Ayuno y justicia













Para el día de hoy (16/02/18):  
 
Evangelio según San Mateo 9, 14-15






Durante muchísimo tiempo nos hemos aferrado a las prescripciones religiosas que indicaban ayuno, y desde allí, la abstinencia de comer carne los viernes y días de precepto. Pero ese cumplimiento estricto, desgraciadamente, está revestido de superficialidad.

Igualmente, hemos de detenernos por un momento en la cuestión del ayuno. Desde tiempo inmemorial, y prácticamente en todas las religiones, la práctica del ayuno es usual y normal, como devoción, como ejercicio para dominar cuerpo y mente, como pequeño sacrificio ofrecido a Dios como penitencia por los pecados cometidos. El mismo Jesús de Nazareth ayunó cuarenta días en el desierto, y el Bautista -siguiendo ciertas tradiciones- lo practicaba e impulsaba a sus propios discípulos a realizarlo.

Pero estamos en el tiempo nuevo, el tiempo de la Gracia, y es por ello que Jesús no les insiste demasiado a los suyos en este tema, lo que suscita la controversia con aquellos que venían del aprendizaje con Juan.
Porque la cuestión no estriba en privarse o nó de alimentos en el cumplimiento de normas prefijadas; el Espíritu del Señor vá muy por delante de todos nosotros, y la cruz derriba todo asomo de amor ritual, declamado pero no practicado.

Por eso nuestros ayunos deberían ser verdaderos sacrificios, sin pátina ominosa, es decir, en el sentido primigenio del término que es hacer sagrado lo que no lo es, santificarlo. Y si hay imposición, se desdibuja su horizonte eterno y se vuelve práctica usual y hasta rutinaria. Más aún, es de una crueldad inexpresable la exigencia del ayuno a quien languidece en su hambre.
Nuestros ayunos han de estar ofrecidos a Dios y vinculados directamente, por ello mismo, al hermano, al prójimo.

La abstinencia no es solamente evitar ingerir determinado tipo de alimentos o directamente no comer. La abstinencia es reconocer desde esa pequeña privación que compartirmos con los demás nuestra finitud y nuestra debilidad, que somos capaces de vaciarnos de lo superfluo para que nos habite la Gracia, y que con el auxilio de la asombrosa Providencia de Dios, desde ese pan que no comemos pueda llenarse el plato vacío de un hermano que sufre la penuria de la miseria, el olvido y la injusticia.

Ayunar así es justicia y es amor y es Reino que crece humilde entre nosotros.

Paz y Bien


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