencia.

Juan vé también al Espíritu Santo descender sobre Jesús en forma de paloma y permanecer sobre Él, señal de la presencia de Dios, signo cierto de que Ël es quien trar el bautismo definitivo, haciendo pleno el suyo que es preparación, camino que se allana.

Jesús de Nazareth es, para el Bautista, en quien se cumplen todas las promesas, Aquél que su pueblo espera, el que restablecerá definitivamente los vínculos entre Dios y su pueblo en un infinito ámbito de justicia y perdón.
Juan vé en Jesús al Cristo, y dá testimonio de ello, aún cuando ello suponga exponerse a un riesgo terrible que al poco tiempo se concretará en las mazmorras herodianas, en su ejecución entre gallos y medianoche.


Por eso, quizás, testimonio tenga mucho de mirar y ver y, luego, de actuar en consecuencia.

En el Bautista hay un ver acotado a los sentidos pero también una profundidad capaz de ir más allá de lo evidente, ese estar atento para descubrir un rostro concreto por ante una multitud que tiende a desdibujar singularidades. Aún así, el Espíritu que asiste y sustenta al Bautista le permite reconocer en el joven de Nazareth al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que inicia el nuevo éxodo que también será definitivo, el que prevalece sobre todos los males, el que viene a decir con su vida que ya no debe haber más chivos expiatorios ni gentes arrojadas a los sacrificios, sólo ofrendas de la propia vida generosa e incondicional, el Siervo de Dios y de los hombres que es nuestra esperanza y nuestra liberación.

Con ese mirar y ver Juan se juega los huesos. Reconocer a un Dios tan humilde y sencillo interpela y complica a los poderosos de este mundo. 
Juan es profeta, voz que anuncia y denuncia en nombre de Dios y testigo primordial de Cristo, pues vió, creyó, su vida se transformó y dá cuenta de ello con su propia vida.

Sea nuestro espejo y nuestra guía para tantos días grises.

Paz y Bien

Comensalidad









Para el día de hoy (14/01/17):  

Evangelio según San Marcos 2, 13-17



Aunque parezca un sesgo parcial, podemos representar el ministerio de Jesús de Nazareth a través de numerosas comidas.  En unas bodas en Caná de Galilea, junto a los publicanos en casa de Zaqueo, los encuentros cálidamente familiares en casa de Lázaro, Marta y María, en casa de Simón, una Última Cena  con sus discípulos, el banquete en el hogar de Leví/Mateo como contemplamos en la lectura para el día de hoy.

Pero hay otras comidas y otras mesas también. La mesa de Levi en donde se cobran impuestos brutales de manera extorsiva, la mesa de Pilatos en donde decide el imperio, la mesa de Herodes en donde el poder suprime a los profetas, las mesas fariseas -tan estrechas y exclusivas- en donde todo se mira condescendiente y crítico a todo lo distinto, en donde a lo impuro se lo execra. 

En cierto modo, la vida cristiana se expresa en la comensalidad, en el comer juntos, en la mesa compartida, ágape de hermanos en donde la vida se celebra y se agradece la bendición eterna de un Dios que está siempre presente en medio de su pueblo, un Dios que se ha quedado definitivamente en la Eucaristía.

Las mesas del Señor son escandalosas, porque la Gracia es escandalosa a los criterios del mundo.

En la mesa de hermanos todos cuentan, todos son importantes y hay asientos preferenciales para los que languidecen de hambre, para los que nadie invita, para los que siempre están fuera, aún cuando los motivos sean razonables.
Nada de razón tiene el Reino, pero sí mucho de co-razón, y ese corazón duele cuando la mesa de la Iglesia se restringe, se achica, se quitan lugares a los Levi, a las prostitutas, a todos los pecadores públicos.

Que nuestra comensalidad sea signo de caridad y acción de gracias por todo el bien que Cristo ha hecho en nuestras vidas.

Paz y Bien









Por los techos









Para el día de hoy (13/01/17):  

Evangelio según San Marcos 2, 1-12







Todo texto -y más aún la Palabra- tiene niveles de profundidad, a los que se accede meditando, reflexionando, internándonos en el terreno frutal de los símbolos. En nuestro caso, además de la meditación y la reflexión nos asiste la contemplación que es escucha atenta, pues la Palabra es Palabra de Vida y Palabra viva. Dios nos habla hoy a todos y cada uno de nosotros.

Por eso en la lectura que nos ofrece la liturgia del día, podemos adentrarnos mar adentro de significados y la trascendencia de un Dios que nos habla, Verbo eterno tan cercano y parecido a todos nosotros.

El Maestro regresaba de una de sus travesías misioneras a Cafarnaúm, a la casa en donde solía hospedarse, hogar de amigos, y al difundirse la noticia de su presencia allí, las gentes comenzaban a agolparse a las puertas y por todo el lugar. No había modo de pasar.
Hemos de tener en cuenta que nos encontramos en tierras judías, aún cuando éstas integren la periferia galilea. Por ello, toda esa multitud está constituida por hijas e hijos de Israel que ven el ejoven rabbí galileo a alguien propio y bendito, aún cuando muchos solamente busquen los beneficios taumatúrgicos que parece irradiar. Pero ese mismo fervor que los congrega allí impide a otros tantos que puedan acercarse a Cristo, que a nadie rechaza.

Adentrarse en los símbolos. Los particularismos y exclusividades son nefastas, y poco tienen que ver con la Buena Noticia, y esas gentes impiden acceso a todos aquellos que no son del Pueblo Elegido, por lo cual deben -justamente- quedar fuera paganos y gentiles. Sólo reemplazando nombres se nos presentan situaciones, y es el cariz de una Iglesia que a fuer de estricta se repliega sobre sí misma y obtura puertas y ventanas para tantos descastados y descartados de cualquier origen.

En los tiempos del ministerio del Señor, los enfermos languidecían su enfermedad en una suerte de colchones que también podían portarse al modo de camillas. Para quien estuviera enfermo, la vida se acotaría a ese cuadrado de tela, tal vez relleno de paja, y dependía de otros para cualquier desplazamiento.
Ese enfermo en esas angarillas portadas por cuatro hombres que representan los cuatro puntos cardinales, expresan a una humanidad enferma y postrada por el pecado que acude a la puerta de Israel buscando salvación, pero allí hay como un muro que les impide cualquier acceso. El paciente postrado puede ser las prostitutas, los publicanos, los gentiles, los paganos, todos aquellos impares que no son como nosotros, que deben quedar fuera por no pertenecer.

Sin embargo, estamos en un nuevo tiempo, el tiempo de la Gracia en el que todos los no se puede no tienen lugar ni serán definitivos como no lo es la muerte. La solidaridad y la compasión que son frutos de la fé encuentran caminos para que las gentes se encuentren con el Cristo, fuente de toda paz, salvación y felicidad.

La misión implica coraje y también creatividad, y catolicidad trasciende no dejando a nadie fuera del ágape del Señor, abriendo boquetes por los techos cuando parece que todas las puertas se han cerrado y nada más queda.

Paz y Bien


En las afueras









Para el día de hoy (12/01/17):  

Evangelio según San Marcos 1, 40-45




En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth había un ambiente cargado y enrarecido. Ansias de liberación nacional que se diluían con el tiempo pero se renovaban mediante el odio furibundo al opresor romano. Torpes y brutales reyezuelos locales. Muchos que enarbolaban banderas mesiánicas, pero apenas eran falsos profetas que buscaban provecho propio.
En el ámbito religioso, la ortodoxia oficial exacerbaba la estricta observancia de los preceptos provenientes de la Ley de Moisés; no está mal, claro está, la rigurosidad que abandona posturas cómodas o medias tintas. El problema es que a partir de ello habían impuesto rígidas normas de pureza/impureza ritual que dejaban a la gran mayoría del pueblo en estado impuro, y a su vez se les hacía prácticamente imposible acceder a los complejos ritos de purificación y readmisión comunitaria.

Nada demasiado extraño. Unos pocos pretensamente puros, y el pueblo en las afueras, andando en las sombras y a los tumbos.

Por aquel entonces también el padecimiento de la lepra implicaba una situación terrible para el enfermo, en parte porque se presuponía que la lepra en todas sus formas era contagiosa y devastadora, pero más aún pues las llagas evidentes que provocaba eran condición obvia de esa impureza que segregaba y excluía. De ese modo, un problema de salud era ante todo un problema religioso, y un sacerdote sería quien determinaría el alta del paciente y su eventual readmisión social.
Pero bajo la idea de lepra se englobaban todo tipo de afecciones cutáneas -moluscos, dermatitis, angiomas, etc-, con lo cual el grupo de leprosos se acrecentaba notablemente. Las condiciones era durísimas: los enfermos debían vivir fuera de las ciudades, vestirse con harapos y echarse sobre los cabellos cenizas: frente al paso de los "sanos", debían declamar de lejos y a los gritos su estado. Esa normas implicaban una resignación absoluta de los enfermos, que a nadie se acercarían.

Pero el leproso que nos presenta el Evangelio para este día es algo diferente, y parece no importarle tanto las consecuencias severas de vulnerar los preceptos como la confianza ue despierta en él ese joven rabbí galileo del que todo el mundo comenta, que ha hecho tanto bien, que a tantos ha sanado y a nadie rechaza. Su acercamiento, como la fé, es cordial antes que físico.

Pero el Maestro también tenía bien en claro los riesgos de infringir las normas, pero más aún el sufrimiento múltiple de ese hombre. Él se conmueve, se acerca y lo toca, ritual de misericordia que opera el milagro, la presencia bondadosa de Dios entre nosotros.
La piel de ese hombre se limpia pues ha sido purificada su alma de todo gravamen.

Él envía a ese hombre a presentarse al sacerdote. Los que lo ha excluido sin contemplaciones han de readmitirlo a la vida comunitaria en sus mismos términos. 
El Maestro también sabía que solían aflorar falsos fervores y concepciones erróneas del Mesías, y por ello no quiere que ese hombre difunda lo que ha pasado. Pero, ¿como callar, frente a la inmensa bendición recibida? ¿Cómo no contar las bondades de Dios a todo aquél que quiera escuchar?

La escena siguiente nos sitúa al Maestro en las afueras de las ciudades. Al tocar al leproso, Él mismo se ha convertido en un impuro y se vuelve indigno de ser partícipe de la vida ciudadana. Aún así, las gentes se congregaban donde Él estaba, porque la Iglesia acontece y crece alrededor de la persona de Cristo, una Iglesia con vocación leprosa, capaz de volverse fielmente indigna de todos los des-órdenes establecidos y hermanarse con todos aquellos, tantos, que han quedado en las afueras de la existencia, como señal del amor de Dios.

Paz y Bien





Salud y servicio









Para el día de hoy (11/01/17):  

Evangelio según San Marcos 1, 29-39




En la lectura del día podemos contemplar un desplazamiento que no es solamente físico sino teológico, es decir, espiritual: el Maestro ha participado de las celebraciones propias del Shabbath, ha sanado a un hombre poseído por un espíritu impuro y se ha dirigido a la casa de amigos, y en esa casa en donde el Reino se manifiesta en plenitud, señal de un pueblo nuevo que tiene calor hogareño, una Iglesia que crece con Cristo y se reconoce familia bendita.

El ambiente es extrañamente profano, secular. Aún así, lo sagrado no refiere tanto a las cosas rituales de los hombres sino más bien a la presencia del Señor en medio de los suyos, y las primeras comunidades cristianas no diferenciarán templos de hogares, pues en las casas crecía la Iglesia.

Había terminado el culto más no el Shabbath con sus estrictas normas que se observaban sin excepción; sin embargo, el Maestro entendía que el Sábado era para el hombre y nó a la inversa como se imponía, ante lo cual no le preocupaba demasiado transgredir ciertos reglamentos que deshumanizaban.
Así entonces le avisan de la enfermedad de la suegra de Pedro. Nunca debe haber excusas ni demoras frente al sufrimiento y al dolor.
Pero se trata de una mujer y, para colmo, de una mujer enferma. Socialmente, carece de derechos, de voz y de voto; religiosamente, es una impura ritual -por la enfermedad- que debe aislarse, en una suerte de estado de contagio de esa condición cultual. Quizás las fiebres que la doblegan sean también reflejo de cierta ideología que razona dolores, que justifica sufrimientos, que aplauden humillaciones impuestas. 
Entonces el milagro acontece, con el carácter sencillo y profundamente humano de Cristo: no hay en Él ritos ni fórmulas arcanas, sólo el gesto de tomar su mano y hacerla levantar. Precisamente ése es el milagro de bondad, reconocerla en su dignidad de mujer, de hija y de hermana, sin importarle las consecuencias transgresoras del Sábado y de esas normas sociales que lo obligaban a tomar distancia. 

El mal en fuga por la presencia de Cristo, el bien que florece desde la ternura y la misericordia, la salud restablecida que es expresión de una Salvación que atañe a toda la existencia.

Esa mujer, inmediatamente, se pone a servir a los presentes. No se trata solamente de tarea de mujeres, sino de una nueva diaconía que desafía estructuras y que es a su vez plegaria de gratitud. A menudo la oración no se expresa con palabras pero sí con gestos concretos.

Por la tarde, una multitud de dolientes se congrega a las puertas de aquella casa, un desfile interminable de enfermos que parece no terminar. Van a esa hora, pues las imposiciones del Shabbath restringían movimientos más temprano, y hay un cariz de querer esconder lo doloroso por fuera de la sacralidad. 
Quizás muchas de esas personas buscaban al sanador mágico, y otros al Mesías restaurador de la corona davídica, pero no al Mesías sufriente y servidor, y está el peligro de embarcarse en la nave fútil del éxito, con el riesgo paralelo de quedarse con los beneficios de la presencia del rabbí galileo para unos cuantos.

Pero el Señor no es de nadie y es de todos. La Buena Noticia ha de llegar a todos los pueblos, sin esperar gratitudes ni actos de reconocimiento por todo el bien que ha prodigado. La bendición de Dios ha de llegar a todas las naciones, y ésa es nuestra misión y nuestro horizonte que edificamos a diario con el Cristo orante que camina con nosotros.

Paz y Bien


Ciudad del consuelo









Para el día de hoy (10/01/17):  

Evangelio según San Marcos 1, 21-28




Nos encontramos en los inicios del ministerio del Señor. Recordemos: Él se había enterado del arresto del Bautista, y como señal exacta, se larga a los caminos a predicar la cercanía del Reino y la urgencia de la conversión. En esos andares, convoca a los primeros discípulos, allí mismo en donde transcurría su vida cotidiana.
Posteriormente, se traslada de Nazareth a Cafarnaúm, en donde establece una suerte de centro u hogar de paso desde donde se irradia su labor misionera. Superficialmente, el lugar es estratétigo pues se ubica esta ciudad en un cruce de caminos importante, y es probable que allí esté la vivienda familiar de Pedro y Andrés: en cierto modo, el lugar es escelente pues se encuentra cerca de todo.
Pero también hay un ámbito teológico, espiritual: en Cafarnaúm -confines de Zabulón y Neftalí- se cumplen las antiguas profecías mesiánicas. Cafarnaúm está en las antípodas de la ortodoxa Jerusalem, y su cercanía con tierras gentiles la vuelven sospechosamente cuestionable por su impureza ritual y por la ligereza de la observación de los preceptos. En Cafarnaúm está la casa de sus amigos que se convierte em su hogar: Cristo no tiene casa propia, su hogar está allí donde está el de sus amigos.
Pero hay más, siempre hay más: Cafarnaúm, literalmente, significa "ciudad del consuelo". Ése es el signo de los nuevos tiempos, de la Buena Noticia. Consuelo y misericordia de parte de Dios para su pueblo.

En los inicios de su ministerio, el Maestro enseñaba en las sinagogas; posteriormente, el enfrentamiento que le planteaban las autoridades religiosas se acrecentó a tal punto que operó una suerte de excomunión, y Él no pudo volver a su magisterio sinagogal.
La lectura que nos presenta la liturgia del día nos manifiesta una situación así. En aquellos tiempos, fuera del ámbito del Templo, la comunidad se reunía cada Shabbath en las sinagogas para orar, para estudiar la Torah y para comentar alguno de los textos de los profetas. El responsable laico de la congregación solía invitar a un asistente varón con cierto grado de instrucción a comentar tales textos, y ése es el caso que nos ocupa hoy.

Las gentes se asombraban del modo en que Él enseñaba, con una autoridad única, en las antípodas de los escribas. Ello se explica porque los escribas poseían una gran erudición académica, y solían comentar las Escrituras a partir de los comentarios de notables rabinos o comentaristas que los precedieron, es decir, comentaban los comentarios y se limitaban a exposiciones casuísticas. De fondo, los escribas decidían en tren moral qué era lo permitido y qué era lo prohibido, mientras que el Maestro anunciaba con poder la llegada del Reino. Los escribas eran estrictos detectores de heterodoxias y cosas negativas que debían suprimirse; el Maestro expresa una autoridad en el sentido primigenio del término, que significa hacer crecer cosas
Porque los escribas se plantan desde la vereda de los observadores casuales, mientras que el Maestro expresa derechos de autor. Su Padre ha inspirado toda palabra santa.

Ese día había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro. La escena es por demás extraña, pues las estrictas normas de impureza ritual impedían que una persona en ese estado participara del culto.
Un hombre así es un hombre alienado, que sufre el acoso de un mal que lo sobrepasa y del cual no puede defenderse, una existencia aniquilada y sometida por la enfermedad. La voz que se queja en plural expresa no sólo un cariz esquizofrénico, sino la precisa diferenciación entre lo humano y lo inhumano del mal que lo aqueja. El griterío quejoso tal vez se corresponda con la abundancia de discursos que reniegan de la verdad, y porque los que gritan por lo general andan equivocados. Pero es queja es porque el espíritu maligno advierte que el Cristo allí presente es el Santo absoluto, el Puro definitivo que socava su dominio. Nunca hay un mal definitivo si el Señor se hace presente.

El silencio conminatorio de Cristo refleja que el mal ya no tiene la palabra. Sólo cuenta la Palabra que se encarna, y quizás el último grito del espíritu malo que se vá tenga que ver con la sorda queja de una sinagoga que se queda en los reglamentos y olvida a Dios, perdiendo el verdadero poder del amor.

Por mandato, por misión, la Iglesia se mantiene fiel al Esposo cuando se convierte en ciudad del consuelo, aldea de misericordia, hogar de la caridad.
Que la Palabra de Dios nos mantenga atentos.

Paz y Bien
 


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